ESTAD SIEMPRE ALEGRES

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Fotografía de Henri Cartier-Bresson

Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán, exclamaba el oráculo profético de Isaías. Estas palabras son un verdadero bálsamo para las terribles situaciones que vive nuestro mundo. El Adviento es un camino solidario que da la mano al extraviado y al cansado; abraza al solitario y abandonado; consuela al triste, visita al enfermo, al extranjero y al encarcelado; da pan al hambriento y agua al sediento.

Los seres humanos necesitamos de esperanzas que nos mantengan en el camino. Las dos primeras semanas de Adviento nos anunciaron la gran esperanza, la salvación definitiva que puede dar un sentido a las oscuras sombras de nuestra humanidad, a nuestro presente, tantas veces fatigoso. Algo que no podemos alcanzar por nosotros mismos, pero que Dios nos ha prometido en Jesús. Este es el motivo por el cual queremos acelerar el día final, el triunfo definitivo del Señor, que supone nuestra liberación del pecado, del sufrimiento y de la muerte. Y por eso insistimos a tiempo y a destiempo: Ven, Señor Jesús.

En la semana primera se nos ha insistido en la vigilancia. Estar en vela tiene que ver con el enamoramiento, con el deseo de encontrar a Jesús y servirle en todos los acontecimientos. Como decía el cardenal Newman: “¿Sabes lo que es vivir pendiente de una persona que está contigo, de forma que tus ojos van detrás de los suyos, lees en su alma, percibes todos los cambios en su semblante, anticipas sus deseos, sonríes cuando sonríe y estás triste cuando está triste, y estás abatido cuando está enfadado y te alegras con sus éxitos? Estar vigilante ante la venida de Jesús es un sentimiento parecido a todos éstos… Está vigilante ante la venida de Jesús la persona que tiene una mente sensible, que lo busca en todo cuanto sucede”.

¡Qué importante es descubrir el significado salvífico de lo que nos pasa! Todo cambia al caer en la cuenta de que no caminamos a la deriva, al saber que los acontecimientos de nuestra vida tienen una conexión. Encontrar el sentido de los acontecimientos, es dar con la clave de interpretación de nuestra existencia. Conocer el por qué y el para qué, es como encender una gran luz en medio de la oscuridad, o como resolver un complicado jeroglífico en el que nos va la vida. Cuando se produce ese despertar, cuando hallamos sentido a los acontecimientos de nuestra vida, entonces podemos hacer incluso una lectura totalmente distinta de nuestra historia pasada y de nuestro porvenir, hallando la paz de la reconciliación.

Vamos viendo, a lo largo de estas semanas, que el Adviento no es un tiempo de pasividad; al contrario, es un tiempo con una enorme actividad. Por eso el Adviento nos va a ir preparando para que nos encontremos en condiciones de hacer algo muy sencillo, que está a nuestro alcance, algo con lo que nos cruzamos casi sin querer a lo largo de nuestra historia. Y este algo, consiste en la adquisición de esa sabiduría que nos enseña a escrutar esas pequeñas o grandes señales que se nos van apareciendo, y a apreciar esos pequeños gestos cotidianos que tantas veces nos pasan desapercibidos. Lo normal es que no nos demos cuenta de ellos porque estamos fijados por todo aquello que, no sin razón, nos ocupa y reclama nuestra atención, y que, de esta manera, puede confirmar una visión absurda y sinsentido que algunas veces tenemos de la vida.

Pero esa no es toda la verdad porque en mayor o en menor medida, todos conocemos momentos de alegría, de esperanza, de ganas de disfrutar de la vida, de agradecimiento, de cariño sincero, de generosidad, de bondad, de sacrificio por amor, de cercanía de los seres queridos, de consuelo, de paz en los malos momentos, y un largo etcétera. Estos son los gestos que dan sentido a nuestra vida, gestos que merece la pena cultivar y cuidar, y que tienen mucho más peso e importancia que todo lo demás. Son gestos con significado salvífico, gracias a los cuales podemos decir, convencidos, que la vida merece la pena a pesar incluso de todos sus sinsabores y malos ratos.

Lo que de verdad queremos todos, es poder realizar cumplidamente las aspiraciones y los anhelos que nos humanizan, y el Adviento nos enseña a penetrar dentro de nosotros mismos para conocer, desde ahí, nuestro deseo fundamental, ese que coincide con las promesas de Dios. Es un camino de una transformación honda y radical, que nos hace caer en la cuenta de que los caminos del Señor no son nuestros caminos, ni sus planes son los nuestros. Por eso, hoy el Adviento nos presenta a Juan Bautista que es un auténtico correctivo para nuestro mundo insolidario que nos invita a seguir los caminos del Señor -caminos de solidaridad y de compartir- y no los nuestros; adoptar sus planes y no los nuestros, como la verdadera senda de nuestra humanización.

A este domingo III de Adviento se le conoce como el “domingo gaudete”, precisamente por la invitación persistente a la alegría. El Adviento, es llama de esperanza, llama ardiente que atraviesa el espesor de los tiempos y de las tinieblas. Llama que alumbra el camino del peregrino vacilante, perdido en la encrucijada de los caminos y del tiempo. La esperanza, esa “niña” que habita en lo más profundo del ser humano, María, es la que nos mantiene firmes ante la espera de que un mundo mejor es posible. El Adviento se desposa, se une con la Humanidad sedienta de verdad, de justicia, de paz y fraternidad. Avivemos la alegría, el júbilo y la fiesta. ¡Preparemos el camino! Ya llega nuestro Salvador, nuestro Dios.

Estad siempre alegres en el Señor… El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

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