Johann Sebastian Bach – Cantata BWV 61 para el primer domingo de Adviento «Nun komm, der Heiden Heiland» (Ven, Salvador de los gentiles)
Primera presentación: diciembre de 1714
Texto: Erdmann Neumeister 1714. 1: Martín Lutero, 1524. 4: Apocalipsis 3,20. 6: Philipp Nicolai, 1599
Solistas: Soprano, tenor y bajo. Coro, violines I/II, viola I/II, violonchelo, fagot y continuo.
Zsuzsi Tóth, soprano
Nicholas Mulroy, tenor
Peter Harvey, bajo
Coro y orquesta de la Netherlands Bach Society
Director: Jos van Veldhoven
Grabación: 30 de noviembre de 2013 en la iglesia Walloon (Amsterdam) Sigue leyendo →
«Bendito sexa o Deus e Pai do noso Señor Xesús Cristo, que por medio de Cristo nos bendiciu no ceo con toda clase de bendicións do Espírito. Porque nos escolleu antes da formación do mundo, para que fósemos santos e sen chata perante El polo amor» (Ef 1, 3-4).
É bo agradecer a Deus seu amor que constantemente nos sanda das nosas debilidades. No seu corazón de Pai somos santos e sen tacha, fillos benqueridos, alegría dos seus ollos e do seu corazón.
Ninguén nace enfermo nin en pecado. ¿A caso pode saír algo malo ou impuro de corazón de Deus? A historia nos fala da degradación do ser humano como froito amargo da desobediencia, da soberbia, de querer se igual a Deus no coñecemento, en querer tocar o ceo coa obra das súas mans. Cando o home desterrou a Deus da súa vida, a desolación e a desesperanza cubriron a terra coma unha noite pecha e espesa. Do xardín das delicias e da harmonía pasamos a unha terra erma e chea de conflitos. Unha historia de guerra e de odios cainitas parece que nos perseguen. Pero en medio de tanta cegueira, Deus non esquece aos seu fillos e vai poñendo puntos de luz ao longo camiño da historia preñada de longas noites pechas e de friaxe invernal. Endexamais Deus permitiu que agonizase no corazón da humanidade a esperanza de ollar un novo día radiante de luz. O Deus connosco, o Enmanuel das promesas se nos anuncia para, coma o Bo Samaritano, sande ao ser humano caído e ferido polos ladróns da dignidade dos fillos e fillas amados de Deus. Se o núcleo mesmo está manchado, ferido, a figura de María na nosa historia da salvación como criatura Inmaculada, nos está a revelar a decisión de Deus de facer todo novo desde a raíz. A nova creación nos anuncia nunha criatura humana que vai a responder ao proxecto de Deus con un SÍ cheo de fe e esperanza en Aquel que lle pide humildemente permiso para realizar o milagre da vida na Encarnación do Verbo no seu seo.
Volvamos xa á luz… Debemos retornar ao corazón. Aí móstrasenos o camiño da salvación (San Bernardo).
O don do Advento, o Deus que ven por puro amor ao encontro da humanidade ferida, só se pode captar dende o corazón, entendido como o centro do noso ser, un lugar de intimidade, de vulnerabilidade e de transparencia, onde somos o que verdadeiramente somos e capaces de ver máis alá do que os nosos ollos deixan.
Retornar ao corazón é a condición para acoller a vida de maneira total, a vida cuxa xenerosidade estamos lonxe de recoñecer. Somos fillos dun Deus que nos sinala que somos peregrinos do infinito, o infinito inscrito en cada realidade que tocamos acotío. Non hai nada que non estea cheo de infinito. A vida propágase e ábrese á súa plenitude sempre que nos deixamos tocar ou que tocamos por amor, sempre que nos permitimos ser vulnerables e confiamos. A vida en abondo agárdanos no que nos parece imposible amar en nós e nos outros. Só no silencio do noso corazón podemos decatarnos da presenza do Deus que veu para que teñamos vida e para que a teñamos de abondo.
