Todas las cosas y todos los acontecimientos son para los santos sacramentos que esconden y revelan a Dios. Ellos saben que nada sucede por casualidad en el mundo. No hay nada que se escape a la mano omniabarcante y al ojo omnipresente de Dios. La realidad es el templo de Dios. Encontramos al Señor cuando le reconocemos y le adoramos con todo el corazón en cualquier episodio triste o alegre, oscuro o luminoso, áspero o suave, de la vida. En esta apertura y adhesión confiada a la voluntad de Dios consiste la misma esencia del amor y el secreto de la santidad.
Es lógico que al entrar en la comunidad llevemos con nosotros un ideal de lo que la comunidad debe ser y de que tratemos de realizarlo. Sin embargo, la misma gracia de Dios va destruyendo constantemente esta clase de sueños. Decepcionados por los demás y por nosotros mismos, Dios nos va llevando al conocimiento de la auténtica comunidad cristiana. Nuestros sueños ideales de comunidad son un auténtico peligro y deben ser destruidos so pena de muerte para la misma comunidad. Quien prefiere el propio sueño a la realidad se convierte, sin quererlo, en un destructor de la comunidad, por más honestas, serias y sinceras que sean sus intenciones personales.
Dios no quiere que yo forme al prójimo según la imagen que a mi parece conveniente, es decir, según mi propia imagen, sino que Él lo ha creado a su imagen, independientemente de mí, y nunca puedo saber de antemano cómo se me aparecerá la imagen de Dios en el prójimo; adoptará sin cesar formas completamente nuevas, determinadas únicamente por la libertad creadora de Dios. Esta imagen podrá parecerme insólita y hasta muy poco divina; sin embargo, Dios ha creado al prójimo a imagen de su Hijo, el Crucificado, y también esta imagen resulta muy extraña y muy poco divina, antes de llegar a comprenderla.
El respeto reverente ante el misterio del otro es el fundamento de la auténtica comunidad donde los miembros que la constituyen no son simples objetos, sino sujetos de experiencia que tienen capacidad de entrar recíprocamente en comunión sin perder su identidad.
Quien no renuncia a la plenitud soñada quedará siempre a las puertas del amor. Y todos sabemos por experiencia que no hay amor sin sufrimiento. Sólo cuando se han pasado esos pequeños desiertos que purifican, cuando los desajustes cicatrizan gracias a una aceptación profunda, entonces se abre el camino hacia la ternura, que es la expresión más serena, bella y firme del amor. Si algún elemento da belleza y sentido a la vida, es la ternura. La ternura es el respeto, el reconocimiento y el cariño expresado en la caricia, en el detalle sutil, en el regalo inesperado, en la mirada cómplice o en el abrazo entregado y sincero. Gracias a la ternura, las relaciones afectivas, fraternas, crean las raíces del vínculo, del respeto, de la consideración y del verdadero amor.
Contrariamente a lo que pueda parecer, la ternura no es blanda, sino fuerte, firme y audaz, porque se muestra sin barreras, sin miedo. La ternura puede verse no sólo como un acto de coraje, sino también de voluntad para mantener y reforzar el vínculo de una relación. La ternura hace fuerte el amor y enciende la chispa de la alegría en la adversidad. Gracias a ella, toda relación deviene más profunda y duradera porque su expresión no es más que un síntoma del deseo de que el otro esté bien.
La ternura expresa, además, la calidad de una relación. La ternura implica, por tanto, confianza y seguridad en uno mismo. Sin ella no hay entrega. Y lo más curioso es que su manera de expresarse no es ostentosa, ya que se manifiesta en pequeños detalles: la escucha atenta, el gesto amable, la demostración de interés por el otro, sin contrapartidas.
La ternura encuentra también un espacio para desarrollar su valor extraordinario en los momentos difíciles. Expresar el afecto, saber escuchar, hacerse cargo de los problemas del otro, comprender, acariciar, cultivar el detalle, acompañar, estar física y anímicamente en el momento adecuado…, son actos de entrega cargados de significado. Y es que en el amor no hay nada pequeño. Esperar las grandes ocasiones para expresar la ternura nos lleva a perder las mejores oportunidades que nos brinda lo cotidiano para hacer saber al ser querido, al hermano, cuán importante es para nosotros su existencia, su presencia, su compañía.
Que María, “Regla de Monjes”, que hoy hace 29 años que preside nuestro oratorio, nos enseñe a exclamar cada día, llenos de agradecimiento: Ved qué dulzura qué delicia convivir los hermanos unidos… en la casa de Dios.
Gracias
«Esperar las grandes ocasiones para expresar la ternura nos lleva a perder las mejores oportunidades que nos brinda lo cotidiano para hacer saber al ser querido, al hermano, cuán importante es para nosotros su existencia, su presencia, su compañía.»
Agradecemos, com a fortaleza e a confiança da ternura, esta reflexão de sabedoria… Ela nos conduzirá nesta semana, que hoje se inicia.
Una maravillosa reflexión sobre la ternura.
Esta, es la gran manifestación de amor hacia el hermano.
Gracias por ella!!