Atentos a la voz del Pastor

El Buen Pastor (det.) | Lucas Cranach der Ältere | s. XVI

La figura del Pastor era muy familiar en la tradición de Israel, muchos de sus dirigentes más destacados fueron pastores. El pueblo gustaba de imaginar a Dios como «Pastor». Por eso, la imagen de Jesús como Buen Pastor fue muy amada por la comunidad cristiana desde sus orígenes.

El tema de «Buen Pastor» nos está situando en un contexto pascual, podríamos decir que es una reflexión de la Iglesia para la Iglesia que se reconoce a sí misma como el Nuevo Israel, como el Nuevo Rebaño que tiene como único Pastor a Jesucristo.

Toda comunidad cristiana es un pequeño rebaño muy heterogéneo. Hay ovejas de todas las edades y de todos los colores porque el pastor no tiene acepción de personas. Y en la relación entre la comunidad y el Pastor hay una actitud que es clave: «ESCUCHAR». Los cuatro evangelistas comienzan con esta actitud: en Mateo, José escucha las palabras del Ángel. En Marcos, las gentes acudían a escuchar a Juan Bautista. En Lucas, María escucha y acoge las palabras del Arcángel Gabriel. En Juan, se nos dice que, a los que escucharon y recibieron la Palabra se les dio poder de ser hijos de Dios. Y, San Benito, comienza su Regla con el verbo «ESCUCHAR»: Escucha, hijo.

En la vida de una comunidad no puede haber una lectura o escucha parcial de la Palabra porque entonces no es el Pastor el que habla, nosotros mismos nos hablamos a nosotros mismos. Es entonces cuando los sentimientos se dispersan y el germen de la destrucción se apodera de ella.

San Pablo, que tenía una gran intuición, y que sabía con qué facilidad el oído de nuestro corazón se deja halagar o aterrar por los falsos maestros, les decía a los Gálatas: «Me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para pasaros a otro evangelio -no que sea otro, sino que hay algunos que os están turbando y quieren deformar el Evangelio de Cristo-. Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anuncien un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea maldito! Como os tengo dicho, también ahora lo repito: si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea maldito!». Y el problema de los Gálatas no es algo que aconteció en los inicios del cristianismo, es un problema y una tentación que atraviesa la historia, y es una tentación de cada día en toda comunidad cristiana.

Un rebaño atento a la voz del Pastor siente su protección en su caminar, las dificultades son enfrentadas con serenidad, tiene conciencia de que es una comunidad en camino, con mucho que purificar en su vida, con mucho que aprender y, sobre todo, camina en la unidad. Pero cuando se escuchan otras voces, cuando alguien usurpa el lugar del Pastor, surge la dispersión. Y como la voz del Pastor no resuena en su corazón se pierde la frescura evangélica, la ilusión de hacer algo nuevo, se pierde la libertad interior que nos viene de escuchar la Santa Palabra y dejar que nos trabaje por dentro. La dispersión crea grupos eternamente enfrentados, cada cual defiende lo suyo, creando trincheras, levantando muros y buscando seguridades. Es la eterna tentación de retornar a Egipto o de volver a la ley de las observancias y de los minuciosos preceptos que San Pablo les echaba en cara a los Gálatas. Es la tentación de ser una comunidad “religiosa” cerrada sobre sí misma y no una comunidad de fe, muy humana y abierta al mundo. Un Starez ruso le decía en una ocasión al superior de un monasterio: “Si un superior religioso se limita a exigir una perfecta observancia de la regla, podrá ciertamente hacer un gran bien al monasterio y a sus súbditos, pero perdió algo de su propia vocación. Es un doctor, un superior, pero no es el Padre, no es el pastor de la comunidad”.

Somos hermanos de un Pastor herido, el único que puede guiarnos al Padre, y corremos el riesgo de situarnos ante él con la locura de los griegos y el escándalo de los judíos, y ese camino no nos lleva a ninguna parte. No nos engañemos, el Evangelio de Jesucristo no es una tienda de pret a porter en donde cada cual escoge un traje a su medida. Eso sería hacer del Señor el sastre de nuestros caprichos, de nuestras envidias, de nuestras inmadureces, de nuestras mezquindades, de nuestros complejos y frustraciones, de nuestras manías de construir castillos en el aire.

Somos hermanos de un Pastor herido y sus heridas siguen abiertas y sangrantes porque son las heridas del mundo. Son las heridas de la sangre vertida de los pobres inocentes, son las heridas de las injusticias laborales, son las injusticias de la fría indiferencia de los grandes corruptores de nuestra sociedad. Caminar con el Pastor herido es situarnos en donde él se situó a lo largo de su vida: fuera del estamento religioso y de la aristocracia sacerdotal para caminar en la marginalidad de los rechazados y excluidos por la religión oficial. Sólo en ese contexto encontraremos al Dios de Jesús.

Si Jesús de Nazaret se proclamó el Buen Pastor y la Puerta de las ovejas, nos está diciendo que el que no entra por esa puerta nunca podrá entender porque Dios rechaza los espacios sagrados en donde las autoridades religiosas imponen cargas pesadas que nadie puede soportar. No, Jesús no nos presenta a su Padre desde el punto de vista de la autoridad, sino desde la experiencia de la bondad, la cercanía humana, la tolerancia, la comprensión y el amor entrañable.

«Yo soy la puerta, dice el Señor, si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto».

2 comentarios en “Atentos a la voz del Pastor

  1. gubi dijo:

    Escucha el que siendo Pastor se sabe oveja y en su vulnerabilidad muestra la huella de sus heridas sanadas a traves del Amor de Él. Puerta silenciosa en acogida amorosa donde reposar y engendrarse en renovado caminar .

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