UN DESTINO SORPRENDENTE

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Pablo Picasso |1958

Como corderos entre lobos.

Hay expresiones de Jesús a las que nos hemos acostumbrado sin habernos detenido nunca a extraer el contenido que encierran. Palabras que, cuando sabemos escucharlas interiormente, tocan nuestro ser, nos iluminan con luz nueva y nos revelan lo lejos que estamos de entender y acoger su Evangelio.

¿Cómo puede uno reaccionar si escucha con sinceridad, en su corazón, ese destino inaudito del que Jesús habla para sus discípulos: «Yo os mando como corderos en medio de lobos» (Lc 10,3)?

En una sociedad que se nos presenta, con frecuencia, tan mezquina, tan insensible, tan agresiva (como experimentamos no hace muchos días con profanaciones de iglesias e imágenes) e incluso, a veces, tan cruel, ¿se puede vivir de otra manera que no sea la de defensa y ataque del lobo? (homo hominis lupus). En una convivencia amenazada por tanta agitación, intereses, rivalidades y enfrentamientos, ¿puede significar todavía algo el vivir «como un cordero»?

Y sin embargo, hay algo atractivo en ese destino sorprendente del discípulo cristiano. Se nos llama a vivir de tal manera que los hombres puedan descubrir que la bondad y la benevolencia existen y que la vida, «a pesar de todo», puede ser buena.

No tiene por qué ser todo rivalidad, competencia y enfrentamiento destructor. También es posible acercarse a la vida y a las personas con otra actitud de respeto, veneración y ternura. El hombre puede ser para otro hombre no un lobo sino, sencillamente, un ser humano.

Más aún. Aunque nos pasamos la vida dando importancia a muchas cosas, tal vez lo único importante sea pasar por esta vida aportando al mundo un poco más de bondad, amor y ternura.

Nuestra cultura está necesitada de humanidad. Cada palabra odiosa que se pronuncia, cada mentira que se dice, cada violencia que se comete, nos está empujando a todos hacia una confusión cada vez más profunda y destructiva.

Pero no es fácil vivir hoy en esta actitud de respeto, comprensión y acogida. Lo fácil es endurecerse cada día más y defenderse atacando y haciendo mal.

Tal vez, tengamos que empezar por pronunciar con humildad y sinceridad aquella bella oración del teólogo húngaro Ladislao Boros:

Señor, he ocasionado mucho mal en tu bello mundo; tengo que soportar pacientemente lo que los demás son y lo que yo mismo soy; concédeme que pueda hacer algo para que la vida sea un poco mejor allí donde tú me has colocado.

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