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¡Qué difícil nos resulta a los humanos calzarnos las zapatillas de Dios! Primero, porque casi nunca tendemos a concebir la divinidad de forma desacralizada y desclericalizada. Dios, por definición, está en el ámbito de lo divino y de lo sagrado. Si hablamos de Dios necesariamente tendemos a pensar que tiene que haber un trasfondo de trompetas, de grandiosidad, de poder, de un trono imperial con ángeles cantando y sirviendo; incienso por todos lados, multitudes, truenos, relámpagos, maravillas. Siempre cosas grandes y apabullantes que nos dejan sin palabras, que nos asustan o nos asombran y nos hacen caer en profundo sometimiento, reconocimiento y adoración.
Sin embargo es un estereotipo de nuestra imaginación que se ajusta a nuestra concepción, o a la que la sociedad humana como tal, ha venido gestando desde siempre sobre los atributos externos del poder y la majestad: del poder de lo humano y de lo divino.
Pero la manifestación de Dios es siempre distinta de lo que esperaríamos. Esto nos sucede porque nos cuesta asumir que Dios esta en nuestra vida concreta y no en otra, en las circunstancias terribles, dolorosas, aburridas, anodinas, inmorales, felices, fáciles, difíciles, peligrosas, desconcertantes, oscuras, desesperantes y de lo más cotidiano que vivimos cada día.
En la medida en que dejamos a Dios habitar con nosotros y nosotros somos capaces de vernos y decir esto es lo que hay, sin crear ningún tipo de realidad inventada, entonces Dios se nos manifestará en los signos más cotidianos y anodinos como a los magos que atravesaron todo el mundo para reconocer a Dios en un niño sin esplendor ni poder alguno. Una vida frágil que necesita el cuidado de una madre. Es suficiente para despertar en los magos la adoración. Un hombre que se bautiza en un rio es capaz de abrir los cielos y la abundancia de vino en una boda llena de certeza el corazón de los discípulos.
A este Dios, escondido en la fragilidad humana, en los signos más humanos, no lo encuentran los que viven instalados en el poder o encerrados en la seguridad religiosa. Se les revela a quienes, guiados por pequeñas luces, buscan incansablemente una esperanza para el ser humano en la ternura y la pobreza de la vida.
Imagen: Hábito, obra de Enrique Mirones