Fiesta del Prior

Es éste un día de acción de gracias por el don de reunión y de comunión que hemos recibido. Somos testigos de que Dios puede manifestarse con libertad soberana e impactar con fuerza misteriosa en cualquier corazón humano que se siente enfermo y pecador.

Ni el sano siente lo que siente el enfermo, ni el harto lo que siente el hambriento. El enfermo y el hambriento son los que mejor se compadecen de los enfermos y de los hambrientos. La verdad pura únicamente la comprende el corazón puro; y nadie siente tan al vivo la miseria del hermano como el corazón que asume la propia miseria. Para que tengas un corazón misericordioso por la miseria ajena, necesitas conocer primero tu propia miseria, para que leas el alma del prójimo en la tuya (Bernardo de Claraval)

El encuentro con nuestra enfermedad -nuestra poca firmeza en el amor- iluminada por el amor de Dios, lejos de ser motivo de tristeza, es capaz de desatar las lágrimas de la compunción que deshacen el corazón duro haciéndonos conocer la misericordia y la ternura infinita de Dios. Jesús nos ha convocado y reunido. Jesús es el médico y nosotros estamos enfermos y necesitados de curación. Vamos descubriendo, que Dios no tiene recetas mágicas para curar: sana de otra manera radicalmente distinta a lo que hubiéramos pensado. Su sanación no elimina la herida -que, por supuesto, sería lo más cómodo, pero no lo más amoroso; serían nuestros planes, pero no los caminos del Señor- sino que precisamente ella, nuestra herida, es lo mejor que tenemos para aprender a amar, es decir, para aprender a aceptar, respetar, tener paciencia, tolerancia, misericordia, portarse bien consigo mismo, reírse de sí mismo…

Cuando entramos en la dinámica del amor misericordioso, entonces dejamos de aspirar a una impecabilidad comunitaria, y comprendemos que los vínculos que Jesús quiere en su comunidad son los de la tolerancia, la aceptación y la misericordia. Desde aquí, se construye la fraternidad reunida en el nombre del Señor, una fraternidad de perdón y misericordia.

Además, cuando somos introducidos en esta dinámica, comenzamos a ser especialmente sensibles al Evangelio, pero ahora, más que nunca, como los destinatarios de la Buena Nueva: Jesús ha venido a llamar a los pecadores y a sanar a los enfermos. Comienza a resonar con fuerza que la vida comunitaria es una escuela de caridad en la que unos dependemos de los otros: nadie es imprescindible, pero todos somos necesarios en el ejercicio de la misericordia. En la escuela del amor todos somos discípulos. El asunto que nos ocupa es la asignatura del amor; amor a nosotros mismos, y el amor a los hermanos.

Si vamos añadiendo vida a los años, vamos adquiriendo una mayor capacidad de asombro con respecto a la vida comunitaria, llegando a sentir que es el gran milagro con el que Dios nos bendice, porque si de nosotros dependiera, hace ya mucho tiempo que esto se habría terminado: ¿por qué habría de aguantar a fulanito?, ¿por qué soportar los defectos físicos y morales de los hermanos?, ¿a cuento de qué convivir para siempre con personas que no he elegido? Realmente es un milagro de Dios, y cuando comenzamos a percibirlo así, sorprendiéndonos de ello, podemos estar seguros de que por fin hemos descubierto el rostro transfigurado de Jesús en los hermanos, en la comunidad reunida por Él, alimentada por Él, que solamente puede subsistir gracias a Él. Comunidad de pecadores perdonados, en proceso continuo de conversión, cuyo vínculo es la humildad y la misericordia.

 Cada uno ha recibido de Dios su don particular: uno de una manera otro de otra. Para uno será el trabajo, para otro las vigilias, el ayuno, la oración, la ‘lectío’, o la meditación. Para todas estas ofrendas hay un solo tabernáculo, ya que nuestro legislador ha prescrito que nadie considere cosa alguna como propia, sino que todo sea común a todos. Lo que no se ha de entender, hermanos, solamente de nuestras cogullas y nuestras túnicas, sino sobre todo de nuestras virtudes y nuestros dones espirituales. Que nadie se gloríe de alguna gracia particular; que nadie tampoco envidie a su hermano por causa de tal o cual gracia, sino que cada uno piense que todos sus hermanos participan de su gracia como él participa de la de ellos. Pues, si lo quisiera, el omnipotente podría llevar de golpe a la perfección a cualquiera, pero por una disposición de su bondad ha querido que cada uno tenga necesidad de los demás y en ellos encuentre lo que le falta: de este modo la humildad queda asegurada, la caridad aumentada y la unidad realizada (Elredo de Rieval)

Recordamos muy especialmente a los hermanos ausentes. Felicitamos con sincero agradecimiento a cada hermano de la comunidad, particularmente hoy a José Carlos y a Carlos María. Y bajo la mirada siempre amorosa de María, confiados en la Misericordia de Dios, renovamos nuestro anhelo de ser la comunidad de pecadores perdonados que Jesús quiere.

11 comentarios en “Fiesta del Prior

  1. Pedrogarciarias dijo:

    Maravillosa las citas de s.Bernardo y Elredo, feliz día a los hermanos y al prior. Que el Espíritu del Maestro siga presente entre vosotros.abrazo fraterno de pedro.

  2. Alicia dijo:

    Un saludo muy cariñoso para tods la Comunidad, especilamente para quien tiene el encargo de presidirla, como servidor.
    Bendiciones
    Matilde Martínez, hermana de uno que falta, se une a la felicitación.

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