Se nos acaba de proclamar el Evangelio de la Transfiguración, pasaje que narran los tres sinópticos, Mt (17,1-9), Mc (9,2-10), y Lc (9,28-36), y que se proclama más de una vez a lo largo del año litúrgico. En el aparece Jesús lleno de luz y belleza, mostrando su naturaleza divina, para dar fuerza y confianza a los Apóstoles ante los cercanos duros acontecimientos y ante su próxima nueva misión evangelizadora. Este pasaje está calcado del relato del capítulo 24 del libro del Éxodo, en el que se narra la teofanía del Monte Sinaí, cuando Dios da a Moisés las Tablas de la ley con los diez mandamientos. Mateo narra hasta 7 coincidencias. Se presenta pues Jesús en este evangelio como el nuevo Moisés que dará una nueva ley derogando la antigua; Moisés y Elías, la ley y los profetas, desaparecen y queda Jesús solo, reconocido por Dios como su Hijo el Amado, el Predilecto al que hay que escuchar. Nueva ley y nuevo rostro de Dios, declarado por las palabras y la obra de Jesús en su vida pública. No un Dios violento y caprichoso, como el del A.T., que solo quiere a su pueblo escogido aunque no duda en castigarlo continuamente, sino el Dios de la misericordia, de la compasión, el que desea que todos sean felices, el que está cerca de los pobres y desgraciados y pequeños. Dios a partir de Jesús tiene un rostro, el del mismo Jesús y tiene una digamos personalidad, la de ser su Padre y nuestro Padre.
Hay una palabra definitiva en el pasaje que comentamos y que pienso que puede ser la clave para la cuaresma de este año: “Escuchadle”. Dios nos invita a escuchar a Jesús.
Tres vocablos hacen relación a la captación de las palabras pronunciadas por otro. Oír, escuchar y atender. Y pienso que esto se debe aplicar a lo pronunciado por las personas y por el mismo Dios. Y a los dos es decisivo escucharles, pues en general no sabemos escuchar de verdad al otro. La mayor parte de las conversaciones son realmente monólogos.
El oído es uno de los sentidos y tiene por fin el captar los sonidos venidos del exterior a través de la oreja. Oír pues es captar el sonido que nos llega. El que desea oír bien lo que se dice escucha. El que pone el mayor grado de interés al que pronuncia y se esfuerza por entender y comprender lo que hace es atender. El que está lejos del orador para oír bien, escucha. El que está cerca para comprender el discurso y penetrar en su sentido profundo, atiende.
Escuchar a una persona es un acto de amor y no digamos cuando esa escucha es atenta. Pero hemos de tener en cuenta, y esto es referido a la escucha de las personas, que la palabra es la mitad de quien la pronuncia y la mitad de quien la escucha. La otra mitad, viene constituida y reforzada por gestos, miradas, tacto, e incluso por el tono de voz con que se habla. Papel negativo tiene en cambio el ejercitar la vista más que el oído y los prejuicios que uno puede tener frente al otro, esto último en relación a la escucha. En cualquier caso escuchar es todo un arte nada fácil de llevar a la práctica y sin embargo es exactamente lo que la gente echa de menos en las relaciones humanas e incluso con Dios. Recuerden lo que le dijo el sacerdote Eli al niño Samuel que oía su nombre por la noche y pensaba que era Elí quien le llamaba. Eli le dijo al niño Samuel: Cuando oigas tu nombre has de decir: Habla Señor que tu siervo escucha. Es exactamente lo contrario de lo que hacemos nosotros en nuestra oración: Escucha Señor que tu siervo habla.
Recuerden también esa otra frase del A.T., del salmo 94, que nosotros utilizamos muy frecuentemente para empezar la Liturgia: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón.” Y es que esa escucha que pide Dios nuestro Padre ha de ser total, con el cuerpo y con el alma, con el corazón como órgano espiritual. Ver y oír, no solo con órganos exteriores sino con el corazón, desde la profundidad, desde el silencio interno.
Escuchar a Jesús es un aspecto del nuevo mandamiento del cristiano. Pero hay una elemento de esa escucha que es decisivo y que posibilita que esa escucha atenta se lleve a cabo. Me refiero al silencio. Actitud amenazada más que nunca en los tiempos que vivimos, en una sociedad donde prima lo externo, donde el exceso de ruido nos impide escuchar en lo íntimo, en el silencio de nuestra mente aquella palabra de Dios que solo es una: te amo, ama.
