Al comienzo de la Cuaresma, tiempo de gracia y de salvación, camino de conversión que nos conduce hacia la libertad de los hijos e hijas de Dios, se nos propone la necesidad que tenemos todos de retirarnos al desierto para conocer mejor nuestro verdadero ser y así abrir nuevas rutas que llenen de sentido nuestra existencia.
Parece claro que el relato de las tentaciones de Jesús no es una “crónica” de lo ocurrido; más bien nos hallamos ante una narración portadora de un contenido simbólico que trasciende tiempo y lugar. El relato está inspirado y, en cierto sentido, reproduce la triple tentación que vivió el pueblo en la travesía del desierto, tal como quedó expuesta en el Libro del Deuteronomio. Con ese trasfondo, Mateo busca mostrarnos a Jesús como aquél que, a diferencia del pueblo, superó las mismas pruebas.
Por otro lado, la narración presenta la forma de un “rito de iniciación”, algo conocido por diferentes culturas, y en el que el sujeto se aleja del grupo y es sometido a una serie de pruebas físicas y psicológicas, de las que habrá de salir airoso, antes de alcanzar el estatus de miembro adulto de la comunidad. Mateo tiene cuidado en señalar que es el Espíritu el que fue llevando a Jesús. Desde el inicio mismo, Jesús aparece como el hombre que “se deja mover” desde dentro por el Dinamismo divino, por el Espíritu, precisamente porque no está identificado con su yo, y por eso es el hombre en el que Dios puede expresarse con libertad.
El texto habla de cuarenta días. Se trata de un número cargado de resonancias bíblicas -desde los cuarenta años que pasó el pueblo en el desierto, hasta los cuarenta días del ayuno de Moisés o de Elías- que puede entenderse como “un tiempo largo de prueba”.
El tentador es nombrado como “el diablo” -personificación de las fuerzas del mal que, etimológicamente, significa “el que divide o separa”-; Marcos lo había nombrado como “Satán”, que significa “Adversario”.
La triple tentación recoge, de un modo sabio y sintético, las pulsiones más importantes que el ser humano experimenta y que pueden alejarlo de lo mejor de sí: el tener, el poder y el aparentar.
El evangelio parece querer transmitir, con este relato, varios mensajes importantes: Jesús no vive para sus intereses, sino en docilidad a la Voluntad de Dios. Jesús no es un Mesías que se impone por el poder ni por el éxito; el suyo es un mesianismo desprendido de todo eso y cuya fuerza no es otra que la fidelidad. Las tentaciones acompañarán a Jesús -como a todos los humanos- durante toda su vida; de hecho, el relato termina anotando que el demonio se marchó hasta otra ocasión. Mateo coloca el relato de las tentaciones inmediatamente después del bautismo, como si quisiera responder también a una cuestión que inquietaba a la primera comunidad: “¿Cómo podemos ser tentados después de haber sido bautizados?”.
En el desierto aparecerán Satanás, “fieras” y “ángeles”: de una forma u otra se harán presentes todos nuestros “demonios interiores”, alternándose probablemente con “ángeles”, que nos proporcionen luz, consuelo y determinación para continuar.
Los “demonios” suelen tomar la forma de necesidades, miedos y defensas, que buscan sostener la identidad del hombre viejo, de una manera absoluta y beligerante. Los “ángeles” aparecen en forma de intuiciones que nos hacen, al menos, atisbar o vislumbrar el nivel profundo de la realidad.
La lucha, dependiendo de varios factores, puede ser más o menos larga. Pero lo cierto es que requiere tiempo. No se puede abreviar a voluntad la duración de la “noche”. Necesitamos acogerla, desde actitudes constructivas y, quizás, con ayuda adecuada, pero respetando su duración para que pueda germinar el fruto que, en su oscuridad, encierra y promete.
A cada tentación Jesús responde con palabras de la Escritura. Si tenemos en cuenta que es un relato simbólico, descubriremos lo que los evangelistas nos quieren decir con esto. Dios por medio de su palabra quiere orientarnos en la toma de decisiones. Y como dice la Sagrada Escritura: esa palabra está cerca de ti, la tienes en los labios y en el corazón.
Y todo es un proceso creciente de consciencia, que busca conducirnos a un solo punto, a responder con verdad a la pregunta esencial: ¿quién soy yo?, ¿quiénes somos?
Cuaresma es tiempo de desierto. El camino hacia tu interior está repleto de peligros y asechanzas. Para llegar a tu verdadero ser, tienes que atravesar tu propio desierto. Libérate de todo lo que crees ser, para llegar al centro. Sólo en tu propio desierto afrontarás la verdadera batalla de la vida, pero eso sí, siempre empujado por el Espíritu. En el desierto y solo, tienes que tomar la decisión definitiva. Confía, la tierra prometida, está ya ahí, al otro lado de tu falso yo. Mantente en el silencio, hasta que se derrumbe el muro que te separa de ti mismo. Sólo la ignorancia nos mantiene alejados de nuestro verdadero ser. Deja que la luz de Dios, que ya está en tu interior, te invada por completo. Así serás feliz y harás felices a los que viven junto a ti.
Gracias.
Muchísimas gracias.