Dedicación del Oratorio

Dedicación del Oratorio | 13 de noviembre de 1987

Hace hoy 33 años que consagramos el altar y bendijimos el oratorio. En este día recordamos también a todos los hermanos y hermanas que nos han precedido en la misma vocación benedictina.

La conciencia de Dios es el tema central de la concepción de la vida espiritual según la Regla de San Benito. La postura de Benito de Nursia es tan sorprendente como simple: no basta con estar sin pecado; tener la mente impregnada de Dios es más importante. Aunque es básico evitar el discurso acerbo, las malas acciones, las exigencias de la mentalidad del mundo y el orgullo del corazón, más vital para alimentar el fuego espiritual es tener presente que el Dios al que buscarnos nos tiene presentes. La santidad, en otras palabras, no es atletismo moral, sino una relación consciente con el Dios consciente, pero invisible. La teología es así vivificante y liberadora: no se trata de ser lo suficientemente buenos para llegar a un Dios que está fuera de nosotros, sino de llegar al Dios interior, cuyo amor nos impulsa hacia el bien.

En la tradición orante monástica y cristiana, la lectio divina ha creado la caja de resonancia de todos los trances e interrogantes del hombre. La palabra y el silencio de Dios han acogido su corazón en las apreturas. En los momentos más tensos el orante cristiano prorrumpe en salmos. Con la lectio continua, el orante se encuentra con los símbolos dormidos en su profundidad, con los arquetipos que hacen transparente el enigma de su vida y lo disuelven. El interior profundo del hombre, no sólo es el que protagoniza la lectura, sino el que aporta los materiales para hacerla posible. Desde mis fondos simbólicos me encuentro con los fondos simbólicos del escritor. Los comparto y no es que los haga míos, sino que descubro mi identidad con ellos.

Así como la Sagrada Escritura nos va desvelando, pedagógicamente, el insondable misterio del Dios escondido, de la misma manera nos va familiarizando con la fascinante complejidad que es el ser humano. Y además ambas revelaciones corren parejas: en la medida que nos adentramos en el conocimiento amoroso de Dios, vamos, también, conociéndonos a nosotros mismos, y penetramos de lleno en el corazón de la humanidad.

Como gustaban decir los autores del siglo de oro cisterciense, ‘no puede entenderse la experiencia profunda del hombre desligada del Misterio de la Palabra. La luz de la Palabra es como una espada de doble filo, que por una parte descubre nuestro rostro herido y pecador y, por otra, va trasformando por la fe todas las obras en luz, hasta despertar a la Palabra revelada, asentada en el fondo del corazón como en su trono. Y es que la Palabra de Dios hace audible toda la infinitud interna de la vida del hombre. El hombre es una capacidad de Dios creada a su imagen. Pero esta capacidad se encuentra en conflicto, porque ha perdido la semejanza. Ante la Palabra, se descubren pecadores y débiles, pero sienten que su capacidad de Dios les impulsa a ponerse en camino desde la región de la desemejanza hacia el paraíso. Pero no se detienen en análisis y descripciones; simplemente constatan que nacen y viven con su propia historia personal. Aún así, esta situación despierta en ellos una cierta angustia existencial que les pone a veces al borde de la desesperación’.

La Palabra trasciende la razón llevándonos a nosotros mismos donde encontramos a Dios. El hombre se libera, se ilumina abriendo su interior en cuanto resonador de la Palabra. Así halla sus propios límites y sus infinitudes también. Encuentra lo infinito en lo finito, lo intemporal en el tiempo. Y ésta es la liberación del hombre. Esta es la redención. Es el grito de alegría que brota de las profundidades y desencadena una fiesta sin fin.

Delante de Santa María, Regla de los Monjes, que preside nuestro oratorio, me gustaría concluir con una acción de gracias por cada uno de vosotros, de los hermanos ausentes, de los hermanos difuntos, y de todos los que a lo largo de estos años han compartido la oración en este lugar. Nosotros somos las piedras vivas de este templo espiritual; somos el bien más preciado que poseemos. Que Santa María, vida, dulzura y esperanza nuestra interceda cada día por nosotros para que nos honremos, nos respetemos, nos reverenciemos, y nos amemos de todo corazón, porque éste es el aval de que tenemos una relación consciente con el Dios consciente que nos reúne en este lugar como Iglesia Monástica de Santa María de Sobrado.

8 comentarios en “Dedicación del Oratorio

  1. Roberto dijo:

    Que Santa María os bendiga a todos. Si desde ese oratorio salimos irradiando más amor , que no lo dudo, seremos más ricos. No en bienes materiales que nos corrompen, si no en el espíritu. 👏

  2. Carlos Martín dijo:

    Gracias de todo corazón por estar siempre ahí, dando testimonio, gracias por vuestra acogida…en verdad el Oratorio de Santa María siempre fue para mí refugio y acogida.

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