…
La Lectio Divina nos sitúa ante la vida, nos enseña a leerla con los ojos del Maestro, porque es el arte de pasar del texto bíblico a la vida. «De esta manera se presenta como un excelente instrumento que puede ayudar a superar la fosa, constatable a menudo en nuestras iglesias, entre fe y vida, entre espiritualidad y cotidianidad. Se revela como una hermenéutica existencial de la Escritura que, llevando a la persona a dirigir antes que nada su mirada a Cristo, a buscarle a través de la página bíblica, le guía seguidamente, a que su propia existencia inicie un diálogo ante el rostro de Cristo revelado, y de esta manera contemple bajo una nueva luz la propia cotidianidad.» (Enzo Bianchi)
La Lectio Divina es uno de los elementos estructurantes de la jornada y de la espiritualidad del monje. «La lectio divina asidua fomenta sobremanera la fe de los hermanos en Dios. Esta excelente práctica de la vida monástica, en la que se escucha y rumia la Palabra de Dios, es fuente de oración y escuela de contemplación, en la que el monje dialoga con Dios de corazón a corazón.» (OCSO, Const. 21)
(Para leer en PDF, picha aquí)
DEFINICION
No se puede dar una definición de la Lectio Divina porque cada monje lleva dentro de sí mismo una vivencia que ni él mismo es capaz de explicar y menos de definir. Podemos afirmar que la Lectio Divina es un misterio de amor y de encuentro, por eso no entra dentro de lo definible. Cada persona es irrepetible, por lo tanto su experiencia es única. Es verdad que las características son comunes: es búsqueda y ahondamiento, por lo tanto para todos es camino y escala, es noche y día, es alegría y dolor, es juicio y salvación.
Viva es La Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médula; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón. No hay criatura invisible para ella: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuentas. (Hb. 4, 12-13)
Es algo envolvente que cuanto más se profundiza más crece el misterio, porque todo se hace más cercano y lejano, y la presencia de Dios es más íntima y más ausente: « ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?» (Mc. 15,34). Es un sumergirse en el pozo sin fondo del inagotable amor de Dios. Este misterio de amor y de encuentro se puede explicar a través de imágenes que arrancan siempre de la experiencia personal y que por lo tanto son siempre subjetivas y no aplicables a todos por igual, porque están en función de momentos vividos en distintas etapas de la vida, de estados de ánimo, crisis, etc.
¿Se puede decir que la Lectio es un desierto? Para mí sí, lo fue y lo sigue siendo. Podemos decir que el desierto es como un lugar de purificación, de búsqueda, de encuentro y también de tentación, que encierra en sí mismo ese lugar privilegiado en el que el monje busca su propio destino, porque en las distintas etapas de su vida tiene que ir sabiendo desprenderse de todas las falsas seguridades que la tentación va poniendo en su camino. Siempre tendremos la tentación de decir: ya he llegado; ya lo sé todo; mi búsqueda está completa. Pero Dios siempre está más allá.
También la Lectio Divina es montaña tabórica hacia la que se asciende en la duda, en el miedo y en el fracaso, pero con el corazón lleno de confianza en Aquel que ve en lo más interior del hombre y conoce todos sus sentimientos. Los cristianos, me da la sensación, que a veces comprendemos mal la Teofanía del Tabor y las palabras pronunciadas por el Padre para manifestarnos la obediencia de su Hijo. Veamos: no nos olvidemos que Jesús de Nazaret, camino de Jerusalén, sube al Tabor con el mal sabor de un fracaso – esto es lo primero que tenemos que tener en cuenta. Y lo segundo: sube a Jerusalén sabiendo que allí le aguarda el rechazo definitivo de las autoridades religiosas del pueblo y la muerte. Vamos a pararnos un momento en esta parte porque es muy importante en la vida del cristiano y del monje.
Sabemos que la Transfiguración va precedida de la crisis de Cesarea de Filipo (Mc 8,27-37), en la que Jesús toma conciencia de que su misión encuentra obstáculos insalvables con las autoridades religiosas de Israel. Y no solo de ellas, pues sus mismos discípulos y buena parte del pueblo, en el que había hechos muchas señales de la presencia del Reino, no acaban de entenderlo. De ahí la pregunta que hace a los discípulos sobre lo que la gente piensa de él y lo que ellos mismos también piensan. Esto nos lleva a pensar que en Jesús hay como un camino cargado de interrogantes, como si no supiese si está en lo cierto con respecto a su misión.
No debemos olvidarnos que la duda, la inseguridad y el miedo forman parte de nuestra condición humana y Jesús, como muy bien nos dice la Carta a los Hebreos (4,15): «No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, antes fue tentado en todo a semejanza nuestra, fuera del pecado». Creer lo contrario es puro docetismo[1], y de eso desgraciadamente hay bastante. Por eso es importante saber que nuestro Hermano Mayor pasó por nuestras mismas experiencias, y la subida al Tabor, en lo que nos ocupa respecto a nuestra reflexión, nos sitúa ante Jesús que sube a la cumbre de la oración para poner en las manos del Padre su obra y su destino, su miedo, su pobreza, su impotencia, pero también su fe, su esperanza y su amor.
Y la clave de todo en el Tabor está en las palabras del Padre que testimonian que la vida y la obra de su Hijo son acogidas en su amor y, por lo tanto, que el camino y la obra del Hijo tienen que ser nuestro destino. «Escuchadle» – este verbo en imperativo es clave en la tradición de Israel y también en la tradición cristiana, porque el único lugar en donde un cristiano comienza a hacer el camino de Jesús de Nazaret se encuentra en una escucha desde el corazón de la Palabra de Dios.
