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Jesús contesta a Pilato: «Tú lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18,37).
La verdad, más que una fría pregunta intelectual, corresponde, para muchos de nosotros, a una búsqueda existencial. Algo así como si nos preguntáramos: ¿Dónde está el meollo de la vida? ¿Cuál es el camino para acceder al que el evangelio llama el tesoro escondido?
San Bernardo, desde su experiencia como monje, desarrolló una doctrina sobre la verdad. Para él, el camino para llegar a la verdad es la humildad. Lo que nos aleja de la verdad es el desconocimiento de nosotros mismos y el consecuente orgullo.
Para Bernardo, el conocimiento proprio, que está en la raíz de la humildad, es el primer grado de la verdad. «La verdad ha de ser buscada antes en nosotros que en los prójimos… Sé consciente de la facilidad con que eres tentado, de lo propenso que eres para pecar, y con este conocimiento personal te harás manso, y te acercarás a socorrer a los demás con espíritu de suavidad.» Este primer grado consiste en adquirir el conocimiento de la propia fragilidad o miseria. Ser capaz de mirarse desnudo, sin máscaras, aceptar su propia deformidad y abrirse a la experiencia de palpar a Dios en su frágil carne, el cielo en su tierra (humus). Al primer grado de la verdad corresponde la bienaventuranza de los mansos, es decir: los humildes, los que encuentran paz y mansedumbre en la aceptación de su realidad.
El segundo grado de la verdad es el conocimiento de los otros por vía de la compasión. «Son el enfermo y el hambriento los que se compadecen más profundamente del enfermo y del hambriento, porque lo están viviendo en sí mismos. (…) Para que a causa de la miseria ajena tu corazón se haga capaz de acoger esa miseria es necesario que primero conozcas tu propia miseria, para que encuentres el corazón del prójimo en tu propio corazón y, partiendo de tu propio conocimiento, comprendas de qué manera puedes ayudarle a él». A este segundo grado de la verdad le corresponde la bienaventuranza de los misericordiosos, los que se acercan a los otros desde su corazón.
El tercer grado de la verdad es la verdad en sí misma, que se nos ofrece en la contemplación. «Purificados en lo íntimo de sus corazones con la caridad fraterna, se deleitan en contemplar la Verdad en sí misma…» Al tercer grado de la verdad le corresponde la bienaventuranza de los puros de corazón, que tras haber conocido la humildad y la compasión, en ellas contemplan al Dios vivo.
Para Bernardo, si la humildad conduce a la verdad, ésta es inseparable del amor. Amor que se expresa en la aceptación la propia realidad, que se expresa en la fraternidad, aceptando las debilidades del otro como si fueran suyas, y que se expresa en la búsqueda de Dios, fuente del amor y de la misericordia. No hay verdad sin amor. El amor de la verdad se convierte en la verdad del amor. «Estoy dotado de razón, soy capaz de la verdad; pero ¡ojalá no lo fuese si me faltase el amor del verdadero!» En Bernardo, todo está en función de la escuela de la caridad o del amor – así llamaban los primeros cistercienses a la comunidad monástica.
Jesús, en la humildad de nuestra carne, reveló que Dios vive en el corazón humano herido, que sobre él derrama el bálsamo de la misericordia, y que en los cimientos de la fraternidad están las nupcias de la herida con la gracia. Humildad, compasión y contemplación, frutos de la gracia, son características de la nueva fraternidad inaugurada por Jesús – el testigo de la verdad. El icono de la nueva fraternidad es el crucificado, nuestro Rey y Señor.
Imagen: obra de Enrique Mirones, monje de Sobrado
Que verdad tan grande. La humildad, compasión, amor….que fácil sería la vida así y cómo la complicamos.
Gracias por sus reflexiones, ayudan en esta vida tan…..
Un abrazo
Sim, que fácil seria a VIDA assim… na HUMILDADE!
Gracias por vossa presença fraterna.