Escribe Louis Lekai, que el motivo principal de la fundación de Císter era crear una vida de austeridad y pobreza, en una separación completa del mundo. Se apela frecuentemente a la Regla por razones legales, pero en su aplicación concreta y en su interpretación, la Regla estaba subordinada a los principios de pobreza y soledad auténticas… Se cita la Regla únicamente por piadosa conveniencia, pero el verdadero motivo, tanto para rechazar como para introducir ‘novedades’, era el deseo ardiente de los monjes de vivir en la más tranquila soledad.
Nuestros Fundadores sabían bien lo que querían. Su imaginación plasmó el género de vida al que se sentían llamados. Si leían la Regla no era para descubrir algo desconocido, sino para encontrar en ella la justificación y garantía de lo que se habían atrevido a soñar y el texto aprobado para expresarlo. Su recuerdo y celebración, nos abre siempre a una nueva esperanza, a un nuevo impulso, a un renovado entusiasmo por lo que nosotros llamamos valores cistercienses.
Los valores son bienes atractivos, fuerzas motivadoras de nuestra conducta que nos permiten avanzar y perseverar en el camino emprendido. Los valores son elementos constitutivos de una gracia evangélica concreta, de un carisma, de un modo de ser y de actuar en el mundo, en la Iglesia, en las comunidades y entre nosotros mismos. En este caso es la gracia cisterciense, que motiva a las personas en cuanto tales, a las comunidades, a toda la Familia Cisterciense.
En la medida en la que estos dones son aceptados, vamos creciendo en un determinado sentido que nos configura y nos armoniza en el intento de que esos valores sean la tónica general de nuestro modo de pensar, vivir y actuar, así crecemos como personas, como monjes. Quisiéramos poder seguir con ilusión y con tesón la obra que Dios comenzó en nosotros. En nombre de una fidelidad creativa, es tarea nuestra hacer que esta identidad sea asequible, viva y significativa en nuestros días y en el día a día.
La intuición cisterciense que, ha buscado siempre la novedad de la realidad, vivida en el momento actual, en el hoy de Dios, nos refuerza en lo que podríamos llamar el ‘talante comunitario’, ese modo de ser, actuar y pensar que caracteriza a este grupo concreto de hermanos reunidos por el Señor en este lugar. Recordar que la novedad de Císter es un modo de no dejarnos vencer por los cansancios y de animarnos a proseguir el camino de la reconciliación y de la paz; de seguir apostando por la comunión entre nosotros, renovando la confianza mutua a pesar de nuestras fragilidades y fracasos; de comprometernos, con la ayuda y el impulso del Espíritu de Jesús, a ser una comunidad de vida, de fraternidad, de oración humilde, de misericordia, de provisionalidad que intenta estar a la escucha de los signos que van marcando el ‘hoy de Dios’.
Todos sabemos que más que individuos, los Fundadores del Nuevo Monasterio son paradigma de un nuevo modo de existencia. Nos ofrecen una alternativa de vida en la que el hombre y la mujer, recobran su originalidad y su verdad primeras. A lo mejor hoy nuestra vida, que intenta ser una parábola de comunión en el seno de una comunidad de hermanos, puede insinuar a nuestro mundo, con humildad, sin pretenderlo como tal, algunos aspectos humanos esenciales, como, por ejemplo: el sentido de la gratuidad en un mundo global productivo, eficaz y consumista; la sensibilidad para percibir la huella del Espíritu en los convulsos avatares que nos está tocando vivir; la posibilidad de vivir la fiesta en medio de la monotonía sin la urgencia por la avidez de nuevas sensaciones; el silencio como ámbito comunicativo capaz de sintonizar de corazón a corazón; una presencia desprejuiciada, acogedora de cualquier persona por el simple hecho de ser persona; el cuidado y amor al lugar; la experiencia del Misterio trascendente, patrimonio de todos los seres humanos.
Que, en la Eucaristía de hoy, en esta fiesta solemne, se alienten y alimenten nuestros anhelos de buscar siempre el rostro del Señor actualizando la gracia inicial de Nuestros Fundadores. Que por su intercesión y la de Santa María, Madre del Císter, el carisma que pervive en nuestras comunidades y en la Familia Cisterciense, sea un camino de liberación y gracia del que se beneficien todos los seres humanos.
Gracias a Dios por vuestro CARISMA y esa ausencia de prejuicios que os caracteriza, que el amor cristiano os lleve adelante. Gracias por vuestra entrega a todos.
Felicidades a la comunidad. Gracias por esta fresca y linda reflexión. Un abrazo para todos.
Gracias
Gracias
Gracias.
En unión de oraciones.
Infinitas gracias a todos y cada uno de los hermanos
En Silencio…en Soledad, con Austeridad… Unidos a toda la Humanidad… Elevamos todo nuestro ser a Dios en alabanza, en petición, en Acción de Gracias, por todos los bienes que los hombres, las personas, recibimos. Luchar continuamente con la ayuda de los dones que el Espíritu nos da…que el Espíritu nos otorga. Nosotros, todos, seguimos en oración…continua y constante. En oración que no cansa ni se cansa… que no se distrae…en oración que trabaja por el Amor… La oración es muy necesaria y más que nunca tiene sentido. Desde los inicios del Cister, ella anima nuestros corazones, sabiéndonos habitados por el Maestro Eterno. Es necesario no olvidar el carácter personal de la oración sin olvidar el talante Comunitario. Sin olvidar la fraternidad de las Comunidades. Sin olvidar la Casa Común que es el Corazón del Señor. “” SOMOS IGLESIA “”. Somos partes de un mismo Cuerpo, miembros, con una misma Cabeza que es Jesús. Él nos quiere unidos, nos quiere…nos ama….con un Amor Incondicional…a cada cual, de una forma diferente. Seamos agradecidos por La Gracia que Él nos dona. Qué María nos acompañe en esta aventura cotidiana que es ensalzar y vitorear a Dios, en la Alegría de nuestros corazones.