
Los peregrinos de Emaús | Arcabas
El tercer domingo de Pascua -en el ciclo A- trae a nuestra mente el encuentro velado de dos discípulos de Jesús, camino de Emaús… Él se les revelará, ya en la mesa, en su modo de partir el pan y en la entrega e intimidad al hacerlo. No lo dudan, es Él, y se lanzan disparados a comunicarlo a los once.
¡Qué buen catequista el Señor de la Gloria, catequista de su gloriosa resurrección!
En el primer día de la semana, efectivamente, en su día, el domingo (¨dies dominica¨): Sale al paso del miedo de sus acobardados once discípulos, encerrados por temor a los judíos. Y lo hace haciéndoles palpar que es ¨Él mismo¨ (ipse, en latín) pero no idem ¨de la misma manera¨). Y, tenaz en su tarea de catequista por antonomasia, presenta sus llagas al que estuvo ausente, al empedernido Tomás, que cae, rendido y creyente, en un acto de adoración: ¨Señor mío y Dios mío¨. Qué buen catequista, que hace florecer la oración desde las raíces de la duda (Lo hemos contemplamos la semana pasada, en el domingo de la octava de Pascua).
Y ese mismo día, se mete en la conversación de dos cariacontecidos discípulos en el camino de Emaús: ¨¿Se puede saber de qué vais hablando por el camino?¨ Y, en respuesta, vienen a decirle, ¨pues de lo que hablan todos¨… ¨Acaso eres tú el único forastero que no se ha enterado de lo ocurrido¨. ¨¿Qué? Decídmelo¨. Y al hacerles hablar logra dos cosas: que verbalicen su situación de tristeza y, al mismo tiempo, que tengan con él un contacto enardecedor. Y eso que fue muy claro con ellos: ¨insensatos y necios, tardos par entender que era necesario que sucediera todo esto¨, para que el Mesías entrara en su condición gloriosa. Pero el contacto se va dando. Pareciera que habla por propia experiencia… Se lo explica con abundante Escritura (diríamos que está haciendo Liturgia de la Palabra). Y es así como aquellos caminantes y perdidos discípulos van notando que no pierden el tiempo al escucharle, que el camino se hace entretenido y resulta muy provechoso. Aprenden tanto… y les aprovecha tanto. Lástima que ya se tienen que despedir pues ya están llegando a casa. ¨¿Por qué no te quedas?, mira que la tarde está de caída y llega la noche¨. Ante tal delicadeza, acepta la acogida. Y al partir el pan, notan que por el modo como lo hace… sólo lo hace él: ¡Es el Señor…! (Desaparece porque ya se ha dado a conocer).
Los acobardados discípulos dejan de serlo. Inundados de alegría, desandan los 18 km de camino y se tornan evangelizadores del Evangelizador Catequista. Han aprendido el reproche de su necedad e insensatez que les hiciera el hasta ahora desconocido viajero… y se tornan discípulos del Resucitado. Su experiencia y su clamor se suma a la de los otros, que están en la ciudad, clamor y experiencia compartida también por nosotros… al escucharle en la Liturgia de la Palabra y en la Comunión con Él cuando se nos brinda como Pan de Vida. .
Cabe hacernos coherentemente una pregunta:
En la Escritura, escuchándole a Él, ¿se va enardeciendo nuestro corazón? ¿Cuáles son los puntos sensibles que nos toca? Si logramos darnos cuenta de ello quiere decir que realmente le estamos escuchando a Él en la Escritura. No sólo estamos ante la Biblia manejándola.
Si la Palabra de Dios se hace encuentro y alimento en el día a día, quiere decir que nos está evangelizando y convirtiendo en potenciales evangelizadores para los momentos más inesperados. De este modo, nuestro camino es camino de Emaús, camino de encuentro, de vida rebosante, de irradiación misionera, luminosa y ardiente. No podremos dejar de hablar de él… Nos será imposible no expresar nuestro gozo, que es la palabra más convincente.
Si nos pregunta de qué estabais hablando que os veo tan alegres, le podremos decir: De aquel que nos acompaña y se nos da a conocer en la fracción del Pan, en nuestro camino de Emaús.
Lucas en la hermosa narración de Emaús cuenta la experiencia pascual a la que somos invitados en la cincuentena pascual:recurre al fuego para expresar el efecto sobre los discípulos que produce las palabras del peregrino:No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino?. Que la celebración de la Pascua encienda el amor de Dios en nuestros tibios corazones de creyentes y,en el corazón de nuestra iglesia que parece habérsele helado la vida y la experiencia del Espíritu
el modo de presentarse al mundo es la huella que marca la divinidad que Es.
y siendo reflejos de Él, somos llamados a compartir nuestro pan en comunión intima con quién a nuestro lado camina.
«Hace florecer la oración desde las raíces de la duda»
Gracias por esta perla.