El Santo Espíritu de Dios

Hace unos cuantos años, un diario publicó una larga entrevista que le hicieron a un pedagogo inglés. La entrevista comenzaba así: «Un día -dijo el pedagogo- visitando una escuela vi a una niña de seis años concentradísima dibujando, me acerqué a ella y le pregunté: “¿Qué dibujas?” Y me contestó: “La cara de Dios” ¡…! “Nadie sabe cómo es” observé. “Mejor -dijo ella, sin dejar de dibujar-, ahora lo sabrán». Sólo los niños y los místicos dicen estas cosas. Acordaos de los versos de Juan de la Cruz en los que pide a la fuente que formen en sus semblantes plateados los ojos que llevaba en sus entrañas dibujados.

Escuchad: Todo está dentro de nosotros. Se nos educó y se sigue educando en la fe para que busquemos fuera de nosotros a quien vive en las profundidades del ser. Ni cielos ni infiernos tienen respuestas a nuestras preguntas y a nuestras inquietudes, porque la santa presencia de Dios, el amor salvador de Cristo y la comunión del Espíritu Santo están en nuestro santuario interior, no fuera de nosotros. Y, cundo buscamos fuera, perdemos la sensibilidad y no somos capaces de dibujar en nosotros la cara de Dios, solamente hacemos, como dice Martín Buber, monigotes en los que debajo escribimos la palabra Dios.

Todo está dentro de nosotros y debemos de entrar con sumo respeto en nuestro santuario interior en donde el Santo Espíritu nos espera para hacer el milagro de la vida, porque, si hay algo que el Espíritu de Dios desea de nosotros, es que seamos artistas y que escribamos con palabras de gracia y de verdad el amor de Dios que fue puesto en nuestros corazones. Nos pasamos la vida soñando quimeras, obsesionados por llegar a ser no sé qué en la Iglesia, en la política, en la comunidad. Luchamos por dar la medida de una perfección estándar y, mientras tanto, la vida se nos va de las manos entre gemidos y lamentos, y, no son precisamente los gemidos del Espíritu, sino gemidos del que se siente frustrado porque la vida se le va sin sentir la ternura de un beso, el calor de un abrazo profundo, la alegría de sentirse uno mismo y no una caricatura que nos avergüenza interiormente. Se nos va la vida con nuestras secretas ambiciones fracasadas y la dignidad y el prestigio marchitados.

«Todo puede servir para construirnos o destruirnos» – dice Pablo d’ Ors, y no sabemos vivir la vida porque nos enseñaron que teníamos que luchar para ser lo que no deberíamos ser, cayendo en el ridículo de fabricar una personalidad ajena a nosotros, a la que le damos un verdadero culto que, la mayoría de las veces, nos aquea, y ahoga en nosotros el verdadero culto en espíritu y en verdad, que es el único que nos puede liberar del mamarracho que nuestra torpe mano dibuja en nuestro interior. Viviendo así nos destruimos y, lo triste, es que arrastramos a muchos con nosotros, comunidades enteras y pueblos enteros. La historia da testimonio de esto.

El Espíritu es libertad. Su fuerza, si nos abrimos a Él, hace que rompamos las cadenas de siglos de espiritualidad alienante, según la cual, para llegar a ser “santos” nos estaba vedado el disfrute y el gozo de lo que Dios dispuso en el mundo para nuestro bien. Y seguimos empeñados en ser virtuosos, buscadores frustrados de una apariencia externa de respetabilidad que nos ahoga el sentimiento y nos reseca el corazón. Pensemos en la triste historia de nuestros intentos por mejorar que, o bien acaban en un estrepitoso fracaso, o sólo tuvieron éxito a costa de mucho esfuerzo y de mucho dolor. El Espíritu de Dios nos lleva por otro camino. Él nos anima a no tener una obsesión patológica por la perfección, esa que nos lleva a convertirnos en neuróticos obsesivos de los que está lleno el santoral cristiano, las Iglesias cristianas y las comunidades religiosas. Cuando la religión entorpece el crecimiento y la libertad de la conciencia, no es garante de ningún mensaje de salvación. Jesús de Nazaret lo tenía bien claro, por eso denuncia los fardos pesados que se les echa sobre las espaldas a las pobres gentes sin que nadie mueva un dedo para ayudarles. La misión del Espíritu es la humanización de la religión, hacerla entrañable, que las gentes encuentren en ella un espacio donde caminen con libertad, donde se eduque a hombres y mujeres adultos en la fe, en el amor y en la esperanza. Hombres y mujeres que acojan con reverencia y humildad la Santa Palabra de Dios, sintiendo que los llena de vida, que los reconforta de las heridas y que comparten con su Maestro y Señor la pasión por el Reino.

El Espíritu que viene del Padre aguarda de nosotros el día luminoso en que lleguemos a interiorizar las cosas sin miedo, verlas con la luz interior que nos capacita para no tener más que una profunda, viva, penetrante y vigilante conciencia que haga desaparecer de nosotros toda necedad y egoísmo, todos nuestros profundos apegos y miedos. Entonces nuestra vida cambiará: no seremos mejores ni peores, seremos nosotros mismos, sin máscaras, y esa, entendedlo bien, es la mayor victoria del Espíritu Santo en nosotros. Y los cambios que resulten no serán producto de nuestros proyectos y esfuerzos, sino el fruto de una obediencia y de una naturaleza empapada de la luz del Espíritu.

No tengáis miedo, entrad en vuestro interior con fe, reverencia y humildad, allí, en lo más hondo, donde está la sala luminosa, para que podáis ver la simplicidad de las cosas, aun de las más santas y sagradas. Allí, donde mora la armonía, la unidad, la tolerancia, la bondad, la fortaleza, el dominio de sí. Allí, donde todos los nombres del amor se fusionan con el único AMOR, donde los cansancios se tornan en fortaleza, donde todas las guerras se fusionan en la paz. Entrad sin más: el que os aguarda sabe quiénes sois, ya os conoce, sabe de qué materiales estáis hechos: frágiles vasijas de barro en las que Él quiso verter la gracia y santidad de Dios.

Que santa María, presente y orante en nuestra asamblea nos acompañe en este difícil pero fascinante camino interior. Que ella nos enseñe a dibujar con trazo firme el santo rostro de Dios en nuestro corazón, en el corazón de la humanidad. Y que nos guarde para hacer de nosotros hombres y mujeres de fe profunda al servicio de los hermanos y hermanas del Señor.

3 comentarios en “El Santo Espíritu de Dios

  1. ROSA Y RAFAEL dijo:

    Todos nacemos con el espíritu(soplo)que da vida durante un tiempo hasta que el espíritu (soplo)es entregado al Dios de Jesús que vivió entre nosotros .Ese Espíritu viene de Dios y a Dios va … lleno de VIDA .
    FELICIDADES . ROSA Y RAFAEL .

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