Santísima Trinidad

Trinidad | Xaime Lamas, monje de Sobrado

Hace bastante tiempo, estaban en nuestra hospedería un grupo de presbíteros y, entre ellos, estaba un teólogo muy conocido. Me preguntaron sobre los iconos y, en especial, sobre el icono de la Trinidad de Andrés Roublev. En un momento de la conversación, el teólogo me dijo que no se podían hacer representaciones pictóricas de la Trinidad. Tenía razón. Y es bien cierto que, muy torpe tiene que ser un iconógrafo para pensar que el icono de la Trinidad que pinta sea la Trinidad. Y, muy torpe tiene que ser un teólogo para pensar que, cuando habla o escribe sobre Dios, lo que escribe o dice sea lo que es Dios.

No es plato de buen gusto tener que preparar una homilía para decir algo sobre el misterio de la Trinidad, por lo menos para mí. Sólo tenemos intuiciones, balbuceos… Somos ante este misterio de fe, eternamente niños que balbucean, que quieren aprender a expresarse y no encuentran las palabras. ¿Cómo expresar desde nuestra pequeñez lo que es inabarcable, lo que nos sobrepasa? El problema es que, cuando queremos descifrar el misterio a través de la razón intelectual, lo que hacemos es negarlo. Querer probar la existencia de Dios, lo que es Dios, definirlo, situarlo en imaginarios cielos, es matar a Dios. Las religiones a lo largo de la historia fueron creando dioses caprichosos, rencorosos, sobre los que echamos todas  nuestras ambiciones infantiles. Dioses grandes, todopoderosos, que llevan cuenta de  nuestras acciones en un libro siniestro. Y no estamos a hablar de cosas del pasado, es algo que acontece en nuestros días. Todas esas payasadas no acercan a nadie a Dios, lo alejan. Por eso fue tan necesaria la Encarnación, la humanización de Dios, su ruptura de las cárceles que le pusieron y le siguen poniendo los distintos credos religiosos. Dios es laico, no se identifica con ninguna religión, no está en los templos construidos por manos humanas, como le recordaba Esteban al Sanedrín.

Nuestro Dios, el Dios de Jesús, el que  camina con nosotros, es el Enmanuel de Isaías, quizás sea la más grande intuición profética sobre Dios. No es el terrible Dios del Sinaí que hacía temblar al pueblo con el miedo, sino el Dios que hace nuestros caminos, el que nos lleva en su brazos, el que se inclina hacia nosotros, el que nos atrae hacia sí con cuerdas humanas, con lazos de amor, el que nos levanta con ternura hacia su mejilla, el que se inclina con reverencia hacia nosotros para enseñarnos los caminos del bien, del respeto, de lo que nos conduce a la paz. Nuestro Dios, el que nos revela Jesús de Nazaret, es cercanía y comunión, es el amor en fiesta, el abrazo de fuego que purifica con respeto, sin hacernos daño. Es el Padre que otea el horizonte esperando a su hijo para abrazarlo, besarlo y hacer la gran fiesta. Es la gratuidad de un amor sin fin, que sólo puede dar el que se pone como servidor a los pies de sus hijos. Y, por más que, a lo largo de la historia, nos quisieron presentar a Dios como una máscara del miedo, su palabra desmiente a los manipuladores del miedo religioso: «Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna». Por lo tanto: «Si Dios están con nosotros, ¿quién contra nosotros?». Porque en todas las cosas interviene Dios en favor de los que lo aman, como nos dice San Pablo. Y si eso es así, sólo a través del rostro humano de Dios, que es Cristo Jesús, nos podemos sentir libres de todo un mundo religioso hostil con la libertad del hombre, porque «para ser libres  nos liberó Cristo». Él es nuestra libertad, una libertad que nos fue dada en su vida y en su palabra, pero, sobre todo, como afirma J. Mª. Castillo: «En la cruz de Cristo, murió la religión que encierra a Dios en Templo y lo pone en manos de los sacerdotes, que se presentan con la pretensión de ser ellos, y sólo ellos la voz de Dios y los administradores sagrados de su poder. Cuando la religión de lo sagrado muere, surge la religión que vivió y enseñó Jesús. La religión del ser humano, desde lo más profundo de lo humano, encuentra esa realidad última que anhelamos y a la que, hasta ahora, al menos, hemos invocado como Dios».

Dice el Maestro Eckhart que, «la más pequeña imagen creada que se forma en ti es tan grande como Dios es grande. ¿Por qué? Porque ella te impide un Dios total. Precisamente allí donde dicha imagen penetra en ti, allí Dios y toda su Deidad deben retirarse». Y también afirma que, todo cuanto digamos de Dio no es Dios. Entonces, ¿cómo hablar de Él? Necesitamos palabras, signos y símbolos. El problema está cuando nuestras palabras, los signos y los símbolos ahogan al Dios de la vida, es decir: cuando usurpamos el Santo nombre de Dios y nos hacemos creadores de ídolos siniestros.

