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Nos encontramos en este domingo dentro de la celebración del octavario por la unidad de las comunidades cristianas. Precisamente hoy tenemos una llamada especial a la conversión, volver al “amor primero”, a esa ilusión inicial cuando sentimos dentro de nosotros el murmullo del Espíritu invitándonos al seguimiento del Maestro. Conversión personal y conversión eclesial a vivir bajo un «solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, y un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos». Solamente desde esta perspectiva podemos penetrar en la dinámica del Reino y dejarnos seducir por el Señor que sigue pasando cada día por nuestras vidas en una invitación constante a descubrir ese Reino que está dentro de cada uno de nosotros.
En el inicio de su predicación Jesús enciende una nueva luz en la vida de las personas. Vemos que no nos da una doctrina sobre Dios o sobre la Ley. Jesús es un profeta y en cuanto tal se sitúa en la tradición profética. Le preocupa el cambio de las actitudes de las personas y de la sociedad para que haya justicia que es la columna vertebral del Reino de Dios. De ahí su llamada: «Convertíos porque está cerca el Reino de los Cielos».
La conversión es un don de Dios que pacientemente va siguiendo nuestros pasos y en su benignidad trata de encaminarnos hacia la conversión, como afirma San Pablo en la Carta a los Romanos. Pero también es un trabajo a hacer por parte del hombre en cuanto que tiene que dar una respuesta desde su libertad, a esa llamada de Dios a vivir una vida en conformidad con la llamada de Jesús de Nazaret, que, repetimos, no es una doctrina sobre Dios, ni sobre la Ley, ni sobre observancias, ni sobre normas de pureza ritual. Es un cambio radical, es unan lucha, es la tensión que atraviesa la historia de los creyentes entre la luz y las tinieblas, entre la justicia y la injusticia, entre la esclavitud de la Ley, de la norma y del precepto o la libertad interior; entre el amor o el odio, entre una vida humana afectiva, cariñosa, acogedora, de corazón desbordante de ternura o una vida fría, calculadora, rígida, insolidaria, egoísta y llena de miedos; entre aquello que nos aleja de los hermanos y no está en armonía con Dios.
Penetrar en la dinámica del Reino supone abandonar todos los miedos que nos invaden porque es dar un salto en el vacío. Enfrentarse al seguimiento de Jesús para cualquiera que se quiera comprometer, lo primero que va a experimentar es que Jesús no nos da ninguna seguridad con respecto a nuestro bienestar personal: economía, bienestar social, salud, prestigio, etc. Todo lo contrario, entrar en la dinámica del Reino es entrar en su vida comprometida con devolver la dignidad perdida a todas las gentes por culpa de la religión, tal como se entendía en su tiempo. Entrar por ese camino es entrar en zona de conflictos con las instituciones, tanto políticas como religiosas y, el que se enfrenta a ellas, pocas veces lleva las de ganar. Pero una vez que le abrimos las puertas, una vez que dejamos que el Reino penetre en nuestro interior, nos invade una fuerza que nos ayuda a soportar todas las contrariedades porque tenemos aquella palabra del Maestro que es la que nos da la gran seguridad, que nos ayuda a mantenernos fieles en el camino del Reino: «Yo estaré con vosotros». Por eso nadie puede usurpar el lugar de Cristo en la vida del cristiano y de la Iglesia.
La llamada que San Pablo le hace a los Corintios para que se pongan de acuerdo y no anden divididos está en sintonía con la oración sacerdotal de Jesús de Nazaret: «Que todos sean uno», algo que está en el corazón de muchos creyentes, que viven más allá de cualquier división, viviendo su vida de fe en la sencillez de cada día y con un profundo sentimiento de hermandad universal. Desgraciadamente este sentimiento no está en el corazón de muchas iglesias ni de otras religiones no cristianas, y la historia desgraciadamente nos dice que en la Iglesia persiste aquella división que San Pablo denunciaba en la comunidad de Corintio y que la estaba envenenando: el culto de la personalidad y del personalismo. El apóstol siempre insistía que en la Iglesia la única cabeza era Cristo, y todos los demás miembros, aunque diferentes en sus funciones, se encuentran en el mismo nivel en su dignidad. De hecho es bueno recordar con frecuencia en las comunidades cristianas la recomendación de Jesús a sus discípulos en la última cena, después del lavatorio de los pies: « ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros».
Hemos sido llamados a ser servidores de una gran utopía en la que Jesús de Nazaret puso todo su corazón: la Utopía del Reino de Dios. Esa utopía no está muerta como muchos creen. Vive escondida, como el grano que se siembra en la tierra, así la simiente del Reino vive en el corazón de los que toman en serio la llamada de Jesús y se convierten en hombres y mujeres para los demás. Las dos grandes novedades que nos trajo Jesús, entre otras, son que, Dios no es un Dios excluyente, no está ligado a ningún grupo religioso, todos son hijos e hijas suyos. Y el Reino predicado por Él tampoco se identifica con ningún credo religioso. Está en donde quiera que haya un hondo sentimiento por la justicia, por la paz, donde los corazones no son de piedra, donde las gentes no tienen miedo de enfrentarse a quien quiera que maltrata la dignidad de la personas, donde siempre los corazones están dispuestos al perdón, en donde no existen razas diferentes sino una sola raza: la humana. Construir el Reino es respetar la tierra, los animales, las plantas porque son nuestra vida y sustento. Si hacemos esto, no importa si somos creyentes o no, seremos hijos e hijas del Reino, cada uno desde su opción personal, y así Dios será Dios en todo y en todas las cosas.
Gracias por compartir esta maravillosa relfexion sore el Reino….
Gracias por compartir tan bonitas reflexiones.
Saludos desde El Salvador
Gracias a los monjes de la comunidad de Sobrado por ser LUZ en las reflexión de esta semana sobre la Utopía del Reino y sobre la unidad de los cristianos. No tiene ningún desperdicio. De nuevo, GRACIAS por estar ahí.
Decir que el Reino de Dios es una utopía, es un error teológico y doctrinal gravisimo.
Y por cierto pudiese dar a entender una falta de Fe en la enseñanza de Cristo y el magisterio de la Iglesia.