LA RECONDITÍSIMA

Madre de Císter

Celebramos hoy la festividad de Todos los Santos, la Santidad de Dios en la Humanidad, en los hombres y mujeres de ayer, de hoy y de siempre. La Santidad de Dios se manifiesta en cada uno de nosotros, y por ello celebramos también hoy nuestra santidad y nuestra fiesta. Todos estamos llamados a la santidad, es decir, a que se transparente en nosotros lo que ya somos desde siempre en el corazón de Dios: sus hijos amados y predilectos. Y, sin ninguna duda, tenemos en María el espejo de nuestra santidad, válido en todo tiempo y lugar.

Thomas Merton, monje de nuestra Orden, cuyo centenario estamos celebrando, nos ha dejado escrita su experiencia vital de María, que puede servirnos para poder contrastar nuestro camino hacia la santidad.

Así dice Merton:

«En la real y viviente persona humana que es la Virgen Madre de Cristo, están toda la pobreza y toda la sabiduría de todos los santos. La santidad de todos los santos es una participación en su santidad; porque, en el orden que Él ha establecido, Dios quiere que todas las gracias lleguen a los hombres a través de María.

El vacío de sí mismo, la soledad interior y el sosiego sin los cuales no podemos colmarnos de Dios, le pertenecen sólo a ella. Si alguna vez conseguimos vaciarnos del ruido del mundo y de nuestras pasiones, ello ocurre porque ella se nos ha aproximado y nos da participación en su santidad y reconditez.

Ella sola, entre todos los santos, es en todo incomparable. Tiene la santidad de todos ellos y, sin embargo, no se parece a ninguno. Con todo, podemos hablar de ser como ella. Este parecido a ella no es sólo algo que se desea, sino que es lo único digno de nuestro deseo.

Es muy adecuado hablar de ella como de una Reina y obrar como si se supiera lo que significa decir que tiene un trono por encima de todos los ángeles. Pero esto no debe hacer olvidar a nadie que su máximo privilegio es su pobreza, y su máxima gloria es el ser reconditísima, y la fuente de todo su poder es el ser como nada en la presencia de Cristo, de Dios.

Por ser ella, entre todos los santos, la más perfectamente pobre y la más perfectamente oculta, la que no tiene absolutamente nada que intente poseer como propio, puede con la máxima plenitud comunicar al resto de nosotros la gracia del Dios infinitamente generoso. Y lo poseeremos más verdaderamente cuando nos hayamos vaciado de nosotros mismos y consigamos ser pobres y ocultos como ella, y así nos parezcamos a Él pareciéndonos a ella. Y toda nuestra santidad depende de su voluntad, de su placer. Aquellos que ella desea que compartan el gozo de su pobreza y sencillez, aquellos que ella quiere que estén ocultos como lo está ella, son los que llegan a ser los más grandes santos a los ojos de Dios.

Es, pues, una gracia sin medida, y un gran privilegio el que una persona que vive en el mundo en que hemos de vivir pierda súbitamente todo interés en las cosas que absorben la atención de ese mundo y descubra en su alma un apetito de pobreza y soledad. Y el más precioso de todos los dones de la naturaleza o la gracia es el deseo de ocultarse y desaparecer de la vista de los hombres, ser tenido en nada por el mundo, ser borrado de la propia consideración y desaparecer en la nada en la inmensa pobreza que es la adoración de Dios.

Este vacío absoluto, esta pobreza, esta oscuridad encierra el secreto de todos los gozos, porque está llena de Dios. Buscar ese vacío de sí mismo es la verdadera devoción a la Madre de Dios. Hallarlo es hallarla a ella. Y estar escondido en sus profundidades es estar lleno de Dios, como ella está llena de Él, y compartir su misión de llevar a Dios a todos los hombres.

Y es necesario que todo el mundo la reconozca y acate, y que se canten las alabanzas de la gran obra de Dios en ella, y se construyan catedrales en su nombre. Pues si no se reconociere a Nuestra Señora como Madre de Dios y como Reina de todos los santos y ángeles y como la esperanza del mundo, la fe en Dios quedaría incompleta.

Así, cuanto más ocultos estemos en las honduras donde se descubre su secreto, tanto más querremos alabar su nombre en el mundo y glorificar, en ella, al Dios que hizo de ella su resplandeciente tabernáculo.»

Hermanos, en esta solemnidad de Todos los Santos, se nos recuerda que en el interior de nuestras vidas, a pesar de todo lo que estamos viviendo –nuestros sufrimientos, fracasos, desesperanzas, etc.- ahí hay una Fuente, hay una Luz, ahí está la santidad, en Santa María Virgen, la Madre de Dios, nuestra Madre, la reconditísima.

Imagen: Madre de Císter. Icono pintado por Xaime Lamas, monje de Sobrado.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.