El silencio profundo es una fuente de vida y más que un clima es un modo de vivir y una escuela de vida. En el silencio y solo en el silencio, que no solo es exterior sino fundamentalmente interior, aprendemos a hacer vida las palabras de Jesús. Ellas resuenan en nuestro corazón, pues en definitiva es ahí donde nos encontramos con Dios, con nosotros mismos y con nuestros hermanos y con toda la creación. Ese interior donde solo se entra con el silencio de la mente, ha sido llamado nuestra verdadera casa, y donde se nos invita a vivir siempre, en unión con todo lo que ES, lo que tiene existencia.
Hacer silencio y permanecer en el, nos cuesta por el miedo que tenemos a enfrentarnos con nuestros dolores, miserias, nuestra debilidades, enfrentarnos con todo eso que hemos disfrazado o ignorado porque no nos gustaba y nos iba haciendo engordar ese otro yo falso y destructivo que solo se alimenta del pasado y del futuro, de las emociones, los pensamientos, las sensaciones…es decir de todo lo que nos aleja de lo que realmente somos: Vida, hecha de lo bueno y lo malo, que es lo que realmente somos. Hay que decir además que las categorías de bueno o malo son puramente humanas pues en Dios y de Dios no puede salir nada malo. Malo es para nosotros lo que no gusta a ese yo falso, precisamente, y bueno lo que le gusta.
Pues bien, todo esto que decimos está posibilitando en nosotros una verdadera transfiguración. Transfiguración que ya se ha realizado en ese interior, dejando salir lo que verdaderamente somos y desde podemos empezar a construir sobre seguro.
El silencio en fin es un anhelo profundo del ser humano pues posibilita el encuentro con lo mejor que tenemos. Todos los que venís al monasterio, lo hacéis respondiendo a ese anhelo y deseando apagar todo el ruido interno y externo que os impide la escucha de la palabra, que os impide habitar en esa casa que intuís es la verdadera para el encuentro con Dios.
Es finalmente en el silencio donde se puede responder a esas cuestiones tan decisivas de saber quien somos, a donde vamos, qué sentido tienen nuestra vida, que buscamos más allá del dinero, la salud, el poder, el sexo, etc.
Jesús tiene una palabra personalizada para cada uno de nosotros, dedicada y dirigida a nuestros puntos débiles, sufrimientos y problemas felicidades e infidelidades. Se nos pide hoy que escuchemos la voz del Señor y no endurezcamos nuestro corazón. Lo mismo que su cuerpo resplandeció en el monte ha de hacerlo su palabra en lo profundo de nuestros corazones. Una palabra tuya bastará para sanarme. Habla pues señor que tu siervo escucha. El sana los corazones destrozados y venda sus heridas.
Gracias por estos comentarios que tanto bien me hacen…. Que Dios te bendiga…
¡Ojalá escuchéis hoy su voz! Si es una buena clave para la cuaresma.
Los que vivimos en la ciudad llena de ruidos de todo tipo nos perturba la paz que tanto anhelamos como condición para orar.para escuchar. Pero también dice el Evangelio que Jesús llama a los agobiados por todo tipo de cargas.
Los cristianos que vivimos en la ciudad necesitaríamos levantar un pequeño que nos ayude para orar. Por eso buscamos el monasterio para encontrar el silencio,la paz y el sosiego y poder desde ahí escuchar su voz. Pero tampoco es la solución,no siempre podemos salir al monasterio,por eso tenemos que aprender a escuchar y orar en la ciudad. Quizás la ciudad sea una forma moderna de desierto,del encuentro con él.
Habrá que descubrir nuevas formas de oración y escucha en las ciudades donde vivimos aunque el anhelo por el silencio siempre está ahí
Gracias por esta homilía
Nos das un talismán, para usar y amar: estar atentos, a la escucha.
A lo mejor, Dios dice una sola palabra: AMOR, pero resuena de infinitas formas diferentes, pura creatividad. Para escucharla, hay que afinar la Verdad, más allá de intereses y prejuicios. La favorecen cosas como el silencio interior y un corazón abierto y entregado. Seguramente, no siempre nos resulta fácil de comprender.
Me gusta y me ayuda mucho este comentario, como suele ocurrirme con todos los que nos vais regalando, muchas gracias.