LUZ PARA TODA LA HUMANIDAD

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Adoración de los Pastores | Matthias Stomer | 1635-40

El gran misterio del nacimiento de Jesús entre nosotros, es decir, el misterio de su venida, es celebrado por la Iglesia de una manera significativa mediante una triple oferta de lecturas, a saber, para la Eucaristía de la noche, la de la aurora y la del día. Por la noche, la «buena noticia» es presentada como naci­miento de Jesús de María en Belén, acontecimiento revelado por el ángel a los pastores, los pobres que representan al «res­to de Israel» (cf. Le 2, 1-14). En la Misa de la aurora se narraba la visita de los pastores al establo, su contemplación del acon­tecimiento, es decir, del niño recién nacido, y se recuerda que «María guardaba todos estos acontecimientos y los meditaba en su corazón» (Le 2, 19).

Finalmente, en esta  Misa del día, sobre la que reflexionamos, se lee el prólogo del cuarto evangelio (Jn 1,1-18): este texto nos revela que ese niño venido al mundo es verdaderamente la Palabra misma de Dios, el Hijo que vive en Dios desde la eternidad, como con­fesamos en nuestra profesión de fe: «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero»… Este prólogo es como una doxología, una palabra de síntesis y de gloria acerca de la Navidad, porque en él existe un claro movimiento destinado a narrarnos quién es la Palabra, el Logos de Dios. Vamos, pues, a recorrerlo con espíritu contemplativo y con admiración, nos limitamos a parafrasearlo.

En el principio, antes de toda la creación, en la eternidad, existía la Palabra, y esta Palabra estaba vuelta, orientada, hacia el Dios vivo; más aún, ella estaba en Dios y era Dios. Por medio de esta misma Palabra de Dios todo fue creado, y todo aquello que ha llegado a existir tenía vida sólo en ella (cf. Col 1, 15-17). Es­ta palabra era vida y luz para toda la humanidad: ella ha brillado con luz en la historia y las tinieblas no han sido capaces de sofo­carla a pesar de que su espesor haya pretendido eliminar esa luz. Un hombre enviado por Dios, Juan Bautista, vino para dar testi­monio de la luz, es decir, para conducir a los hombres a la fe. Y sin embargo esta luz, que es la Palabra de Dios, el Hijo de Dios venido en medio de su gente, no ha sido acogido y sólo algunos han creído en él, convirtiéndose en nuevas criaturas, hijos de Dios. Esto ha sucedido porque el Hijo de Dios se ha hecho car­ne frágil, hombre como nosotros, ha venido a habitar entre noso­tros mostrando de esta manera su gloria a cuantos se han adheri­do a él y lo han seguido. Ésta es, por tanto, la verdad profunda y al mismo tiempo «escandalosa» de la Navidad: en Belén nace de María un niño que es la Palabra misma de Dios humanizada, es el Hijo de Dios que se ha hecho hijo del hombre…

¿Qué falta por decir? Lo que el prólogo añade en su versículo conclusivo: «A Dios nadie lo vio jamás», y esto, que era verdad en los tiempos antiguos, lo es hoy y lo será en el futuro; tan sólo en la muerte, en el encuentro con El «cara a cara» (1 Cor 13, 12), «con sus propios ojos» (Is 52, 8), tan sólo entonces lo veremos (cf. Ex 33, 20)… Pero con la venida de Dios entre nosotros por medio de Jesús, nosotros, en la fe, viendo al hom­bre Jesús, contemplándolo en sus palabras y en sus acciones, siguiéndolo desde su nacimiento hasta su muerte en la cruz, po­demos ver a Dios porque precisamente «el Hijo único», Jesús, Palabra de Dios hecha carne, «nos lo ha dado a conocer», nos lo ha contado y explicado.

El cristianismo se encuentra todo él aquí: aquí está la dife­rencia con el Israel creyente, aquí está la diferencia con todos los demás caminos de fe o de sabiduría humana. Dirá Jesús poste­riormente en el cuarto evangelio: «El que me ve a mí ve al Pa­dre» (Jn 14, 9), es decir, el que me ve a mí, hombre, carne frágil, en mi vida plenamente humana, puede descubrir la narración que yo hago de Dios. Y es en esto precisamente en lo que el cris­tianismo muestra su diferencia también respecto a los otros monoteísmos, porque nuestra fe es adhesión a un Dios-hombre, Jesús el Cristo, y por medio de él a Dios: «Nadie puede llegar hasta el Padre sino por mí» (Jn 14, 6), dirá el propio Jesús.

El Evangelio es esta buena noticia: ahora, en Jesús, el hom­bre y Dios son ya la misma cosa; y nosotros hombres, en Jesús, nuestro hermano, hombre como nosotros, «hombre de nuestra misma pasta» -según las palabras de un antiguo Padre de la Igle­sia- somos llamados a llegar a ser Dios.

¡Feliz Navidad!

4 comentarios en “LUZ PARA TODA LA HUMANIDAD

  1. Jesús Gonzalez Reguero dijo:

    Gracias por esta gran perla que desde el Monasterio de Sobrado nos dejáis para que recordemos el significado profundo de la NAVIDAD.

  2. Oscar Jaume dijo:

    Feliz Navidad , y que el niño Jesús los colme de bendiciones, saludos desde el Hogar Maria Inmaculada de El Salvador.
    Muy contento de recibir sus reflexiones por email.
    Hace muchos años al P. Domenech Cols. I Puig , descanse en la paz del Señor, que fue canonigo y Perfecto de Musica de la Catedral de Barcelona …Creo recordar que en mas de una ocasión los visitó…
    Yo tambien tuve eñ gozo de conoxer el Monasterio. De Sobrado. Junto con el de Oseira , Samos …entre otros ….ya hará algunos años .
    Feliz Navidad
    Óscar

  3. Rosa y Rafael dijo:

    María en su alumbramiento, da a luz al NIÑO. En esa noche, las tinieblas son la oscuridad que hay en el mundo a causa de la injusticia, el hambre, la pobreza, a causa de la opresión de unos hermanos sobre los otros…por el orgullo, poder y dominio.
    El alumbramiento de la noche, no el oscurecimiento del día, es la palabra definitiva de Dios. Para eso, este Jesús Niño, quiso poner su casa en medio de nosotros y compartirlo todo con nosotros .
    FELIZ NAVIDAD .

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