La situación presente nos impulsa a revisitar nuestras creencias y dejarnos sorprender por lo que cada tradición formula sobre lo que atisba como Realidad suprema. La esencial bifurcación se da entre concebirla como un Ser personal o impersonal.
En el caso del cristianismo, la comprensión de Dios como tri-unidad, es decir, como un Ser cuya naturaleza está difractada en tres Personas nos abisma en una luminosa oscuridad. Atisbar que Dios, en su profundidad inaccesible y a la vez más próxima, es un flujo continuo desde un Fondo inasible (Padre) hacia la Forma (Hijo) y un retorno de la Forma (Hijo) hacia la No-Forma originante (Padre) en el dinamismo del Espíritu, no puede producirnos más que perplejidad sobre perplejidad, ya que continuamente y sin cesar el Uno está en el Otro de sí, en un éxtasis que llamamos amor.
Si Dios mismo es continua salida de sí dentro y fuera de sí mismo, ¿cómo podríamos instalarnos nosotros en una imagen sobre él?.
Javier Melloni, «Hacia un tiempo de síntesis»