PERMITIR QUE LA VIDA SEA TRASTORNADA

Las parábolas revelan a Jesús como a un sabio maestro de cualidades extraordinarias. A fin de entender sus enseñanzas, necesitamos entender la naturaleza de lo que Él llama el Reino de Dios. Este reino no consiste en un lugar, una forma de gobierno, o aún las normas de Dios para controlar nuestras acciones y vida interior. No es una organización dentro de la cual podemos caber. Generalmente se introduce por medio de algún suceso – o serie de eventos – que cambian nuestras vidas.

Muchas de las parábolas describen situaciones en las cuales la vida de alguien es repentinamente trastocada. En estas parábolas Jesús parece decir que esta intrusión en la vida de uno es como el Reino de Dios se manifiesta a sí mismo. Permitir que la propia vida sea trastornada requiere un cambio en el corazón. Y un cambio en el corazón presupone un cierto desencanto con lo que habíamos estado considerando como felicidad. Las parábolas estaban dirigidas a personas que apenas estaban desprendiéndose de sus programas egoístas de felicidad y volviéndose conscientes de que existe una alternativa. No es fácil dejar ir a aquello que creemos es esencial para nuestra felicidad, aún en beneficio de participar del Reino de Dios.

El Reino de Dios irrumpe en el curso de nuestras ocupaciones habituales, negocios o vida familiar cambiando las situaciones. La forma como reaccionamos ante esa irrupción, es lo que determina si entramos o si pertenecemos al Reino de Dios. La disposición a permitir que Dios transite en nuestras vidas, haga trizas nuestros planes y los tire al cesto de papeles, es un buen comienzo. Estas dos parábolas enfatizan el hecho de que el Reino de Dios es lo que sucede. No es ninguna cosa que suceda. Es el hecho de la entrada de Dios a nuestras vidas en cualquier momento, cambiando las cosas alrededor, y nuestro consentimiento por la irrupción.

La semilla de mostaza es una de las más insignificantes y diminutas de todas las semillas. Pero cuando es puesta en tierra y se le permite crecer y madurar, se convierte en el mayor de todos los arbustos. Los pájaros vienen y hacen sus nidos en él. El mensaje es que, el Reino de Dios, como un grano de mostaza germinado, es increíblemente poderoso, aún y cuando su energía esté fuera del alcance de nuestras facultades. Con el tiempo la maduración de la semilla vendrá a pesar de las dificultades que parezcan estar abrumándola.

El Reino de Dios, con el consentimiento de la fe, tiene el poder de transformar; nos convierte en algo nuevo. Jesús dispone los principios, ofrece la invitación, estimula, y finalmente apela a nuestra libertad: “Si tú quieres, el Reino de Dios es tuyo. Pero tienes la responsabilidad de decidirte. Si escoges entrar, no tienes nada de qué preocuparte. El mal en ti no doblegará al bien que ha sido sembrado. En algún punto, la vida que ahora experimentas con tanto conflicto será transformada, y todos los males que te agobian desaparecerán”.

(Tomado de El Misterio de Cristo, de Thomas Keating)

Imagen: El sembrador de Vincent van Gogh

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