FE Y CONFIANZA

La marche sus les eaux

Escuchamos que para lograr algo en la vida hay que tener fe, que la fe “mueve montañas” y que tener una fe inquebrantable es una bendición. Escuchamos a hombres y mujeres “de poca fe” y también de personas que la descubren; de algunos que la “renuevan” y de otros que “han perdido la fe” ¿Acaso la fe es un don divino que les toca a algunos y a otros no? ¿Algo que se gana y se pierde en una misteriosa partida de naipes? ¿Algo que azarosamente se encuentra o se extravía como un enigmático camino reservado para pocos? Si bien la palabra nos remite en principio al mundo espiritual y religioso, el concepto de fe no está limitado al mundo de los creyentes de ninguna religión, aunque en muchas de ellas se los llame genéricamente “los fieles” y en algunas otras se utilice el inquietante mote de “los infieles” a los que no creen en lo que yo creo.

Se asocia naturalmente, dentro y fuera de lo religioso, a la fe con “creer” y, sin embargo, la fe es mucho más. El que tiene fe no solo cree, el que tiene fe sabe, confía, está seguro, tiene la certeza de que las cosas, los demás, uno mismo y Dios obrarán en concordancia con lo que cree. Si bien “confiar” es obrar “con fe”, coloquialmente reservamos ese término para los asuntos más terrenales y aquel para los divinos aunque su separación sea solo pragmática. Si tengo fe en algo o en alguien, creo en ese proyecto, confío en esa persona, en su lealtad, en su palabra, en su capacidad, en su amor… y esto es tan importante que, en una pareja, la confianza mutua es por fuerza uno de los valores sobre los cuales se pueden construir una relación trascendente (los otros dos pilares son la atracción y el amor).

Quien confía apuesta, pone todas sus fichas en el casillero del vínculo, tiene fe en otro, en un proyecto o en sí mismo y sus recursos. A quienes entran en nuestro círculo de confianza les deparamos las muestras de afecto más espontáneas, confesiones, pedidos de consejo o de ayuda, abrimos para ellos las puertas del corazón para hacer más amplio nuestro mundo interior. Y es más que lógico que sea así, porque solo cuando confiamos podemos “bajar la guardia”; solo en confianza podemos mostrar nuestras partes más vulnerables, el saber (o presumir) que esa acción no será utilizada para hacernos daño. Dice Joseph Zinker: “la magia del amor es que quien te ama sabe qué debe hacer o decir para herirte mortalmente y nunca lo hará”. Paradójicamente, son los que pueden confiar los que se sienten más seguros, los que son más abiertos, los que permiten que quienes los rodean enriquezcan cada momento de sus vidas, como el arroyo que recibe lo que le brindan las orillas y corre alegre hacia el mar acompañado de todo aquello que encuentra a su paso.

Pero claro, no todo es sencillo. Desde el punto de vista más biológico lo natural es la confianza; nacemos confiados (¿de qué otra forma podríamos llegar al mundo siendo al nacer la especie más vulnerable de la creación?). Los desconfiados no nacieron tales: alguna vez fueron defraudados en su confianza, fueron engañados, estafados, mal amados, y a partir de ese momento proyectaron sobre todos el prejuicio de “no confiable”, siendo cautelosos, ocultando, estando a la defensiva desde el principio y poniendo a prueba al que se acerca, esperando ser defraudados nuevamente… perdiendo un tiempo valiosísimo. El desconfiado comprime sus ganas de compartir con el otro, aplica injustamente la historia pasada sobre todos, consiguiendo que los más confiables terminen cansándose y se alejen.

El valor del otro como persona, la confianza en su palabra, en su compromiso, en su capacidad de cumplir un pacto, se ha ido deshaciendo como los dibujos en la arena, arrastrados por los miedos, la incertidumbre y las defraudadoras experiencias que hemos padecido después de confiar. Es urgente recuperar el valor de los principios morales para que los cimientos de la confianza vuelvan a ser la base de las relaciones interpersonales. La fe, en el mejor y más espiritual de los sentidos es más aún. La fe es una fuerza poderosa que permite que muchas ideas singulares, válidas para los que las comparten, formen parte de la vida y signifiquen algunas acciones cotidianas, ciertas elecciones y la mayoría de las decisiones. La verdadera fe es capaz de sostener el alma de los creyentes, orientar sus actos cotidianos y también ayudar a aceptar o superar del mejor modo los inconvenientes e incertidumbres de la vida.

La fe es la antorcha que, una vez encendida, ilumina a todos y cada uno de los que se animan a sostenerla. Cuidar que su fuego no se apague es, también, parte de la aventura de andar por la vida con la fe como motor y bandera. Confianza y fe, dos cosas para no olvidar. No se trata de elegir sino de sumar. Dicen los sufís: “Ten fe en Dios, y a pesar de eso, ata tú mismo el caballo”.

(Texto de la Capellanía Católica de la Cárcel Modelo de Barcelona)

Imagen: La marche sur les eaux, de f. Éric (Taizé)

2 comentarios en “FE Y CONFIANZA

  1. jose juan galve dijo:

    Solamente agradecer a la Comunidad de Santa María de Sobrado y a su Prior, la «sensibilidad» de publicar uno de los textos semanales, con los que se trabaja en la 4ª galería de la cárcel Modelo. A través de este y otros textos pretendemos dos sencillos objetivos: » Hacer presente a Cristo y a la Iglesia en el mundo de la prisión» y «Evangelizar y humanizar el Centro Penitenciario, anunciando la Buena Noticia y ayudando a los internos a desarrollarse como personas».
    Gracias desde el corazón.
    Capellanía católica de la prisión Modelo de Barcelona

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