Todos sentimos miedo. Se trata de una emoción básica que surge en nosotros a partir de un estímulo externo o interno. Es, por lo tanto, anterior a la consciencia y a la voluntad, y despierta nuestro instinto de conservación, pues es sentida como una amenaza de aniquilación o de pérdida de control, real o imaginaria.
Un escritor portugués, Nuno Camarneiro, en una de sus novelas, nos ofrece lo que podríamos llamar una brevísima biografía del miedo: «El miedo nace en cualquier lugar, como si fuera maleza dentro de nosotros. El miedo soporta todo y crece en la oscuridad hasta ser adulto, hasta tener la talla de un hombre, hasta tomarle el cuerpo y pensar por él.»
Cuando nos paramos para observar cuantos de nuestros pensamientos tienen origen en miedos que no tienen ninguna relación con una amenaza real, nos quedamos sorprendidos. El miedo ha sido nutrido desde nuestra tierna edad, por nuestros padres, en la escuela, en la iglesia, siempre con la buena intención de protegernos, sin embargo, el resultado, más que protección, es una vida controlada por el miedo (nos ha tomado el cuerpo y piensa por nosotros). A la par de los factores externos, nuestras primeras expectativas desmesuradas de amor y de atención, necesariamente frustradas, crearon sentimientos de abandono, de culpabilidad y de inseguridad. Este mundo subterráneo de memorias sigue dentro de nosotros, y sigue produciendo daño en nuestra autoconfianza, con serias repercusiones en la relación con nuestro entorno.
Tenemos profundos miedos de supervivencia, de no ser capaces de ganar lo suficiente para mantenernos; tenemos miedo de no funcionar bien sexualmente, y tenemos profundos miedos de no ser amados, de ser rechazados o no deseados. Tenemos miedo de que se nos falte el respeto, de ser abusados, de que se nos ignore o se nos decepcione, de enfrentarnos a alguien, de no saber quién somos, y tenemos miedo de no saber expresarnos, de ser insignificantes. A un nivel más profundo, siempre existe el miedo al vacío y a la muerte, lo que probablemente es la base de todos los demás miedos.
Para poder enfrentarnos a nuestros miedos primero tenemos que validarlos, tenemos que reconocer que existen e investigar de dónde provienen. Se nos enseña a esconder el miedo. Nuestra cultura no valora el ser honesto sobre el miedo. Lo ve como una señal de flaqueza. Lo encubrimos con protección, negación e inconsciencia, escondiendo nuestra vulnerabilidad tras una máscara. De una u otra forma nos arreglamos fingiendo que todo va bien. Aprendimos a aguantar sin darnos cuenta de todo el dolor interno que estamos ocultando.
Son nuestros miedos no reconocidos ni trabajados los que cierran nuestro corazón al amor, al amor a nosotros mismos y a los demás, y que debilitan nuestra confianza en Dios. Un paso decisivo para nuestra sanación es ofrecernos la posibilidad de sentir miedo, de no tener miedo a sentir miedo. Reconocerlo, sentirlo y compartirlo. Compartir el miedo es una forma de amor, exponiendo nuestra fragilidad, tantas veces camuflada por la agresividad y la exigencia. Compartir el miedo construye la fraternidad.
No reconocer nuestro miedo nos mata por dentro, nos oculta la luminosidad que siempre guarda el corazón, nos retira la espontaneidad que conecta directamente con nuestra verdad más profunda. «No tengáis miedo» – nos dice Jesús. Valemos mucho a los ojos del Padre. Somos sus hijos e hijas queridos. Hagamos de nuestros miedos un trampolín para los brazos del Padre.
Tanto esta homilia como la anterior están pensando en el hombre humano de carne y hueso.atendiendo a la sicología del mismo. Sin el conocimiento y la atención de este componente no podemos percibir la presencia de Jesus y el cambio que El produce a nuestras vidas. No podemos percibirle si no es desde nuestra mas entera humanidad. Desde nuestra realidad mas concreta. Una vez que. Nos adentranos en el conocimiento profundo de nosotros mismos y honradamente nos reconocemos y le dejamos actuar y sentimos su necesidad de la manera más natural y cotidiana es entonces cuando experimentamos lo Divino mo Grandioso lo Bondadoso y, es entonces cuando lo postizo no tiene cabida en nosotros. Es entonces cuando el sentir Evangelico se hace realidad. Es entonces cuando la religión tiene sentido y no se torna algo añadido ajeno al hombre. Muchas gracias por vuestro DECIR.
Las homilías de Sobrado me conducen siempre a la más pura y reconfortante espiritualidad, en su corporeidad más genuina.
!Mil gracias!
El Señor les bendiga y les proteja, y les conceda su favor…
Gracias.
GRACIAS.
Hagamos de nuestros miedos un trampolín para los brazos del Padre…( Me ha encantado esta frase)
Sólo la fe y esperanza nos empuja a dicho encuentro al soltar y saltar al vacío, desprovistos de toda carga acumulada, en pureza y originalidad transparencia.
Es el Amor el impulso que nos hace mirar al miedo hasta caer en la cuenta que ello es nuestra propia cárcel y nos atrevemos a transmutarlo en el mismo amor generador de dicho impulso.
Una homilía preciosa, gracias.
Maravillosa reflexión sobre nuestros miedos que comparto cien por cien. Gracas