Hoy comenzamos con ilusión un nuevo año. Con la sucesión de los días nos sentimos crispados, tensos, como si estuviera desencadenándose un mecanismo de defensa que no deja que el flujo de la vida circule en nosotros, ni en nuestro cuerpo, ni en el mundo de nuestras emociones. No nos dejamos mecer por la vida a causa de un hondo temor que nos habita. El miedo, que es cerrazón, nos hace desconfiar, vivir en guardia, tensos, con durezas… no nos dejamos mecer.
Hace un tiempo leí que una mujer, en EEUU, había creado una cátedra titulada «mecer». Mucha gente acudía a la clase, otros se acercaban por allí y se marchaban porque desconfiaban. La cátedra consistía en mecer al alumno en su regazo. Contaba este ensayo que las carcajadas de los que se dejaban mecer, se oían por toda la universidad.
La primera que nos meció fue nuestra madre. Su vientre fue nuestra envidiable mecedora. Son las durezas de nuestro ego las que crean desconfianza. Estar abiertos significa dejarse mecer por la vida porque en todos los momentos está Dios y es Dios el que nos vela; es la vida la que nos mece; es Dios el que nos mece.
A un monje del desierto le preguntaban: “¿Pero donde está Dios?, ¿donde está Dios?”. Y él decía: “¿Pero donde no está Dios?, ¿donde no está?”. Si no está glorificado, si no está resucitado, está crucificado, pero Dios está ahí, todo es una cosa: crucifixión-resurrección, ¡Dios está ahí! Dejarse mecer por la vida es dejarse mecer por su flujo, por este amor que a veces puede ser crucifixión pero siempre será también glorificación.
Se cuenta en la vida de los padres del desierto, que a un monje le preguntaron: “¿Pero que haces tanto tiempo en el silencio?”. Y él les contestó: “Estoy dejando que la luz salga”. Y también le preguntaban: “¿Pero cómo has huido del mundo?”. Y el decía: “No, no, yo no he huido del mundo; es el mundo el que ha ido huyendo de mi. Se ha ido todo lo que yo no necesito”.
Estamos acostumbrados a pensar que nuestra felicidad depende de lo que nos pasa, de lo que nos llega “de fuera”. En realidad, tanto la felicidad como el sufrimiento, dependen del modo como vemos eso que nos pasa.
La vida es un largo camino; a veces es como un laberinto. En muchos de sus recodos, nos abatimos, derrotados en las sombras. Rogamos, pedimos y seguimos andando. Vamos acumulando conocimientos, aferrándonos a ellos febrilmente, creyendo que van a conducirnos finalmente a la verdad, que algún día podremos saber lo suficiente, acumular suficiente mérito y virtud para alcanzar la felicidad, el amor, el descanso. Algún día, sí… pero… nunca llega. Así es nuestra búsqueda, una búsqueda que consideramos sincera, pero que está guiada por la huida del sufrimiento y la búsqueda de la satisfacción, de la paz, del bienestar.
Pero cuando se nos aparece la Bondad de Dios nos damos cuenta, nos es mostrado, se nos hace presente la inutilidad de esta búsqueda, y reconocemos que lo que buscábamos era sentirnos bien, hasta que la búsqueda termina, deja de ser nuestro camino… y nos rendimos.
Entonces Él me recoge en ese fondo -el fondo de mí mismo- yo mismo desnudo, solo, ante Él. Toma mis manos ahí, y me ayuda a levantarme, comienza a mecerme como si fuera un niño en brazos de su madre, para poder al fin caer de rodillas a los pies del Niño Dios, del Maestro y llorar, llorar lágrimas que limpian, que descargan de tanto peso que llevo encima. Esas lágrimas despejan mi mirada y la hacen más sencilla, más pura, más sosegada. Desaparecen las preguntas, las dudas, la ansiedad. Todo se halla detenido, y uno vive anclado en el instante. La vida continúa -sigue siendo ambivalente- pero todo a la vez tiene un solo sabor, el de la aceptación, el de la entrega.
Y ahora uno está abierto a recibir noticias de la vida. Puede ver la Vida en todas partes. Uno se asombra que siempre estuviera allí, que tantos la estuvieran ya celebrando. Se puede ver en la transparente desnudez de los ancianos, en cómo se han despojado ya de todo lo superfluo; se ve en la sabia mirada de un niño que aún no la olvidó; se la puede ver en la música que nace y se desvanece, y así nos la muestra en su más pura esencia; se percibe cuando puedo ser solo escucha para alguien cargado por las dificultades; se ve en la mirada sin juicio, esa mirada que embellece; se contempla en la entrega al instante, en saber que solo hay eso, que «yo soy eso», que en ese dejar caer lo que la mente me dicta, estoy más presente que nunca. Curiosamente el hombre empieza a existir, en la medida en que desaparece (Pablo d’Ors).
