
Obra de Sylvain Dubuisson, arquitecto y diseñador francés
Junto a una gran tradición bíblica, patrística y monástica, Bernardo de Claraval, como monje y como hombre de espíritu, comparte la convicción de que la sabiduría humana no basta para dar explicación de la existencia de aquellos que tienen a Dios como el centro de su vida. Bernardo sabe muy bien que nunca llegará a ser él mismo si no se interesa por aquello que está más allá de él. Tiene una imperiosa necesidad de trascendencia y de trascenderse.
Su perfil psicológico es el de un artista, un apasionado de la belleza. Tiene el coraje de poner en segundo plano las letras y el conocimiento intelectual de Dios, ya que aspira antes que nada a la “experiencia”. Ante sus oyentes no expone lo que él sabe sino lo que vive, porque comprendió que lo fundamental era la vida y no las ideas. Desde este enfoque puede entenderse toda su actividad, ya que él mismo es un testimonio fiel de que la “edad cabal” no se alcanza automáticamente “porque vayan pasando los años”, sino al precio de una experiencia interior hecha de tenacidad y constancia.
Ya desde sus primeros escritos nos ofrece indicios de poseer un temperamento proclive a los extremos, aunque equilibrado en las ideas. Durante toda su vida fue un hombre de combate, de polémica. Conoció enfrentamientos y decepciones, sufrimientos y alegrías. Observamos en su obra la irrupción de deseos espontáneos, de pulsiones temperamentales con tendencia a la agresividad y al deseo de dominar. Pero junto a estos, están aquellos mecanismos de defensa mediante los cuales trata de justificar sus deseos, poniéndolos de acuerdo con sus pretensiones. De esta manera contemplamos en Bernardo la ascesis de las intenciones para racionalizar sus pulsiones y justificar sus manifestaciones. Él es muy consciente de que en cualquier obra humana es preciso lucidez y coraje. La primera requiere humildad, y el segundo, desprendimiento de sí mismo. Está persuadido de que hay que trascenderse para entregarse a una acción que ha de estar de acuerdo con los principios que se profesan.
Pero podemos preguntarnos si Bernardo realizó en sí mismo la integración de estas tendencias. Después de un examen objetivo y tan imparcial como es posible hacerlo, en opinión de los especialistas, Bernardo realizó su integración, pero con las dos salvedades siguientes: que no fue algo espontáneo, sino que exigió un esfuerzo continuo. Y además, que no fue algo totalmente terminado. Tampoco fue que fracasara, pues en esta empresa nunca se llega al final del todo. El éxito consiste precisamente en el esfuerzo, y hasta incluso supone la aceptación del fracaso. Y todo esto sí que se verificó en Bernardo.
Él, por su parte nunca se consideró perfecto, y hasta escribió para que esto se supiera, pero también reconoce con humildad una cierta coherencia entre su timidez y el deseo de dominar, entre su vida de intensa actividad y su aspiración a la contemplación. Tampoco podía negar que se sentía estimado y, lo que para todo hombre es aún más importante, se sentía amado. No es que fuera amado por todos; pero sí por muchos, y en medios muy diferentes.
El secreto de Bernardo, eso que proyecta hacia el futuro y le permite cobrar actualidad entre nosotros, podría resumirse en las siguientes palabras de Marañón: …lo que cada hombre ha enterrado de su vida personal, bien enterrado está y se le debe dejar dormir en paz. Pero lo que la humanidad entierra en su conciencia colectiva es muchas veces lo mejor de su alma, todo lo que está a la sombra del dolor universal, que es lo más fecundo para el progreso. Por eso, cada vez que la humanidad se olvida de sufrir, el progreso se pone en trance de muerte… Y el profeta, que es, en suma, el psiquiatra de la conciencia colectiva de su época, al desenterrar el dolor de todos, nos incomoda y nos indigna, pero nos da la fortaleza áspera de la verdad. Fingimos no creerlo; acaso le lapidamos con piedras del arroyo o con sueltos periodísticos, pero calladamente reconocemos que tenía razón. Y como la verdad es eternamente la misma, al enseñárnosla, nos enseña el camino del mañana. Este es el secreto de sus profecías.
Bernardo conoció la aclamación de las gentes y, con frecuencia, recibió la aprobación de los grandes. Pero para nosotros es un hombre de Dios porque conoció muy bien sus defectos, confesó sus errores y desfallecimientos y, sobre todo, porque no dejó de confiar en la misericordia de Dios.
Destacar las zonas oscuras de los Santos -en este caso de Bernardo de Claraval-, me anima a continuar el esfuerzo, siempre inacabado, del Camino de seguimiento del Maestro. Muchas gracias. Que el Señor se valga del ciberespacio para llegar a aquellos espacios que le abramos en las vidas humanas. Amén
Mas esperanza para nuestra madurez de vida.
Gran profundidad y lo que vale es la vida y ésta contemplada, interiorizada.
Gracias