PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI VIDA

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La Crucifixión Blanca | Marc Chagall

Con esta Solemnidad de Cristo Rey se concluye el tiempo ordinario para comenzar el próximo domingo con el Adviento.

En el evangelio de hoy (Lc 23,35-43) el evangelista nos narra los últimos momentos de la vida de Jesús. Entre burlas entrega su vida y experimenta que su muerte está muy próxima. “Padre, a tus manos entrego mi espíritu” Y dicho esto, expiró.

Todos sabemos, desde muy temprano, que hemos de morir. Pero vivimos como si la muerte no fuera con nosotros. Nos parece natural que mueran los demás, incluso esos seres queridos cuya desaparición nos apenará profundamente. Pero nos cuesta «imaginar» que también nosotros moriremos.

Sin embargo, el desarrollo de la medicina moderna está provocando cada vez más situaciones de personas que se ven obligadas a vivir la experiencia de saber o de intuir que, en un plazo más o menos breve, van a vivir su propia muerte. Cualquiera de nosotros puede sufrir hoy una intervención «a vida o muerte» o verse sometido a los largos tratamientos de una enfermedad terminal.

Las reacciones pueden ser diversas. Es normal que, de pronto, se despierte el miedo. La persona se siente «atrapada». Impotente ante un mal que puede acabar con su vida. Enseguida comienzan a brotar preguntas inquietantes: ¿He de morir ya? Y, ¿cuándo y cómo será?, ¿qué sentiré en esos momentos?, ¿qué sucederá después?, ¿terminará todo en la muerte?, ¿será verdad que me encontraré con Dios?

Estas preguntas, que he escuchado de personas muy cercanas, planteadas desde una actitud de angustia reprimida y formuladas una y otra vez en lo secreto de uno mismo, no hacen bien. La postura ha de ser otra. Es el momento de vivir, más intensamente que nunca, el regalo de cada día. Es ahora cuando se puede vivir con más verdad y también con más amor. Sin perder la confianza en Dios, comunicándose con la persona amiga, colaborando con los médicos para vivir con dignidad y sin sufrir mucho.

El doctor Reil, eminente médico del pasado siglo, decía que «los enfermos incurables pierden la vida, pero no la esperanza». Tal vez, éste es el gran reto del incurable: no perder la esperanza. Pero, ¿esperanza en qué?, ¿esperanza en quién?

El profesor Laín Entralgo hablaba de esa «esperanza genuina» que habita a la persona ante la muerte, y que se da incluso en quien no profesa religión alguna. Una esperanza oculta que no se orienta hacia este mundo ni hacia las cosas de esta vida, sino que tiende hacia algo indeterminado y apunta a la vida como aspiración firme y segura del ser humano.

El incurable creyente confía todo este anhelo de vida en manos de Dios. Todo lo demás se hace secundario. No importan los errores pasados, la infidelidad o la vida mediocre. Ahora sólo cuenta la bondad y la fuerza salvadora de Dios. Por eso, de su corazón brota una oración semejante a la del malhechor moribundo en la cruz: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.» Una oración que es invocación confiada, petición de perdón y, sobre todo, acto de fe viva en un Dios salvador.

En esta fiesta de Cristo Rey se clausura el Jubileo de la Misericordia. Durante todo un año la Iglesia ha colocado en el centro de nuestras vidas el amor compasivo del Padre, rico en misericordia, que nos invita a ser misericordiosos como El.

Hermanos y hermanas, como hemos escuchado en el salmo vayamos alegres hacia la casa del Padre.

Que al final de nuestras vidas repitamos sus mismas palabras: “Padre, en tus manos pongo mi vida”.

3 comentarios en “PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI VIDA

  1. Rosa y Rafael dijo:

    Toda persona y cualquiera que está al final de su vida «en sus últimas pierden la vida. pero no la esperanza». ¿esperanza en qué ?, ¿esperanza en quién?
    Mientras haya espera habrá esperanza-CONFIADA -porque mi PADRE me extenderá su mano. Así la esperanza es alcanzada por la mano misericordiosa del PADRE , que es ya el AMOR . Esta es la esperanza en quien? De aquí que la misericordia se transforma en AMOR .

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