Ascensión del Señor

Jesús, ascendido a los cielos, con el inmenso poder de su cercanía amorosa, ha penetrado en el corazón de toda la creación, en lo más profundo de nuestro ser. Vive y actúa en nuestro interior, transformando nuestro mundo desde adentro. Esta transformación, discreta y humilde, se revela en las cosas ordinarias, en las rutinas diarias que parecen insignificantes.

En la carta a los Efesios, hemos escuchado que este subió supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de los cielos para llenar el universo. Para los monjes y la tradición hesicasta, el icono vivo del hombre divinizado, es la persona humilde, ‘aquel que ha subido bajando’. La humildad abre los caminos del co­razón y sumerge al hombre en las profundidades del Espíritu, allí donde ese abismo de humildad se en­cuentra con el otro Abismo, más hondo aún, del Amor humilde de nuestro Dios. Esta certeza de sentirse unido a Dios no crea un sentimiento de posesión, sino todo lo contrario: abre a la máxima gratitud, porque se percibe como un don inmerecido. Los santos, dice Doroteo de Gaza, cuanto más se aproximan a Dios, tanto más pecadores se sienten.

El espíritu del hombre, cuanto más se recoge en el interior de sí mismo, cuanto más se empequeñece, tanto más se dis­pone a acogerlo todo. Se trata de la paradoja del Reino de Dios: nuestro Dios se revela a los pequeños. Calixto Xanthopouloi escribe: Feliz el hom­bre que conoce su propia debilidad. Este conocimiento es el fundamento, la raíz, el inicio de toda bondad. En efecto, cuando se ha experimentado la propia debilidad, el alma queda protegida de toda posible vanidad, de esa vanidad que oscurece el conocimiento. Y también: El hombre que ha conseguido conocer su propia de­bilidad, ha alcanzado la perfección de la humildad. Gregorio del Sinaí dice que la suprema humildad, dada por Dios, es la potencia divina que actúa en todo y que lo crea todo. Gracias a ella, uno se ve constantemente como el instrumento de Dios que cumple sus maravillas.

En último término, la humildad es lo que más nos asemeja a Dios. Así lo expresa Isaac de Nínive: La humildad es el adorno de Dios. Haciéndose hom­bre, el Verbo de Dios la revistió. Por eso, el que se cubre con el mismo vestido con que se vistió el Creador, está revestido de Cristo mismo. Y cuando la creación ve a un hombre vestido con la misma humildad y silencio de su Maestro y Creador, lo venera y lo honra como a Él. Porque ¿qué criatura no se deja enternecer en presencia de un hombre humilde? Antes de que la gloria de la humildad se revelara a todos, gracias a la encarnación de Dios, rechazábamos esta visión tan repleta de santidad. Pero ahora su grandeza es manifiesta a los ojos del mundo y, a través del hom­bre humilde, le es dada a la creación la visión de su Creador. Por eso, el humilde, aunque esté despojado de todo, no es despreciado por nadie, ni siquiera por los enemigos de la verdad. El que ha tomado consigo la humildad, es venerado en ella, como si llevara una corona y estuviera vestido de púrpura.

Esto fue lo que hizo estremecer de alegría a Jesús: ¡Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos y se las has revelado a los más pequeños!

Sólo tenemos una representación devocionalmente viva del misterio de Jesús Glorificado; es el icono que nos preside de Jesús Crucificado, a quien adoramos arrodillándonos com-pasivamente ante todos y, ante todo, pero, sobre todo, ante nuestros hermanos crucificados.

7 comentarios en “Ascensión del Señor

  1. Beatriz dijo:

    Gracias! Pues si, Jesucristo, Dios encarnado, estuvo en éste mundo despojado de todo poder y “tomando la condición de esclavo pasó por uno de tantos “, y nos amó hasta entregar su vida en la Cruz por nosotros . Hoy asciende al cielo y ahora si que tiene poder, por eso nos dice “ id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación “. Que Él nos nos dé la fuerza para tomar la Cruz de cada día y seguirlo hasta la meta final: el cielo.

  2. pedro garciarias dijo:

    ¡qué maravilla de texto, inspirado por el Espiritu!, MILGRACIAS. Me ha gustado mucho la imagen de Bill Viola, es un acierto ponerla, sus imágenes de la muerte, sepulcro y los testigos de la muerte de Jesús son sobrecogedoras. Enhorabuena al hno. LUIS,DIOS LO SIGA BENDICIENDO.
    Ya voy por la cuarta relectura de un libro que compré en un monasterio cisterciense de Lleida, está basado en la regla de s.Benito, ¡para laicos!, se llama el «monasterio del corazón», no recuerdo el editorial, vale el esfuerzo, buscarlo y comprarlo, es oportunísimo.

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