Que en este Año Nuevo 2017 nos dejemos mecer por Santa María Madre de Dios, Reina de la Paz para poder reconocer en los acontecimientos, en las personas, una calidez, una bendición hasta ahora desconocida. Que María nos conceda, en el día a día, mirar con el corazón, ver el rostro de la vida, el rostro del amor, su susurro estremecido, que nos haga entender que siempre estuvimos en Dios, protegidos, conducidos por su amor a esta sencillez, a este acabamiento de no buscar, de no desear, de levantarse en la mañana y dar la bienvenida a la ausencia de deseo y de inquietud, a la paz del corazón.
Que maravillosa reflexion. Enhorabuena. Gracias por compartirla…
Gracias.
Muchas gracias.
Ahondar en la incertidumbre lleva a inquietarnos…a ansiar los momentos de calma, sin zozobras. Deseamos navegar en aguas tranquilas, lejos de los peligros…de las rocas de los acantilados… Y la vida no es eso… La Vida es lucha para que se instaure el Reino De Dios. No podemos estar muy tranquilos cuando no existe igualdad entre las personas. Cuando unos pocos dormimos confortables sobre nuestros colchones y otros ni siquiera saben dónde están pasando la noche al borde de los precipicios de todo tipo.
La vida tiene dos caras. Una cara de confort…otra de desaliento. Una de seguridades…otra de calamidades.
Y, aún así, hay que confiar. Confiar en el Soplo de la Vida. En el Soplo del Espíritu que mueve lentamente, que renueva nuestros pensamientos, que hace necesario el desvivirse por los demás, que nos hace sentir el calor del regazo de las entrañas De Dios…
» … Sin Amor nada soy… »
Sin proyecciones personales y humanizadas hacia el resto de La Creación no tiene sentido buscar nada, ni siquiera la ansiada paz de espíritu.
Dios nos sondea…nos sostiene…nos da toda la libertad para sentirnos amados por El…. En sus manos estamos desde el principio y no nos niega Su Presencia.
En El descansemos y conciliemos la Gran Aventura de ser…de vivir.
Tan sencillo, pero aún seguimos con nuestras luchas y miedos sin darnos cuenta, creyendo que nuestros logros son sólo producto de nuestro esfuerzo y que el fracaso es algo que viene de fuera. Este año que empieza me dejaré mecer por la vida, con la ayuda de Dios.
Me ha encantado oír esto en una homilía. Me estimula seguir queriendo ser seguidora suya. Gracias
Muchas gracias por ayudarnos a desvelar la profunda verdad de la Vida y vivirla más felices, confiados y agradecidos.
Solo una palabra, reconfortante, saber que dejarse mecer era lo que necesitabamos, siempre dejarse mecer y mecer a otros, a nuestros hijos aunque sean grandes. Ahora recuerdo que puedo mecer a mi hijo aunque no sea chiquito, y eso era lo que bastaba para ese encuentro sin busqueda, solo recordar y volver a mecer.
Gracias Carlos, es una bendicion leer esto.
«se ve en la mirada sin juicio, »
Que importante frase!!
Dejarse mecer por la vida que a veces es crucifixión y alguna vez es glorificación. Que gran verdad!
Dejarse…escuchar…El siempre está ahí y comienza a mecerme y desaparecen mis dudas,mis miedos. Es aceptación y entregalos.
Dejarse….escuchar..A corazón abierto. Que derroche de amor! Es eso de,aquí estoy Señor haz de mi lo que quieras.
Llega,llega al corazón. Que bien lo expresas!!! Carlos. Gracias por esto..
¡Que maravilloso encontrarse con esta homilía! ¡Que tema tan profundo e importante! ¡Y que forma de tratarlo y exponerlo, con esta belleza, sencillez… y claridad! Me interesa mucho y lo agradezco mucho.
Nos rodea el misterio, pero seguramente Dios no está siempre encantado con todo lo que hacemos, con todo lo que ocurre, porque hay mal espantoso y enorme sufrimiento. Directamente de sus manos no sale toda la realidad, por nuestro libre albedrío, por la finitud de la naturaleza… Pero, no somos lo que nos sucede. Y absolutamente toda nuestra vida se convierte en el precioso material con que El nos va modelando, si estamos entregados, en sus manos. De ahi puede nacer una aceptación voluntaria, positiva, no una pobre resignación a regañadientes. Por otra parte, los sucesos no son más que las vicisitudes de la vida y, por importantes que parezcan, no son lo esencial: Dios y lo suyo. El resto es menor, perecedero, cuando estamos bien ordenados por dentro. Esto es solo lo que yo creo.
Dejarse querer y dejar a Dios ser Dios en la gran maravilla del nacimiento de Jesús
Acoger al Niño Dios en mis brazos y mecerlo en silencio . Asi junticos
Que bonito y relajante «dejarse mecer» primero por nuestra madre que nos trajo al mundo y después por nuestra Madre del cielo que trajo a Jesús.