De la homilía del Domingo III de Pascua:
Es lento el proceso para llegar a la fe en el Resucitado: las mujeres en el evangelio de Marcos; Tomás en el de Juan; los discípulos de Emaús en el de Lucas. No resulta fácil llegar hasta el “Eterno Viviente”. Al final llegamos a la convicción de que es algo que sólo puede ser captado, vivido y comprendido desde la fe que el mismo Resucitado despierta en nuestro interior. Si no experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección.
Es lo que hoy nos dice Lucas al describirnos el primer encuentro de Jesús resucitado con el grupo de discípulos. Entre ellos hay de todo. Los que están contando cómo lo han reconocido al cenar con él en Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La mayoría no ha tenido todavía ninguna experiencia. No saben qué pensar. Están perplejos…
El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma». En el interior de otros «surgen dudas» de todo tipo. Hay quienes «no lo acaban de creer por la alegría». Otros siguen «atónitos».
Así sucede también hoy. La fe en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi sólo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande?
Según el relato, Jesús se queda, come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento» para que puedan comprender todo lo que ha sucedido, que ya estaba anunciado en la Ley, en los Profeta y en los salmos. Quiere que se conviertan en «testigos», que puedan hablar desde su experiencia personal, y predicar no de cualquier manera, sino «en su nombre».
Lo inédito irrumpe de un modo tan ajeno a lo que conocemos que somos incapaces de reconocerlo. Las imágenes que tenemos nos sirven a la vez que nos privan para recibir lo que adviene.
La presencia de Jesús para María [Magdalena] y los discípulos había sido tan cercana, tan cálida, tan tangible. Pero era sólo el primer paso de un seguimiento que iba a llevarles mucho más lejos de lo que habían previsto, a un modo de comprender a Dios, a sí mismos y al mundo completamente distinto. Todo había desaparecido de pronto, sin darles tiempo a reaccionar.
Como María, también nosotros lloramos la pérdida de determinadas imágenes de Dios, así como asistimos a un duelo colectivo por la disminución de la relevancia del cristianismo. Nos cuesta sostenernos en el vacío. Esta tristeza nos impide reconocer las nuevas manifestaciones del Resucitado, con formas y nombres que no son los nuestros.
Lo Nuevo adviene de un modo inesperado y al mismo tiempo extrañamente familiar. Siendo el Totalmente Otro, es al mismo tiempo la mismidad de lo que siempre ha sido y somos sin saberlo. Por ello, nos conmueve cuando nos roza.
Necesitamos ser alcanzados en nuestra hondura, allí donde mente y corazón son uno, para recibirle y reconocerle no sólo resucitado, sino también resucitando.
(Javier Melloni)
Imagen: Arcabas, Los peregrinos de Emaús