El Dios de Jesús es amigo de la vida

Cuaresma IV | Enrique Mirones | 2017

Hay relatos evangélicos que por mucho que lo leamos, siempre nos producen una emoción interior y una admiración que nos llenan de una gran paz y, sobre todo, nos ayudan a acoger el proyecto de humanizar una religión que ponía su acento en lo sagrado, con su dignidad, su poder, sus normas, sus prohibiciones, y que marginaba a los pobres, a los enfermos y a los pecadores.

Interiorizar este relato evangélico (Jn 9,1-41), dejar que escarbe dentro de nosotros, que rompa las tinieblas interiores en las que podemos haber caído sin darnos ni siquiera cuenta de ello. Cuando vivimos la religión, la que sea, sin cuestionarnos nada, nos estamos dejando dominar por la peor de las cegueras, la ceguera del corazón que nos endurece por dentro, la que juzga negativamente toda obra buena en favor de las personas que no entran en los estrechos muros de nuestras creencias religiosas, la que antepone lo sagrado, la ley, la norma y el precepto a la calidad de vida de las gentes.

En todas las formas de Jesús de Nazaret de enfrentarse con los enemigos de la vida y de la dignidad de las personas en el nombre de Dios y de la religión, está siempre la pregunta que le hace a los fariseos en la sinagoga cuando curó al hombre que tenía la mano paralizada: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?».

Pues hoy en el relato evangélico que se nos proclamó, Jesús da un paso de gigante: nada más y nada menos que corregir el pensamiento religioso sobre la concepción de un Dios que castiga los pecados de los padres en los hijos hasta la tercera generación como se narra en el Libro del Éxodo (20,5): «Yo Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación». Jesús nos manifiesta el amor misericordioso de su Padre en contraposición al celo negativo de un dios creado por los hombres religiosos a su imagen y semejanza. El Dios que se manifiesta en Jesús de Nazaret no es el Dios del Sinaí. Por eso el proyecto de Jesús choca con el proyecto religioso de los fariseos y del Templo, porque en el proyecto de Jesús, el centro está en lo humano, en el respeto a todos, sean religiosos o no, tengan creencias o no, sean buenas o malas personas, porque para Jesús Dios no excluye a nadie y hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mt 5,45).

Jesús piensa en las personas que, por su condición social, de enfermedad, de situación moral, incluso según el trabajo que realizaban y que las podía hacer impuras y por lo tanto ser excluidas por la religión; exclusión que, a pesar del tiempo, aún se mantiene vigente en muchos credos religiosos, incluso en el cristianismo. Pero el Dios que se nos revela en la vida y en los hechos de Jesús de Nazaret desacraliza el poder religioso, poder de vida y muerte en muchos casos. El Dios de Jesús es amigo de la vida. No se encarnó para fundar ninguna religión, en todo caso para humanizarla y desacralizarla. El centro de su proyecto es la dignidad y la felicidad de las personas, de la alegría de vivir, el goce y disfrute de todo lo bueno y bello que Dios hizo y puso en su vida.

La compasión, la cercanía, la misericordia, el diálogo, la acogida, el perdón de las ofensas; un concepto evangélico de la justicia y de todo aquello que hace que las relaciones humanas sea abiertas y no cerradas en guetos y nacionalismos absurdos, tienen que ser el fruto de una comprensión de un Dios que se humaniza y se muestra en la persona de Jesús de Nazaret. Las religiones podrían ser el cauce y no obstáculo para el proyecto de Jesús. El problema está en que, como muy bien afirma José María Castillo, «las religiones, las que sean, al poner el acento de todo en lo sagrado, por eso mismo y sólo por eso se impone límites, prohibiciones, censuras, amenazas, que entran en conflicto con muchas de las aspiraciones más profundas que sentimos los mortales».

No está demás que tengamos siempre en cuenta unas palabras que son claves en este relato del ciego de nacimiento: «Para un juicio he venido a este mundo: para los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos». Los que nos decimos creyentes o hombres religiosos tenemos que tener muy presente que, no es lo mismo ver que mirar, oír que escuchar. Se ve y se escucha con el corazón, desde la profundidad del ser de donde surge la luz que ilumina y es la fuente de un discernimiento evangélico y humano de las personas y de los acontecimientos. Por el contrario, se mira y se oye con los sentidos exteriores, los que juzgan según las apariencias de las cosas y de las normas establecidas que endurecen el corazón, su ceguera les impide ir más allá de lo que marca la ley, la norma, el precepto, para ellos siempre las personas tienen que estar por debajo de lo correctamente establecido.

El sentimiento de dolor que Jesús tenía por la dureza de corazón de los hombres religiosos de su tiempo se resalta muy a menudo en los evangelios, hasta llamarlos «guías ciegos», incapaces de abrirse a la luz. Si  no somos capaces de descubrir el Dios de bondad que se manifiesta en Jesús, el que se inclina respetuosamente ante el dolor humano, el Dios que se humaniza en Jesús y se hace cercanía humana, tolerancia, comprensión, y amor entrañable, si no somos capaces de ver, de sentir, escuchar el aliento de vida que nos viene de parte de Dios en su Hijo Jesucristo en nuestro mundo, no merece la pena de vivir una mentira religiosa, sólo seremos ciegos que dicen que ven.

3 comentarios en “El Dios de Jesús es amigo de la vida

  1. Jesús Gonzalez Reguero dijo:

    Gracias por este regalo que mandáis desde Sobrado, no tiene ningún desperdicio y hay que leerlo muy despacio para saborearlo y llevarlo a la vida que nos toca vivir a diario. Repito las GRACIAS.

    • comunidade grão de mostarda dijo:

      Compartimos também: há que ler e, de novo, ler esta reflexão, para a assumir no seu sabor integral e para que germine VIDA em nossas vidas.

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