La verdad es una tierra sin caminos (Krishnamurti) Un mapa, más o menos acertado, nunca es el territorio. Y nadie puede conocer el territorio sin adentrarse en él, por muy claros que le parezcan los mapas que posee. La idea de la verdad, nunca es la verdad misma. La verdad transcurre por la vida, no absolutiza ninguna idea determinada. Frente al fanatismo, que denota encierro y estrechez, la verdad reclama apertura humilde, cuestionamiento y flexibilidad.
La verdad no puede ser pensada. Quien piensa la verdad, corre el riesgo de volverse fanático. La verdad nunca puede ser poseída, no solo no se deja atrapar, sino que nos desnuda de todas nuestras pretensiones. Sólo puede ser vivida. Quien la vive, es humilde. Humildad es caminar en verdad (Teresa de Ávila)
Cando chegamos ao final do ano litúrxico, a Igrexa nos confronta cunha serie de textos que nos poden provocar distintas reaccións tanto positivas coma negativas: medo, porque os consideramos duros e cheos de ameazas. Indiferenza, porque pensamos que as formas apocalípticas non teñen sentido nin significado hoxe en día. Esperanza e vixilancia, porque manteñen desperta a nosa vida e a nosa fe se afianza en que as palabras de Xesús de Nazaré «NON PASARÁN». Pasan os séculos e as civilizacións, toda corrente de pensamento, todo tipo de modas, pero a Palabra do Señor non perde a súa forza liberadora e salvadora. É a que mantén viva a esperanza e a fe dos seus seguidores, é o alento dos pobres, a luz dos que viven na escuridade, as mans que salva aos que se afogan nas augas turbulentas do noso mundo. Porque como di o salmo responsorial: «Ti es, Señor, a miña herdade e a miña sorte, ti coidas do meu porvir… Teño o Señor sempre diante; con El á dereita non caerei».
No o esquezamos nunca: a Esperanza e a Vixilancia furan os grosos muros da angustiosa realidade e manteñen viva a nosa fe. Mais que dun final do mundo, os Evanxeos fálannos da FIN DUN MUNDO. É dicir: do caduco vai xurdindo unha nova etapa na historia da humanidade que se vai abrindo paso a pesar da resistencias dos que se opoñen a que as cousas troquen. Cada nova etapa da historia supón a superación e a morte de moitos valores que se creron que permanecerían inalterables, pero a forza renovadora da nova sabia nos vai dicindo que nada é inalterable ni nada permanece para sempre. Hai que abrir novos camiños e non vale dar couces contra o aguillón.
Celebramos un año más la consagración de nuestro altar en esta festividad solemne de los santos y santas que siguieron la RB.
Me preguntaba, ¿por qué nos cuesta tanto vivir, día a día, la tónica y el trasfondo del buen celo del que nos habla la RB? ¿Por qué nuestras relaciones no son más fluidas, más distendidas, por qué no están penetradas de este buen celo que tanto quisiéramos poseer? Es como si cada de uno de nosotros lleváramos el bien y el mal dentro: una dualidad que nos hace sufrir y que no queremos.
La vida común no es sencilla porque está expuesta a tensiones por cosas que no son esenciales y por actitudes intolerantes que hieren y no crean un clima de confianza. Y, sin embargo, nos sentimos llamados a vivir nuestras relaciones fraternas con el dinamismo del buen celo, con la ilusión de una misión muy concreta: la de ser testigos de lo que hemos visto y oído, del amor que ha sido derramado en nuestros corazones. Nuestro deseo es hacer de la existencia un camino de vida plena y fecunda. Hay demasiado sufrimiento y dolor en el mundo, demasiadas vidas rotas, sin sentido, como para añadir aún más penuria. Esta vida se nos regala para que la vivamos con intensidad, con una inefable dulzura de amor hacia nuestros hermanos y hacia todos los que se nos acercan.
El profeta Elías, al llegar a las puertas de la ciudad de Sarepta, se encuentra con una viuda que vive una situación de carencia. Esa situación le había quitado la esperanza. Se preparaba para hacer un último pan para sí y para su hijo con un puñado de harina y un poco de aceite, que todavía tenía, y después solo le quedaba esperar la muerte. Cuando Elías le pide, además del agua, un trozo de pan, la pobre mujer le confiesa su situación miserable. Pero él anímale a que no tema y a que le prepare un panecillo.
«Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.» (1 Re 17, 15-16)
Contra toda lógica, la mujer obedece. Su confianza le permite acceder a un lugar que está más allá de la estrecha contabilidad humana, al territorio de Dios, donde, paradójicamente, nuestra escasez es como un espacio sagrado donde se manifiesta la abundancia de su gracia. La confianza es el camino más directo para la comunión con Dios. Cuando osamos confiar, no hay ninguna miseria, sea cual sea, que nos destruya, sino todo lo contrario, la experiencia de la indigencia puede transformarse en un trampolín que nos pone en brazos de Dios como niños pequeños que confían en su papá. Como nos recuerda el salmo: Espera Israel en el Señor como un niño en brazos de su madre.
Llegar a un Monasterio es encontrar la paz: el claustro se presenta como lugar adecuado para, en el silencio y la oración, encontrar a Dios. Quedarse en el Monasterio es empezar la guerra, reabrir y profundizar la búsqueda.
Así ha sido para mí durante el año que llevo compartiendo la vida de la Comunidad Cisterciense de Santa María de Sobrado. Un año, en cierto modo, si no de guerra -no están los tiempos para usar la guerra ni como metáfora- sí de inquietud, de intranquilidad, de trabajo interior. He empezado una tarea de deconstrucción de mí mismo, de todo lo que fui o creí ser. He empezado a quitarme capas, como se hace con una cebolla, y a quitarme caretas, a dejar de ser mi propio personaje. He reabierto mis heridas para dejar que se curen. Se trata de ir buscando mi yo auténtico y de buscar a Dios, que no son tareas diferentes sino complementarias, pues -como dijo Agustín- Dios es interior intimo meo. Por tanto, mi llegada al Monasterio -en contra de lo que pueda parecer- no fue meta o culminación de nada, sino inicio de un camino.
Este Domingo oiremos un recuerdo de la Carta de la vida cristiana: El Amor a Dios y al Prójimo. Una comunidad que lleva a cabo esto es ya un comienzo del Reino.
Del texto del Deuteronomio que hemos oído proviene el comienzo de la oración cotidiana rezada aún en nuestros días por los israelitas religiosos. Este acto de fe israelita en el Único Dios, diferente a todas las falsificaciones humanas que nos sirven de ídolos, es el origen de la fe de Jesús y de la nuestra. Pero este Dios se ha hecho cercano a los hombres, para conducirlos a través de la historia hacia la libertad y la felicidad: Temerlo es amarlo con todas nuestras fuerzas, es entregar toda nuestra persona a su servicio y temer solo el faltar a su amor.
Nesta solemnidade de Todos os Santos, celebramos a santidade de Deus, non só nos homes e mulleres do mundo, senón en toda a creación, porque todo o que nace do amor en santo. Ademais celebramos a felicidade, porque santidade e felicidade van unidas de por vida. ¿Onde está a santidade e a felicidade?, ¿como a sentimos e a vivimos?, ¿cal é o seu lugar privilexiado? A santidade e a felicidade veñen de Deus ao corazón das persoas que viven abertas a gratuidade e a dispoñibilidade, nun servizo a comunidade humana buscando sempre o ben que faga felices aos fillos e fillas de Deus.
A felicidade segundo o sentir do mundo tal e como se entende en cada época da historia ten algunhas variantes, pero non moitas, sómente hai algo que a une: a felicidade e a despreocupación polo futuro e unha cegueira pola pobreza e miseria do seu entorno. Pero esa non é a felicidade como a entendía Xesús de Nazaré, vexamos: Nos tempos en que Xesús proclama as Benaventuranzas o perfil dunha persoa feliz sería un varón adulto, de boa saúde, casado cunha muller honesta e fecunda, con fillos varóns (as fillas eran un problema), unhas terras ricas, observante da relixión e respectado no seu pobo. Hoxe temos o mesmo perfil, só sobran a relixión, os fillos con un ou dous abonda; a ética e a moral se viven e comprenden daquela maneira ou de ningunha, e a falta de escrúpulos na maneira de enriquecerse. Para moita xente, por desgraza, isto é a felicidade.