Con esta solemnidad de la Ascensión celebramos la divinización de nuestra humanidad. En nuestra vida están misteriosamente entretejidas la experiencia material, la realidad espiritual y la Presencia de Dios. Para cualquier creyente lo decisivo es conocer a Jesús, conocer su Humanidad por medio de los sentidos, reflexionar sobre ella, valorar sus enseñanzas y su ejemplo; guardarlo todo como un tesoro para seguirle con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Pero esto es solo el comienzo. El Resucitado se dirige con especial urgencia al anhelo profundo que nos habita, que se abre a la verdad sin límites y a un amor siempre mayor.
No sólo es importante conocer a Jesús con todo nuestro ser, sino también conocerle en la totalidad de su Ser. Nos seduce de tal manera, que no podemos renunciar a conocerle, no solo como hombre, sino también como Dios. La gracia recibida en su Resurrección, nos da la fortaleza para vivir su vida resucitada, en el día a día, sin que esto implique que dejemos de reconocerle en nuestra pobreza interior.
La gracia de la Ascensión nos invita a entrar en la vida de Jesús, el Cristo, que siempre ha estado en el mundo. Cristo es “la Luz que alumbra a todos”, y que está presente en las formas y acontecimientos más inesperados y ocultos. Jesús desapareció detrás de las nubes el día de la Ascensión, no para dirigirse a un sitio geográfico, sino al corazón de toda la creación. Ha penetrado lo más profundo de nuestro ser, capacitándonos para actuar bajo la influencia directa del Espíritu. De esta manera, estemos donde estemos, hagamos lo que hagamos, ya estemos -como estemos- orando, comiendo, trabajando o caminando, Cristo vive y actúa en nuestro interior, transformando nuestro mundo desde adentro. Esta transformación, discreta y humilde, se revela en las cosas ordinarias, en las rutinas diarias que parecen insignificantes.
La Ascensión es el regreso de Jesús al corazón de toda la creación, en donde ahora mora con su humanidad glorificada. El misterio de su Presencia está oculto en toda la creación y en cada una de sus partes. Ahora lo conocemos únicamente por medio de la fe; en algún momento de nuestra historia, nuestros ojos se abrirán y veremos la realidad tal como es. Jesús Glorificado, morando en el centro de toda la creación, lo reconcilia todo en sí mismo, lo transforma y lo trae de nuevo al seno del Padre.
La Ascensión nos permite saborear que la Gracia de Dios es la que dirige todo, no importa lo que suceda, porque la creación ya está glorificada, aunque sea en forma velada, mientras espera aún su revelación completa. La gracia de la Ascensión permite que percibamos el poder irresistible del Espíritu que todo lo transforma para que pase a formar parte del Cristo en quien todo ha sido recapitulado, a pesar de que las apariencias digan lo contrario. En el drama de tantas familias destrozadas, en la desolación de los niños y ancianos abandonados, en el deplorable escenario de un campo de batalla, en los infiernos interiores o en los infrahumanos campos de refugiados, en todo lugar o situación – sea cual sea el espantoso espectáculo en el que se representan las diversas manifestaciones de la maldad- en medio de todo ello, la luz de la Ascensión brilla con poder irresistible. Esta es una de las mayores intuiciones de la fe: ver a Cristo, no sólo en el esplendor de la naturaleza, en el arte, en la amistad, y en el servicio hacia los demás, sino también en la malicia y en la injusticia de personas, instituciones o estados, y en el sufrimiento inexplicable del inocente. Incluso ahí se encuentra el Amor de Dios expresando su pasión inviolable por la humanidad, por cada ser humano, por cada criatura.
Jesús, ascendido a los cielos, con el inmenso poder de su cercanía amorosa, quiere que no vivamos anclados en la tristeza, paralizados por un sentimiento de orfandad o atrapados en el círculo vicioso de la autocompasión. Él quiere que celebremos en todo momento el regalo divino de nuestra vida humana, una vida para vivirla ante este Misterio de Jesús Glorificado de quien sólo tenemos una representación devocionalmente viva: el icono que nos preside de Jesús en la Cruz, el Cristo, a quien adoramos arrodillándonos com-pasivamente ante todos y ante todo, pero sobre todo, ante nuestros hermanos crucificados.
Imagen: página web del artista urbano portugués Alexandre Farto (Vhils)