Hoy hace exactamente tres semanas se nos recordaba que serían 5 domingos los destinados al Capitulo 6º del evangelio de S. Juan, teólogo de la Eucaristía. Juan nos narra en este capítulo 6 el discurso del Pan de Vida que pronuncia Jesús en la Sinagoga de Cafarnaúm. Hoy efectivamente estamos en el tercer domingo de esos cinco.
Lo primero que se me vino a la cabeza al leer este texto es la universalidad de la palabra de Jesús expresada claramente en sus palabras del evangelio recién proclamado.
La afirmación de si de ser el Pan de Vida eterna, con lo que significa el YO SOY de fuerte resonancia veterotestamentaria… tiene que ser entendida como dice después Jesús como el comer su Carne. Y beber su sangre. Explica que es su carne para la vida del mundo. La palabra carne hace referencia a lo material, a lo que es típicamente humano. Pero esa totalidad que refuerza al hablar de su sangre, con lo que ello significa para el judío, hace pensar que el Jesús entero no puede ser entendido sin la recepción de su palabra, reveladora de su propia identidad y de la nuestra, reveladora de lo que es y lo siente el Innombrable; palabra que además aporta lo que es esencial en su lenguaje que es el AMOR, expresado en el mandamiento nuevo. Todo ello revelador del corazón del Padre, del Uno, del que Es, del Principio fundante. Ese cuyo nombre no podía pronunciar al judío y al que él se atreve a llamar “Abba Papá” Paíño, que diríamos tiernamente en gallego.
Es precisamente el comer su Palabra, que es elemento esencial de su ser entregado por nosotros, que además tiene claros precedentes en el A. T., lo que hace a Jesús universal. No solo un personaje para Occidente, una creación cultural y limitada localmente. La palabra fundante de toda la predicación de Jesús es la del amor a los demás. No los demás judíos sino los demás del mundo entero. De tal manera que si se comprende y se vive este precepto, todo el A. T. y el N. T. carecen de importancia. Así pues, todo el que ama, no importa de donde proceda, todo el que ama como diría luego S. Juan ha nacido del Padre porque el Padre es amor. Aquí está el único, pienso, punto posible para la unión de todas la religiones. El amor ha dicho Einstein, “incluye y gobierna a todas las otras y que incluye y gobierna a todas las otras y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo es la fuerza más poderosa del universo entero y aun no haya sido identificado por nosotros” ese amor sido puesto por Dios, en nuestro corazones, los de todos los hombres y Cristo Jesús se revelará al que ama de una manera o de otra. “he venido para que todos tengan vida” “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
Otra idea acerca del evangelio: Jesús según Juan y esto es uno de los grandes temas de su evangelio, Jesús, digo, es un ser totalmente humano dentro de su familia, y así lo sabían los de su pueblo: ve, come, oye, habla, se emociona, se enfada, se muere de miedo ante la muerte, tiene un principio de falta de fe en la cruz, experimenta los dolores más terribles y el abandono de sus amigos, igual que el sufrimiento de cualquiera de nosotros. Dios se está haciendo humano en Jesús. Él es la encarnación del Verbo divino, de la Palabra creadora de Dios. Esta idea de la humanidad de Jesús, que tanto entusiasmó a nuestra Teresa de Ávila, la insiste el evangelio para refutar al gnosticismo y concretamente al docetismo ya imperante en la época de la redacción de los evangelios, que negaban la humanidad de Jesús, su lado material, que de ningún modo podía acoger lo divino, lo sobrenatural, su propia cualidad de Hijo de Dios. A esto el evangelista lo llama el anticristo ya entre nosotros: el que lo divino oculte lo humano, lo totalmente humano, lo perfectamente humano que fue Jesús. El pan de vida que nos da es no ya su cuerpo sino su carne, para que no haya ninguna duda (sentido judío de carne, Sarx) y en otro pasaje añadirá su sangre, es decir su identidad más profunda.
Un Jesús solo divino no podría ser modelo para nadie. Sería inalcanzable. Lo mismo que un Jesús solamente humano no hubiera podido llevar a cabo la redención. Precisamente para eso, para ser modelo alcanzable se hace hombre, y se somete a todo lo que se puede someter el hombre, para mostrarnos en esa su perfecta humanidad la posibilidad de la madurez en ella. Jesús fue el hombre perfecto, el hombre que Dios quiere seamos todos, tal como él nos ha concebido.
Así pues dirá un conocido teólogo «todo el que piensa que para acercarse a Dios tiene que alejarse de lo humano ( lo que antes se tenía por ser santo) solo el que piensa eso ha deformado a Dios, a Jesús hasta el extremo de hacer imposible creer y relacionarse con el Padre del que Él nos habla”.
La idea de ser santo en el sentido antiguo, aún vigente en algunos sectores de la Iglesia, es solo fuente de frustración, desasosiego, falsedad y en definitiva neurosis. En la sencillez de lo humano en el sentido de Jesús, está nuestra verdad y nuestra salvación. En la sencillez de lo humano entra la tentación, el pecado y la lucha continua contra todo lo que nos frena en el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones para ser comunicado.
Un último punto de meditación sobre el evangelio es que ese pan que da Jesús para la vida del mundo, es el que se reparte cada día en nuestras Eucaristías. El amor llama irremisiblemente a otro o a otros. Comemos el Pan cada domingo en un banquete que es la Eucaristía en el que todos comen y beben lo mismo. ¿Existe algún banquete en el que cada comensal coma algo diferente a los otros? Y ese banquete llama al gozo, a la comunidad, a la relación de amistad más profunda.
Dirá otro teólogo actual: «Hemos convertido la Eucaristía en cosa sagrada y encuentro personal con Dios, olvidándonos que es sobre todo sacramento, o signo del amor y de la entrega a los otros”. El fin de la Eucaristía no es tanto el consagrar un trozo de pan, cuanto hacer sagrado consagrar a todo ser humano, identificándolo con Dios mismo y haciéndole objeto de este servicio y adoración.
Termino con una frase de este mismo teólogo: ”nos empeñamos en que en la eucaristía el pan se convierta en Jesús, pero la enseñanza del evangelio es lo contrario, Jesús se convierte en pan. Al celebrar la eucaristía no tengo que convertirme yo en Jesús sino en pan, como Él, con el que todos me coman.”