UN GRITO EN LA NOCHE CERRADA

Rima Salamoun 4

….

Siempre solemos decir que tal a cual relato evangélico es el más bello, es el que va más a las profundidades del ser, es el que nos llena de alegría, etc. Hoy se nos proclama un texto de San Marcos (10,46-52) que  nos puede llevar por dos caminos: El primero es hacer una lectura literal que hace que, una vez más, admiramos la bondad y el poder taumatúrgico de Jesús de Nazaret y no vayamos más allá del texto. La segunda lectura tiene que hacernos llegar al corazón del relato para que nos muestre toda la riqueza que esconde y que  nos lleve más allá de su literalidad, más allá del relato en sí.

Bartimeo, lo mismo que Zaqueo (eran paisanos), son una parábola de la degradación de la vida. Hay algo más en ellos que una ceguera física y que una pequeña estatura. Lo que les ocurre a estos dos personajes está en su “hombre interior”, los dos están incapacitados para ver a Jesús, es decir: están incapacitados para ver el Camino, la Verdad y la Vida. Y los dos, por su situación personal, se sienten atados y esclavizados. Zaqueo lo tiene todo pero, en el fondo está vacío, no tiene vida, su riqueza lo aplasta, carece de estatura moral. Bartimeo llegó en su vida a un grado de postración y desesperación que se deja vencer, se aparta del camino de la vida y se deja caer en tierra sin esperanza de recuperar la alegría de sentirse vivo. Bartimeo y Zaqueo viven en una oscura cueva, su vida es una noche cerrada.

Hay cegueras interiores que nacen de la ambición, de las ansias de poder que nos llevan a querer controlar y dominar todo. Ese no es un  buen camino porque  nos lleva a los falsos mesianismos, a querer ser grandes visires, que la vida y la muerte dependan de nuestra palabra y, lo que es peor, de nuestro capricho. Aspirar a mejorar la vida es legítimo, pero no a cualquier precio. Cuando la aspiración se tuerce por malos caminos, por no importa qué precio a pagar y qué consecuencias acarrea nuestra ambición, nuestro interior se llena de tinieblas, nos ciega y nada de lo que les ocurra a los demás, con tal de conseguir el objetivo de nuestros deseos, nos importa. Nuestra ceguera nos convierte en una cueva en donde vive una alimaña dispuesta a pisotear a todo el que pretenda arrancarnos de la vida que nos hemos programado para nuestra comodidad y bienestar, a costa de la vida, pobreza y miseria de los otros. La ambición acarrea dentro de sí todos los fantasmas de imaginarios peligros. El ambicioso es suspicaz, mentiroso, corrupto, insociable e insaciable. En definitiva, la ambición nos lleva a padecer la peor de las cegueras: la insensibilidad, la indiferencia, la frialdad, la insolidaridad.

Si no cuidamos nuestro hombre interior podemos acabar en las peores tinieblas interiores. La vida  no es algo que nos viene desde fuera, cada uno de nosotros tiene que alimentarla en lo más profundo de sí mismo. Cuidar el deseo de vivir, de ver, de poder caminar, de abrazar, de amar, de compartir, de construir, de ser solidarios, de devolver todo el amor recibido, de reparar toda injusticia hecha por nuestra torpeza, de sentir que el perdón destierra nuestra tinieblas interiores y nos llena de luz; de desterrar todo mal celo, toda envidia. Es la mejor manera de sentirnos vivos, de ser hijos de la luz, hijos del día. No olvidemos nunca que es un error pensar que todo acabó, que mi postración no tiene remedio y que es inútil seguir luchando. Ni el pasado, que ya no es, ni el futuro, que tampoco es, nos pueden abrumar con su peso imaginario. El tiempo presente, nuestro hoy, es nuestra verdad, en él tenemos que leer nuestra vida, es el que  nos puede dar respuesta de nuestra situación vital, de nuestro hombre interior. Es el tiempo en el que podemos actuar, pensar, decidir, ilusionarnos con algo nuevo, hacer renacer la esperanza que está llena de luz y de posibilidades. La ceguera interior se cura si los oídos de nuestro corazón perciben el paso de la VIDA y hace que nuestro grito estalle con la fuerza de un volcán: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!»

Bartimeo y Zaqueo son hermanos en su miseria. La vida cegó a uno, la ambición y la corrupción empequeñeció al otro. Cada uno vivía en su cueva particular. Bartimeo dejó de luchar, fue devorado por un mar insaciable que, cuando le arrebató la vida, lo arrojó al borde del camino, sin fuerzas para seguir viviendo. Zaqueo estaba aplastado por una riqueza ganada con injusticia y corrupción. Un día comprendieron que las cuevas son para las alimañas, que en ellas no está la vida de un ser humano. Los dos sintieron la necesidad de acercarse a Aquel que tiene poder de salvar, de liberarlos del peso de sus cadenas y devolverles la libertad, la luz y la paz.

Imagen: pintura de Rima Salamoun (Siria)

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.