El Evangelio de hoy (Mc 6,7-13) me trae a la memoria aquellos pasajes de los Evangelios en los que se habla de que Jesús estaba “fuera de sí”, “poseído por un demonio”… o “duras son estas palabras, ¿Quién podrá creerlas?…” Su familiares fueron a buscarle; también su madre y sus hermanos. Nosotros no lo decimos, pero en el fondo sabemos que lo que Jesús proclama es de locos.
Por ejemplo: Nos preocupamos mucho de que la Iglesia cuente con medios adecuados para cumplir eficazmente su tarea: recursos económicos, poder social, plataformas eficientes. Nos parece lo más normal. Sin embargo, cuando Jesús envía a sus discípulos a prolongar su misión, no piensa en lo que deben llevar consigo, sino precisamente en lo contrario: lo que no deben llevar. Nos imaginamos hacer un viaje preocupados de lo que no tenemos que llevar…
El estilo de vida que les propone es tan desafiante y provocativo que pronto las generaciones cristianas lo suavizaron. En el fondo suavizar, en este asunto es claudicar ¿Qué hemos de hacer hoy con estas palabras de Jesús?, ¿borrarlas del evangelio?, ¿olvidarlas para siempre?, ¿tratar de ser también hoy fieles a su espíritu? ¿Convencer a Jesús de que lleva un camino que no le llevará muy lejos?
Jesús pide a sus discípulos que no tomen consigo dinero ni provisiones. El «mundo nuevo» que él busca no se construye con dinero. Su proyecto no lo sacarán adelante los ricos, sino gente sencilla que sepa vivir con pocas cosas porque han descubierto lo esencial: el reino de Dios y su justicia. ¡De locos!
No llevarán siquiera zurrón, al estilo de los filósofos cínicos que llevaban colgando del hombro una bolsa donde guardaban las limosnas para asegurarse su futuro. La obsesión por la seguridad no es buena. Desde la tranquilidad del bienestar no es fácil crear el reino de Dios como un espacio de vida digna para todos. Sus seguidores irán descalzos, como las clases más oprimidas de Galilea. No llevarán sandalias. Tampoco túnica de repuesto para protegerse del frío de la noche. La gente los debe ver identificados con los últimos. Si se alejan de los pobres, no podrán anunciar la Buena Noticia de Dios a los más necesitados.
Para los seguidores de Jesús no es malo perder el poder, la seguridad y el prestigio social que hemos tenido cuando la Iglesia lo dominaba todo. Puede ser una bendición si nos conduce a una vida más fiel a Jesús. El poder no transforma los corazones; la seguridad del bienestar nos aleja de los pobres; el prestigio nos llena de nosotros mismos y nos causa sufrimiento y amargura.
Jesús imaginaba a sus seguidores de otra manera: liberados de ataduras, identificados con los últimos, con la confianza puesta totalmente en Dios, curando a los que sufren, buscando para todos la paz. Sólo así se introduce en el mundo su proyecto. ¿Optamos por la locura que predica Jesús o por la cordura de los bien pensantes buscadores de “la cultura del bienestar” que solo se preocupa de pasarlo bien, pasando y pisando a los que nos lo impiden?
Imagen: La misión de los discípulos (Iglesia del Colegio San Lorenzo, en Roma)
Creo en la necesidad de ser valiente y optar por la radicalidad de Jesús y su mensaje. Hoy en día me veo con la intención de tomar mis cosas y seguir el Camino de la Caridad. A mí, no me satisface tal como está «montada» esta sociedad donde, cada poco, se pisan los derechos humanos más básicos…donde los pobres están excluidos de todo tipo de promoción y donde el ser humano contiene en su interior una gran carga de alienación. Lucho, intento…consigo pequeñas victorias cotidianas…pero, solo soy un grano de arena. Aún así , me reconforta el Mensaje Evangélico y procuro «coger mi cruz y seguir a Jesús».
Quiero seguir ese camino radical de Jesus pobre.