La Editorial El Perpetuo Socorro acaba de publicar “Misericordia quiero…” – la misericordia en las distintas formas de vida cristiana. Se trata de una obra colectiva, donde Carlos Gutiérrez Cuartango, Prior de Sobrado, es uno de los autores con un texto titulado: La misericordia en una comunidad monástica cisterciense.
De Carlos Gutiérrez Cuartango (una pequeña parte de su texto):
Cuanto antes se llegue a esta hora de desilusión para la comunidad y para uno mismo, tanto mejor para ambos. Querer evitarlo a cualquier precio y pretender aferrarse a una imagen quimérica de comunidad, destinada de todos modos a desinflarse, es construir sobre arena y condenarnos más tarde o más temprano a la ruina. Debemos persuadirnos de que nuestros sueños de comunidad son un auténtico peligro y deben ser destruidos so pena de muerte para la edificación de la comunidad querida por Jesús. Cuando preferimos el propio sueño a la realidad, nos convertimos en destructores de la comunidad, por más honestas, serias y sinceras que sean nuestras intenciones personales.
La hora de la gran decepción de los hermanos puede ser para todos nosotros una hora verdaderamente saludable, pues nos hace comprender que no podemos vivir de nuestras propias palabras y de nuestras obras, sino únicamente de la palabra y de la obra que realmente nos une a unos con otros, esto es, la de la reconciliación por el Espíritu de Jesús (Dietrich Bonhoeffer).
Por tanto, la verdadera comunidad cristiana nace cuando, dejándonos de ensueños, nos abrimos a la realidad que nos ha sido dada. ¡Qué importante es saber dar gracias a Dios diariamente por los hermanos que tenemos, por la comunidad a la que pertenecemos! Cualquiera de nosotros, cuando nos quejamos de la comunidad, deberíamos preguntarnos antes si no es precisamente a Dios mismo a quien acusamos pues es Él quien se empeña en destruir constantemente las quimeras que nos fabricamos.
Lo emocional y sentimental está muy bien, pero no podemos ser ingenuos: el gran reto de nuestra vida es precisamente una fraternidad estable, ésta, la nuestra, compuesta de “rostros demasiado conocidos”. En una vida en común como la nuestra, que es para toda la vida, en la que salen a flote las debilidades de los hermanos, es importante permanecer siempre en Su Amor para no despreciar al otro, para saber siempre de su dignidad y creer siempre en ella, para respetarlo en su misterio, para renunciar a espiarlo todo en la vida del hermano, para escuchar la voz del Padre que dice “este es mi hijo amado”, en definitiva, para que esta Bendita Casa de Dios se mantenga desinfectada del espíritu de la amargura y de la tristeza, y permanezca llena del espíritu de la benevolencia y de la misericordia.
A este nivel de intensidad es en el que se construye y desarrolla nuestra fraternidad. La lectura de Dios que hacemos de nuestra vida, no es la que hace una comunidad constituida en una convivencia pasajera, o la que hace una comunidad parroquial, o la de una comunidad emocional, o incluso la que hace una comunidad religiosa no- estable. Para nosotros es un auténtico reto el llegar a la contemplación del rostro transfigurado del hermano. Es el mayor signo de nuestra fe, esperanza y amor. Es el síntoma de que hay espiritualidad. Y es aquí donde con todo derecho podemos hablar de una espiritualidad monástica. Pero no quiero que se entienda mal por oposición a otras espiritualidades. No. Espiritualidad hace referencia al Espíritu, a la vida del Espíritu en una vida humana concreta. Dicho de otra manera, hace referencia a la vida en el amor.
Nuestra vida en el amor, es según nuestra espiritualidad monástica, esa espiritualidad desde abajo (Anselm Grün), que pasa por el desierto, por una larga peregrinación, por ese descenso a los subsuelos de nuestra existencia, por esa pérdida de ingenuidad gracias a la cual podemos ir construyendo, o mejor, Dios puede ir construyendo en nosotros esa nueva inocencia de quien está anclado en la Misericordia de Dios. Un amor fundamentado en los buenos sentimientos, por supuesto, pero que no se queda solamente en ellos. Es un amor que supone una honda trasformación interna de valores, convicciones, y también externa de conductas y actitudes, pensando en los demás. El introducirnos en esta espiritualidad desde abajo en un contexto tan difícil como es el nuestro, es el que nos permite recuperar el verdadero sentido de nuestra vocación: ese encuentro con nuestra enfermedad –nuestra poca firmeza en el amor- que a la luz del amor de Dios, lejos de ser motivo de tristeza, es capaz de desatar las lágrimas de la compunción que deshacen el corazón duro haciéndonos conocer la misericordia y la ternura infinita de Dios.
¿Cuál es mi desierto? Su nombre es compasión… No existen fronteras que controlen a los moradores de esta soledad en la cual yo vivo solo… perteneciendo a todos y a nadie… porque Dios está conmigo y se asienta en las ruinas de mi corazón, predicando el evangelio a los pobres… ¿Supones que yo tengo una vida espiritual? No, no la tengo. Yo soy indigencia, soy silencio, soy pobreza, soy soledad, porque he renunciado a la espiritualidad para encontrar a Dios y es Él quien predica en voz alta en lo profundo de mi indigencia… “Compasión”. Te tomo por mi Señora. De la misma manera que Francisco desposó a la Pobreza, yo te desposo a ti, Reina de los eremitas y Madre de los pobres (Thomas Merton).
Buscaré este libro. Promete ser de ayuda y ante todo afianzamiento en convicciones propias. Gracias Carlos.