El monje tiene que escuchar la Palabra de Dios con cariño de esposa, dejarse penetrar y fecundar por esa palabra de vida que es la que va a iluminar nuestra existencia y nuestras acciones. Nada en nosotros puede situarse fuera de ella. La grandeza de la Lectio radica en hacernos humildes y atentos a la voz del Maestro que se pronuncia dentro de nosotros, porque es una lectura que se hace con los ojos del corazón para saberla diferenciar de las demás voces y de todos los demás signos por muy santos que le parezcan a nuestro hombre interior, como María Magdalena que solo cuando escuchó su nombre de la boca de Jesús lo reconoció en su interior (Jn 20, 11-16).
LA LECTIO DIVINA – UNICA PALABRA DE VERDAD Y VIDA
Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo el universo; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, lleva a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más excelente es el nombre que ha heredado (Hb. 1, 1-4).
Este grandioso comienzo de la carta a los Hebreos nos está indicando cuál es la naturaleza de la Lectio Divina, qué comprende y cuál es el proceso en el que el monje se interna, debido que a lo largo de la historia de la Iglesia, sobretodo en la tradición católica de Occidente, se sufrió una terrible crisis con respecto a la Sagrada Escritura de la que todavía no estamos restablecidos. Fueron muchos siglos de secuestro de la Sagrada Página a los fieles y a los mismos religiosos. Adentrarse en la Palabra con el corazón bien dispuesto, nos abre a toda la gracia contenida en su interior – es iniciarse en el arte de pasar del texto bíblico a la vida.
De esta manera, se presenta como un excelente instrumento que puede ayudar a superar la fosa, constatable a menudo en nuestras iglesias, entre fe y vida, entre espiritualidad y cotidianidad. Se revela como una hermenéutica existencial la Escritura, que llevando a la persona a dirigir su mirada antes que nada a Cristo, a buscarle a través de la página bíblica, le guía a que su propia existencia inicie un diálogo ante el rostro de Cristo revelado, y de esta manera contemple bajo una nueva luz la propia cotidianidad. (Enzo Bianchi)
La Lectio Divina es un ejercicio difícil, se necesita paciencia y constancia para permanecer fiel a ella; es un estar siempre en actitud de escucha interior, escucha que recorre toda la tradición judeocristiana, porque como muy bien afirma Enzo Bianchi:
La actitud fundamental del creyente en Dios es la escucha. Del ShemáJisrael del Antiguo testamento, la fe bíblica es fe de escucha de la Palabra de Dios en la historia, palabra anunciada por la ley y los profetas, palabra encarnada en Jesucristo, palabra proclamada por los apóstoles a todos los pueblos. Escuchar es, por tanto, la condición ontológica del creyente y del monje. La comunidad monástica es, ante todo, un lugar en el cual la Palabra de Dios llama, resuena, crece, se convierte en carne y sangre, en vida de unos hombres y mujeres que se sienten modelados por ella. Esta escucha, según todas las tradiciones bíblicas y según su misma etimología, lo es realmente cuando es obediencia, realización precisa y plena de la Palabra. Hemos de decirlo con mucha claridad y fuerza: para crecer humana y espiritualmente, el camino permanente es el de la escucha obediente.
En la tradición monástica, junto con la liturgia, la salmodia y el trabajo, es uno de los medios, el más característico, para la búsqueda de Dios. El mismo Jesús de Nazaret afirmará que: «El que escucha mis palabras y las pone por obra será como el varón prudente que edifica su casa sobre roca» (Mt. 7,24).
La Lectio Divina, pues, no es una lectura como las otras, su primer objetivo es leer con el corazón la Palabra de Dios, comprender su verdadero sentido en la propia vida y ver lo que nos pide y lo que nos manda:
Se levantó un legalista y dijo, para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿Qué he de hacer para tener la vida eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?” Respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.” Entonces le dijo: “Bien has respondido. Haz eso y vivirás”. (Lc 10, 25-28)
Jesús nos da en este breve texto un curso rápido, pero muy sustancioso, de cómo se hace una lectura de la Palabra de Dios con aplicación directa a nuestra vida de cada día, y también nos abre el camino para dejarnos seducir por esa palabra que es exigente, pero que también consuela, anima. Es alimento que se saborea y nos conduce por el camino de la oración personal y comunitaria. No se trata, por lo tanto, de una lectura exegética, ni hermenéutica, ni para la homilética, ni para la reflexión teológica. Es una lectura gratuita, sosegada y amorosa que requiere no obstante un esfuerzo de reflexión (meditatio), dando paso espontáneamente a la oración; es en ella donde encontraremos el lugar privilegiado para sumergirnos en la oración del corazón. Todas las formas de oración surgen de ella y en ella encontramos modelos de grandes orantes que atraviesan la historia con su ejemplo y siguen siendo válidos para los hombres de todos los tiempos.
[1] Docetismo es una herejía cristológica que aparece ya hacia fines de la edad apostólica, se difundió en los primeros años del siglo II y dejó su impronta en la mayor parte de los sistemas gnósticos. Para los docetas, la humanidad de Cristo era sólo una apariencia.
A nossa gratidão, irmão Xaime, por reflexão tão singela como profunda e que nos ajuda a confrontar a nossa experiência…