Hoy celebramos con agradecimiento la presencia discreta, cercana y liberadora de Jesús Resucitado entre nosotros, como Pan de Vida y Bebida de Salvación.
Toda presencia gratificante es un don, un estímulo y una invitación. Necesitamos de presencias que dilaten nuestros horizontes, que alegren nuestras penas, que pongan esperanza en nuestra negatividad y realismo en nuestras vidas. Unas veces, porque nos urge experimentar que la vida es más alegre, más feliz, más positiva, de lo que realmente la vivimos. Otras, porque necesitamos vivir pisando el suelo, bien anclados en la humanidad que somos, como único modo de vivir desde Dios. Por eso una presencia amiga nos ayuda a resituar con realismo nuestras apreciaciones, tantas veces dañadas por una subjetividad herida.
Con respeto agradecido acogemos esta herencia de nuestros predecesores en la fe y en la esperanza. Como ellos, reverenciamos y adoramos el Pan y el Vino, como signos sacramentales de una presencia real que es recuerdo, cercanía, donación y consuelo para los que peregrinamos hacia la casa del Padre.
Hay una primera forma de esta presencia real de Jesús Resucitado en el Pan y en El Vino. Presencia viva, como memoria perenne, como compromiso real y como garantía de autenticidad. Esta presencia nos proyecta hacia los hermanos y hermanas recordándonos las palabras del Señor: «lo que hacéis a uno de estos mis pequeños hermanos, a mí me lo hacéis»; y nos invita a compartir como hermanos todo lo que tenemos y somos.
La presencia de Jesús en cada persona garantiza la presencia real del Señor glorificado en el sacramento, en el tabernáculo, en el Pan y en el Vino que adoramos. En el sagrario -presencia humilde y silenciosa- contemplamos su vida y nuestra vida, la vida de todos los seres humanos; recordamos sus misterios, que son nuestros misterios; actualizamos su proyecto, que deseamos sea el nuestro. En oración silenciosa y humilde, se va abriendo nuestro corazón a un amor que es ante todo donación, acogida, servicio, cercanía, libertad. Ante el tabernáculo, nuestra vida se va iluminando con su luz. También ante el sagrario, descubrimos admirados y agradecidos, que es Él el que realmente está allí presente, animando, impulsando, sosteniendo, abriéndonos a nuevas presencias, a nuevos proyectos, a nuevos modos de estar entre los hombres y mujeres de nuestro mundo, ofreciendo y compartiendo el don que cada uno hemos recibido, evangelizándonos mutuamente en el amor.
Hoy, Señor Jesús, hacemos memoria de tus presencias entre nosotros, presencias vivas de tu Espíritu que actúa en nosotros para que te reconozcamos en el «Partir el Pan», en el hermano que está a nuestro lado y en el que está lejos, en el que sufre y también en el que se alegra con las maravillas de tu amor. Estos son los verdaderos lugares de encuentro y los signos proféticos de tu presencia salvadora en nuestro mundo. Te reconocemos en el silencio humilde de los tabernáculos de nuestras iglesias, como presencia gratuita y acogedora, muchas veces olvidada. Agradecemos tus presencias que nos urgen a compartir lo que somos y lo que tenemos, conscientes de que sólo en la acogida y en el servicio a los hermanos concretos se manifiesta la sinceridad de nuestro agradecimiento.
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Imagen: Sagrario de nuestro oratorio. Puerta pintada por Xaime Lamas, monje de Sobrado