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Los milagros, prodigios y signos que hizo Jesús a lo largo de su vida pública, son gestos que apuntan a algo más profundo de lo que pueden ver nuestros ojos. De hecho, es necesario leer y ver con una mirada interior los acontecimientos que los evangelistas nos van desgranando en la vida de Jesús de Nazaret. No basta conocer intelectualmente, es necesario que el hombre interior se abra a los acontecimientos de gracia, de novedad, de buena nueva y de liberación, que llevan dentro de sí los gestos y las acciones de Jesús.
Estamos en un nuevo tiempo, lo antiguo se nos anuncia como algo ya superado. De hecho, tanto los Evangelios Sinópticos, como el de Juan, nos presentan a Jesús en el comienzo de su vida pública cuando Juan Bautista desaparece, porque un tiempo nuevo llega y se invita al pueblo a abrirse a una nueva realidad que será proclamada como la llegada del Reino de Dios. Hay que dejar lo viejo, lo caduco y convertirse al nuevo camino, a la nueva Verdad, a la nueva Vida, personificada en Jesús de Nazaret.
Estamos en tiempos de Bodas. El relato de las Bodas de Caná (Jn 2,1-11) es muy importante, porque el signo que Jesús realiza es mucho más que un milagro, es un signo que nos orienta hacia su persona. Él es el Novio, y la humanidad la Novia. En esta fiesta de Bodas en la que Jesús, según Juan, realiza su primer signo, es la fiesta humana por excelencia, el comienzo de las Bodas de Dios. La Esposa es tomada de la casa paterna en donde residía la antigua Ley, para ser desposada con el que hace nuevas todas las cosas. No es de extrañar que el símbolo más expresivo del amor, la mejor imagen de la tradición para evocar la comunión definitiva de Dios con el ser humano nos la ofrezca el evangelista como signo de los nuevos tiempos inaugurados por Jesús.
La boda es un día de fiesta, y si el relato lo tomamos como un mensaje que Jesús nos da en el signo de la transformación del agua en vino, nos viene a decir que la Buena nueva del Reino, la salvación anunciada, tiene que ser vivida y ofrecida por sus seguidores como una fiesta que da plenitud a las fiestas humanas. Quedan atrás los tiempos de las austeridades del Bautista, quedan atrás las leyes que no dejaban ser felices a los hombres y las mujeres. La religión de la Ley escrita en tablas de piedra era una losa pesada en los hombros del pueblo. La Nueva Ley va escrita en el corazón. Es el tiempo del amor que libera, de la danza que hace salir de nuestro interior el deseo de sentirnos libres. Es una llamada a abrirse al anuncio de una nueva creación ya anunciada por Isaías: «Mirad que estoy haciendo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?».
La Torá lo impregnaba todo en la vida del pueblo en tiempos de Jesús. Era el signo de la identidad de Israel… Jesús nunca despreció la Ley, pero un día enseñaría a vivirla de una manera nueva, escuchando hasta el fondo el corazón de un Dios Padre que quiere reinar entre sus hijos e hijas procurando para todos una vida digna y dichosa. (J. A. Pagola).
Por eso es importante comprender que los gestos de Jesús están siempre en función de que comprendamos que la vida humana está por encima de cualquier ley. Si no lo entendemos así, nunca podremos entender el significado profundo de sus comidas con los pecadores y descreídos, de acoger a todo hombre o mujer impuros ante una Ley que tenía el corazón de piedra. Él es la Nueva Ley escrita en el corazón con el fuego del amor.
En el nuevo tiempo que inaugura Jesús, lo que le va a preocupar y centrar su trabajo y su mensaje, va a ser librar a las gentes de cuanto las deshumanizan y las hacen sufrir. Desde esta perspectiva tenemos que entender el relato de Lucas sobre Jesús en la sinagoga de Nazaret. Un nuevo tiempo testimoniado por el Espíritu para ser palabra anunciada como Buena Nueva de Liberación para los cautivos, luz para los ciegos, Libertad para los oprimidos por los que hacen de la religión una cadena de esclavitudes y no de libertad. Y todo sellado con el simbólico Año de Gracia del Señor.
Una Boda, un tiempo nuevo. La vida en más de lo que se ve. Leer desde el corazón y comprender que ese vino nuevo, es más que vino, es una invitación a dejarse poseer por la fuerza del Espíritu, y, así como el vino alegra el corazón y nos libera de nuestros miedos, nos desinhibimos y bailamos y cantamos, se nos invita a abrirnos a un mundo sin miedo, a la vida, a las gentes, a ser fermento de una nueva humanidad que en este momento se desangra y mucha gente va perdiendo la esperanza de que un mundo mejor es posible. Tenemos que recuperar la persona de Jesús, devolverle a las gentes ese Hermano Mayor lúdico, profético, que no está en ningún cielo lejano, sino con nosotros: en nuestras fiestas, en nuestros duelos, en nuestros logros y nuestros fracasos, en nuestras denuncias y luchas. Sigue muriendo con nosotros cada día y cada día resucita. Es la santa presencia, es la fuerza que nos mantiene firmes, es el que nos regala el vino de la vida para que la fiesta no decaiga. Es el Hijo del Hombre, el Emmanuel, el Dios con nosotros, el que arranca el pecado del mundo. No lo olvidemos nunca.
Imagen: El Cantar de los Cantares IV, Marc Chagall, 1958.