Hoy compartimos contigo la bella homilía de la Vigilia Pascual:
Silencio. Espera. Avanza un pie crucificado. Da un paso. Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad. Entra en la eternidad. Ya se tocan cielo y tierra. El paraíso se nos abre. Puertas abiertas para siempre.
Era el primer día de la semana. Todo se mueve. Terremoto sin terror. Nuevo mundo sin diluvio. Su mano levantada acaba de soltar la paloma del espíritu, la paloma de la paz.
De repente un Dios despierto te despierta de tu sueño eterno. Un despliegue, una ola, un gesto divino, puro dinamismo sin fin. De repente rompe tu muerte, descoloca tus puertas cerradas por miedo. De repente abre tu tumba, la piedra que te mantiene encerrado. De repente se abren tus ojos, se abre tu boca. De repente se abre el camino hacia otros.
Todo se hace paz. Mira: sonríe. El día se abre con una sonrisa. El día abre tu complicidad, rompe tu complejidad. Todo se hace sencillo en el amor. Alisa las arrugas. Todo se hace joven, nuevo, fresco. Mira la creación: es nueva.
Se levantó… Ahí está con la mano levantada, la mano traspasada, la mano victoriosa. Es el Señor. Ahí está, despierto. Los ojos abiertos, iluminados por la luz del día sin fin. Ahí está, como en la proa del barco de la Iglesia, casta meretrix, pobre Iglesia humana, tan humana. Sigue abriendo la Iglesia en un aggiornamento perpetuo para ponerse al día de la resurrección. Ahí está como envuelto de viento impetuoso creando la nueva tierra y calmando el mar de tus resistencias.
Aquí tienes al hombre, este hijo del carpintero con la camisa remangada. A pesar de la cizaña de la cruz está sereno. Está en pie. ¡Qué sorpresa, qué cambio maravilloso! ¡Qué alegría! No tienes a un Dios desconocido. Nuestro Dios te mira con cara humana, te habla, te tiende la mano, te invita a seguirle en sus pasos. No estás solo. Somos muchos.
Si no lo reconozco por sus llagas, no creeré. Si el resucitado no es el crucificado, prometo no creer en él. Porque no puede ser mi Señor y Salvador. No puede ser mi Puerta y mi Pastor. Las puertas abiertas, las paredes del océano, se abren, pero no se van. Quedan allí. El dramatismo, la agitación, siguen allí. La resurrección no quita las llagas. El cielo no abandona el mundo. La montaña no renuncia a los valles. Hay que bajar. Hay que seguir caminando en el mundo. Hay que seguir trabajando por el Reino.
Jesús se levanta. Y levanta todo con él. Nada queda en el suelo. Todo se remueve por dentro, conmovido con él. Nada queda en el suelo. Todos miran al cielo. Su mano levantada dice: ¡Nunca más! Nunca más esas guerras y esas pateras, nunca más esa economía que mata y olvida, nunca más ese individualismo que diluye y que llora.
Jesús ha abierto el abismo. Responde a tu abismo con el abismo del amor divino. Su mano levantada apunta al cielo. Se trata de un último encuentro. Un encuentro definitivo. Un encuentro que lo definirá todo. El encuentro de un nuevo comienzo. Un encuentro contigo.
Sus ojos y su boca están abiertos. Ya no en espanto como antes. Ahora en sereno llamamiento. Van dirigidos a alguien, a ti. Te llama. Sigue llamándote por tu nombre… y de golpe sientes brotar en ti nueva esperanza, nueva alegría, nuevo sentido. Tres apodos cariñosos para el Santo Espíritu del Resucitado.
(Inspirado en Bert Daelemans)
Imagen: detalle de nuestro cirio pascual