TRINIDAD Y HOSPITALIDAD

Abraham y tres ángeles | Marc Chagall | 1954-67

«Es en la experiencia humana de la persona que encontramos la clave para este misterio de la unidad y diversidad, y es la Trinidad quien nos ofrece el modelo óptimo de esta omnipenetrante constitución de la realidad. La persona no es ni una unidad monolítica ni una pluralidad desconectada.» (R. Panikkar)

¿Qué vestigios del Misterio de la Trinidad podemos encontrar en nuestra experiencia humana? En la liturgia continuamente invocamos y glorificamos el Dios uno y trino. Nosotros, los monjes, siguiendo una indicación de la Regla de S. Benito, nos inclinamos profundamente cuando cantamos Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Pero, ¿qué correspondencia tiene esta intensa expresión litúrgica en el conjunto de nuestra espiritualidad?

El monje está llamado a la unificación del corazón. Está llamado a recorrer el camino que conduce de la fragmentación y de la dispersión a la unidad. O, dicho de otra forma: de la multiplicidad de ídolos a un solo Señor y Dios. La soledad y el silencio favorecen la continua peregrinación a su corazón, donde va identificando lo que es verdadero y lo que es falso, quien es el Dios vivo que lo mira con misericordia y quienes son los ídolos a quien, muchas veces sin ser de ello consciente, rinde culto. Progresivamente, bajo la mirada misericordiosa de Dios, el monje descubre que todas sus idolatrías (ya sean la búsqueda del poder, del prestigio, del reconocimiento o tantas otras caras del narcisismo) no ocultan más que una herida de amor y, en ella, un profundo deseo de Dios. Y más: descubre que su corazón solo se unifica, transformándose en santuario del Dios único, aceptando y amando toda la dispersión que lo habita.

Por más que nos cueste aceptarlo, en todo lo que vivimos está la huella de Dios. No hay nada en nuestra historia donde no podamos reconocerlo. Lo que consideramos disperso o contradictorio es un producto de nuestra mente, que necesariamente es fragmentaria y, por eso, moralizante. Bajo la visión unificada del corazón, lo disperso se transforma en diverso, en realidad interconectada, donde podemos palpar la verdad de la sentencia que Isaías pone en boca de Dios: «Cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes» (55,9). Los caminos de Dios son inescrutables (Rm 11,33) y «el Espíritu de la verdad, que [nos] guiará hasta la verdad plena» (Jn 16,13), es indomable y pura libertad.

Más que identificar el Dios único como una realidad monolítica yuxtapuesta al mundo o a nuestra realidad personal, será más fecundo, y más cristiano, reconocerlo presente en la diversidad de la vida – una diversidad escandalosa para una fe ideológica – como Señor y Salvador de la Historia. Para los cristianos, Jesús es el vértice de la Revelación de Dios. No será necesario subrayar que Jesús se acercó y se hizo presente donde era impensable reconocer a Dios. La cruz es la culminación de este escándalo.

En la diversidad que palpamos en nuestra vida y en la historia del mundo el corazón unificado ve un hilo que conecta toda la realidad entre sí – es el hilo de la gracia. Y, ¿qué es la gracia sino el amor trinitario, que permanentemente se auto-comunica en la Historia y en el corazón humano? Trinitariamente, el Padre es él mismo en la medida que es para el Hijo. Asimismo, el Hijo es él mismo en la medida que todo en él está referido al Padre. Y el Espíritu Santo es el don constante entre el Padre y el Hijo, es el lazo que eternamente los une. Ser y darse son, en Dios, una misma realidad y su más íntimo misterio. Dios es don, es gracia, porque es relación de amor. Solo puede comunicarse como amor. Y el creyente encontrará vestigios de su presencia cuando, entre todo lo que vive, sin ninguna excepción, vislumbre la presencia del don, de la gracia, porque todo le es ofrecido por amor. La diversidad experimentada en su vida está unificada por la gracia. Como dice Panikkar: «La persona no es ni una unidad monolítica ni una pluralidad desconectada».

¿Qué captamos del Misterio Trinitario? Recíproca hospitalidad como condición para el amor y para la unidad. Ser-para-el-otro y ser-con-el-otro requiere, como primero paso, una amplia hospitalidad de nosotros mismos. No hay nada en nosotros para anular o destruir. El riesgo de las visiones monolíticas es siempre la violencia. En una antropología que podríamos llamar trinitaria, en la pluralidad de nuestras experiencias no está inscrita la división, sino la diversidad de una unidad aun no visible a nuestros ojos. Adentrarnos en esa diversidad con una actitud receptiva y amorosa nos abrirá, inesperadamente, la puerta de la comunidad: una mirada mansa y compasiva, que aprende a reconocer en cada diferencia infranqueable una llamada para el festín del Reino de los Cielos, donde Dios es infinitamente más grande y bondadoso que cualquiera de nuestras previsiones. No fuera la diversidad e identificaríamos Dios con el minúsculo ángulo de nuestra visión egoica.

La hospitalidad, así entendida, es posiblemente la actitud más profética, porque más inclusiva y solidaria, para habitar el mundo. Pienso que esta es una de las razones por las cuales los monjes no abandonamos la soledad y el silencio, porque es ahí donde nace y crece el sentido de la hospitalidad. Acallada la mente y despierta la visión del corazón, percibimos la unidad inscrita en toda la diversidad, la nuestra y la del mundo. Ya nada ni nadie nos es indiferente, ni el hermano con quien convivimos todos los días ni el lugar más distante del Planeta. Y este es el motivo por lo cual nos inclinamos profundamente cuando cantamos: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Un comentario en “TRINIDAD Y HOSPITALIDAD

  1. Arte dijo:

    Muestran la significancia y trascendencia que posee la trinidad y esta obra dentro de las sociedad, también lo que sea a ido interpretando de ella. magnifico post para tener en cuenta algunos de los aspectos.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.