MIRADA INTERIOR Y COMPASIVA

Icono Xto. Sumo y eterno Sacerdote (Portuglal) 2

Jesús de Nazaret lo vivía todo desde la compasión. Era su manera de ser, su primera reacción ante las personas. No sabía mirar a nadie con indiferencia. No soportaba ver a las personas sufriendo, era algo superior a sus fuerzas.                                                                                                                                                                   (J. A. Pagola)

En todos los Evangelios se nos presenta el interés y la dedicación de Jesús por las gentes. Él siempre va más allá de las apariencias externas. Imaginémonos por un momento que damos un paseo por el campo disfrutando de toda la belleza que nos ofrece, si nos quedamos en una mirada meramente estética y meramente externa, corremos el riesgo de perder la otra cara, tal vez menos amable del paisaje campestre: la de los campesinos y ganaderos de quienes dependen los ingresos de la clase acomodada. A veces nos da miedo mirar la realidad de frente y el miedo está en que al mirar el paisaje campestre, ignoremos aspectos cruciales de la existencia, e incluso, en cierto sentido, olvidemos la explotación de los sirvientes, campesinos y ganaderos. También puede estar en juego un asunto más personal: podríamos caer en el error de tener una concepción tan idealizada de algunas partes de la vida, que nos hagan incapaces e insensibles con el orden real de la existencia. Y lo que decimos de los labradores y ganaderos sirve para todo el mundo laboral.

A veces no hacen falta drogas para evadirnos de la cruda realidad, basta con cerrar los ojos del corazón. Pero los ojos de Dios siempre están abiertos y las palabras de los profetas siguen denunciando: «¡Hay de los pastores que dispersan y dejan perecer a las ovejas!». Y también las palabras de consuelo que nos hablan de un Pastor que reúne y consuela al rebaño disperso: «Yo mismo reuniré al resto de mis ovejas… ya no temerán ni se espantarán».

Siempre, pero de un modo especial, en el Evangelio que se nos ha proclamado, se nos pide que tengamos abiertos los ojos para ver la realidad sin disfraces ni máscaras. Aprender a mirar como Dios mira la vida, como la miraba Jesús, como la miran las gentes de limpio corazón. Si nuestra falta de sensibilidad puede hacer que un paseo por el campo nos oculte aspectos menos amables que nos puede ocultar su belleza, un corazón ciego está incapacitado para ver más allá de su propio egoísmo. Incluso cuando nos reunimos para analizar las causas del deterioro social y de la crisis eclesial; mientras discutimos sobre la posición que ha de tomar la Iglesia en una sociedad secularizada; mientras nos descalificamos unos a otros hay muchas ovejas sin pastor.

Jesús de Nazaret nos da la medida de la compasión y de la misericordia, de la acogida sin límites. Aquellas gentes que se sentían abandonadas por el Dios del Templo y por las autoridades religiosas. Aquellas gentes sucias y malolientes, impuras desde su nacimiento, parias de la vida, hambrientas no sólo de pan, sino de gestos de cariño, de ternura, de palabras amables, palabras que les devuelvan su dignidad como personas, palabras que les devuelvan la fe y la esperanza en un Dios al que sienten lejano, ajeno y ausente de sus vidas y de sus problemas. Y Jesús siente lo que padecen, siente su orfandad, nunca las abandonará. Las ve llegar ansiosas, perdidas, «como ovejas sin pastor»: gentes sin guía para descubrir el camino, sin profetas para escuchar la voz de Dios, sin sacerdotes que les den el abrazo fraterno, sin políticos que se interesen por su indigencia. Y sintió lástima de ellas, sus entrañas se conmueven y se manifiesta en Él lo más profundo del corazón de Dios: la compasión, sus entrañas maternas y misericordiosas ante las situaciones más desesperadas a las que puede llegar el ser humano. Jesús asume los sentimientos del Padre haciendo de su corazón la tienda del encuentro, la casa de acogida donde todos podrán encontrar reposo y consuelo, palabras de vida para su existencia maltratada: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso».

El trabajo apostólico es duro y fatigoso y vemos como Jesús ve la necesidad de que el obrero evangélico tenga sus momentos de descanso, incluso de fiesta. Y más en los tiempos que corren donde todo está envuelto en una vorágine vertiginosa. Necesitamos el descanso y la fiesta para eliminar las toxinas de nuestro corazón porque pueden llegar a envenenarnos y dejarnos ciegos y sordos para ver, sentir y escuchar el grito desgarrador del mundo.

Y nunca nos olvidemos, como veíamos al principio de la reflexión, que detrás de un hermoso paisaje campestre hay otra realidad: mucho trabajo, mucho sudor y lágrimas de labradores y ganaderos explotados sin misericordia, como en otros campos de nuestra sociedad en el que el valor de la vida de las personas se reduce a producción, eficacia y rendimiento laboral en condiciones a veces de verdadera explotación y esclavitud.

Jesús nos invita al descanso, no como huida de los problemas, sino como medida eficaz para fortalecer nuestro compromiso evangélico y estar siempre dispuestos a acoger a todos los que se sientan abandonados y perdidos.

Imagen: Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote (detalle). Pintura de Xaime Lamas.

3 comentarios en “MIRADA INTERIOR Y COMPASIVA

  1. Rafael Astor Casalderrey dijo:

    Me ha emocionado oír esta homilía, tan necesaria . Creí que nunca la oiría
    Solamente digo, Gracias Xaime, gracias Comunidad de Sobrado, muchas gracias.

  2. Luis Martínez Sánchez dijo:

    «…si me falta el Amor nada soy…» Creo necesario el ir por la vida con los ojos bien abiertos a las necesidades de mi prójimo. Jesús, el buen Pastor, así nos lo indica y es necesario tener en cuenta sus palabras y optar por una existencia de compromiso con los débiles y necesitados. Para ello, no nos debemos engañar con las visiones simplistas de los problemas sociales. Todo, absolutamnete todo, debe ser tamizado por la justicia y el amor.

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