El claustro, un paraíso de delicias

Dando vueltas antes de ayer por los claustros del monasterio y sentándome con la amadísima corona de mis hermanos, pareciéndome estar en un paraíso de delicias, me admiraba de las hojas, flores y frutos de cada uno de sus árboles. En aquella multitud no encontraba a nadie a quien yo no amara o de cuyo amor dudase; entonces me inundó un gozo superior a todas las delicias de este mundo. Sintiendo que mi espíritu se trasvasaba en todos y que el amor de todos se vertía en mí, exclamé con el profeta: ¡Ved, qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos!.

Amistad III n.82