No hay mejor lenguaje que nos ayude en el conocimiento del misterio trinitario que el del amor que no necesita muchas palabras o ninguna para derramarse como fuente de vida, de respeto y de comunión, porque como dice San Juan: «Quien no ama permanece en la muerte. Dios es amor: y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él».

No hay otro camino, si queremos balbucear el misterio trinitario, que arrojarnos en las profundidades de su ser. Tenemos que saber mirar a las personas, a la naturaleza, con sus ojos, con sus entrañas de misericordia, comprender que cada ser humano es el santuario donde mora la Santa Trinidad y, todo el honor y la gloria que le debemos, tiene que ser autentificado por el amor y respeto que le debemos a sus hijos e hijas y a toda la creación. Entonces comprenderemos que, el que es tres veces Santo, no es alguien ajeno y lejano, sino entrañablemente cercano e íntimo, el que mora en la sala luminosa de nuestro santuario interior en donde nada ni nadie puede alterar su presencia viva y amorosa.  

7 comentarios en “Santísima Trinidad

  1. Bea dijo:

    Reflexión intensa grandiosamente evangelica. Rabiosamente equilibrada en el hablar de Dios. Muy cálida. Muy cercana. Sensata en sus afirmaciones….GRACIAS. Felicidades a toda la comunidad por hoy y porque dentro de esos muros se ha escuchado esta homilia

  2. Gubi dijo:

    El problema como casi siempre es quedarnos en las palabras e imagenes y no atender la profundidad alli expresada. La Santisima Trinidad es morada interior y cada uno de nosotros su expresividad unica a traves del amor en comunion, por ello, la homilia aqui descrita llega a nuestros corazones porque ha nacido del Amor para aromarnos. Gratitud por ello.

  3. Alicia dijo:

    Gracias Xaime. Esperaba vuestro aporte, muy especialmente en este día. A nuestro Dios accedemos algo mejor por el corazón que por la razón. Un lenguaje experiencial nos ayuda a contemplar, saborear y suscita ganas y ánimo para vivir más a su estilo, en la vida de cada día…
    Gracias y siempre cercanos en el Dios Emmanuel
    Bendiciones para esa querida comunidad.

  4. Angeles dijo:

    Me encanta…»Dios es laico»…cuanta sabiduría en esas tres palabras. Se me ocurre que, quizá, los dogmas son los barrotes de la cárcel que encierran a Dios. Desde el momento en que necesitamos de dogmas para afirmar nuestra fé, Dios, ese Dios laico, que responde a una ética universal (dharma, llaman los hindúes)ese Dios que brilla dentro de cada uno de sus hijos(toda la humanidad), ese Dios que no vive en los templos, desaparece inexorablemente…
    Gracias por esta homilía…llena de Luz.

  5. Fernando dijo:

    Silencio y adoración, con amor y justicia.
    Las palabras son insuficientes, nuestro compromiso es clave.
    ¡Gracias hermanos por vuestro testimonio!

  6. Francisco Diez-Ordas de Cadenas dijo:

    «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único». El misterio trinitario que celebramos en este domingo es demasiado grande y luminoso para ser totalmente comprendido por nuestra pobre inteligencia: ante él todas las facultades humanas vacilan y se empequeñecen. Sólo nos queda hincar las rodillas en tierra, adorar y agradecer a Jesucristo por habernos revelado que Dios es único en naturaleza y trino en personas. A pesar de esta grandeza, el misterio trinitario tiene un reflejo y una presencia cierta en la vida íntima de cada hombre por medio por medio de la Creación y de la Redención
    No podemos olvidar que Dios creó al hombre «a su imagen y semejanza». A pesar de que en ese momento aún no se había revelado el misterio trinitario, Dios imprimió en Adán y sus descendientes la impronta de su unidad y trinidad.
    El Evangelio nos revela que este Padre tiene un Hijo: eterno, infinito, santo, manifestación perfecta de su amor paterno hacia los hombres. Para los hebreos este revelación era blasfema, pero Jesús la repetirá sin cansarse: «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). El Hijo es una persona divina como el Padre; posee la vida eterna y se la comunica a los hombres para hacer hijos por adopción.
    El Padre confirmará en dos ocasiones al Hijo, afirmando «Este es mi Hijo, el predilecto: ¡Escuchadlo!.
    Por último, el Hijo promete enviar al Espíritu Santo, presentándolo, también, como persona divina; se le encomendará la obra de salvación querida por el Padre y realizada por el Hijo, Sólo nos queda, de este modo, adorar y amar a la Santísima Trinidad, que estando infinitamente alejada ha querido instalar en nosotros su morada.

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