Oh Llave de David
y cetro de la casa de Israel,
que abres y nadie puede cerrar,
cierras y nadie puede abrir.
Ven a librar a los cautivos
que viven en tinieblas y sombras de muerte.
Ven a librar
a los cautivos que viven en las tinieblas…
Pondré sobre sus hombros la llave de la casa de David: lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá. (…) Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vender los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, (Is 22,22; 61,1).
El cautivo eres tú, soy yo, son todas las personas que en el sendero, en la casa de este mundo, necesitamos luz para caminar hacia el horizonte de la vida: la amistad con el dueño de la casa. Los cautivos son tantos otros que difícilmente vislumbran la luz en sus cotidianos. La Llave de David quiere hacer morada en nosotros para que la Buena Noticia sea palpable en este mundo.
Estamos viviendo un nuevo Adviento durante el cual Dios viene… se hace presencia viva y amorosa entre los hombres. Él entra en nuestra «casa» y toma nuestro mismo «traje» para que podamos reconocer su amor. Él tiene las llaves para abrir y para cerrar. Es él quien tiene las llaves de la casa. La casa de tu corazón.
En la sociedad en que vivimos no faltan los estímulos que nos provocan para vivir «por fuera», para descuidar la fuente de la vida que es nuestra interioridad, el corazón, todo lo cual lleva la insatisfacción y la desorientación a nuestra existencia. Necesitamos recuperar la relación íntima con Dios, la familiaridad con él; y aquí juega, debe jugar, un importante papel la «casa», que es donde aprendemos a vivir una auténtica relación que nos hace crecer como personas libres.
¿Si hoy te sentases, envuelto en el manto de tu propia pobreza y le esperases y acogieras la limosna, el don magnífico de su Palabra, cargada de amor? Si lo haces la luz imperecedera de la Navidad inundará lo más oscuro de ti mismo. (Edilio Mosteo)
(Inspirado en José Alegre Vilas)