Estamos finalizando el año litúrgico y de nuevo surge ese toque de atención que es una llamada a la vigilancia, a saber leer los tiempos y los acontecimientos de la historia presente. Historia religiosa y política, historia personal y colectiva, historia de familia, historia de comunidad religiosa-monástica. Todo tiene que pasar por el tamiz del discernimiento. Saber de qué calidad es nuestra felicidad, en qué se fundamenta, si está arraigada en la fe en Jesucristo, roca firme de nuestra vida, o en la arena movediza de las satisfacciones inmediatas de niños caprichosos y sin sentido. Saber de qué calidad es nuestra esperanza, en qué se fundamenta, cómo la mantenemos despierta para no encontrarnos con cualquier cosa, para no desesperar del ser humano, para no perder nunca el anhelo de «vida eterna» para todos, no dejar de buscar, de crecer, de confiar. Aunque no lo sepamos, los que viven así aguardan la venida de Dios.
El texto del Libro de la Sabiduría que se nos proclamó, nos abre la puerta para adentrarnos en esta parábola de las doncellas: “La Sabiduría se da a conocer a los que la desean… Pensar en ella es prudencia, y quien vela por ella pronto se verá sin afanes”. Es la parábola de la vida y no es fácil escuchar este mensaje que nos plantea una cuestión que es vital: ¿Hacia dónde camina mi vida? ¿Qué espero, o qué esperamos? ¿De qué alimentamos nuestro hombre interior? Al hombre de nuestros días sólo parece fascinarle lo que es nuevo, lo actual, el momento presente sin darse cuenta de que todo tiene un sello de caducidad, que lo nuevo mata lo nuevo, y el momento presente es caduco. Por eso hay tanta ansiedad, tanta agresividad, tan poca esperanza. Si solamente queremos vivir el gozo inmediato de las cosas estamos quemando el aceite de nuestras lámparas y la lámpara de nuestro cuerpo es el ojo, y si nuestro ojo está malo, todo nuestro cuerpo estará en oscuridad, y lo que es peor, esa oscuridad ahogará los sentidos porque perderemos la capacidad de ver y sentir la presencia del Santo en todo lo que nos es familiar, en todo lo que va aconteciendo en nuestra vida. Khalil Gibran dice muy acertadamente:
“Vuestra vida cotidiana es vuestro templo y vuestra religión.
Cuantas veces entréis en ella, llevad con vosotros todo vuestro ser.
Llevad el arado, la fragua, el martillo y el laúd.
Las cosas que modelasteis en la necesidad o en el placer.
Pues en sueños, no podéis elevaros por encima de vuestras realizaciones ni caer por debajo de vuestros fracasos.
Y llevad con vosotros a todos los hombres.
Pues en la adoración no podéis volar por encima de sus esperanzas ni descender por debajo de su desesperación.
Y si queréis a Dios, no os preocupéis por descifrar enigmas.
Mirad, más bien, a vuestro alrededor y Le encontraréis jugando con vuestros hijos.
Y abrid vuestros ojos al espacio y Le veréis caminando por las nubes, extendiendo sus brazos en el relámpago y descendiendo en la lluvia.
Y Le veréis sonriendo en las flores y levantándose agitando las manos de los árboles”.
La vigilancia a la que Jesús nos llama es una actitud interior que nos ayuda a estar atentos. No se trata de prepararnos para gozar un día de una vida eterna que ya es garantía y don gratuito de Dios. Tan poco la vigilancia la tenemos que considerar con largas vigilias de oración, austeridades y ayunos, ni tan siquiera renunciar a los gozos de la vida que se nos dieron para nuestro disfrute. Tan poco no se trata de no contaminarse con la cercanía de los pecadores y descreídos. Nuestra vigilancia radica en hacer que las actitudes de Jesús de Nazaret, según los Evangelios, estén vivas dentro de nosotros, sean nuestra vida, nuestra justicia y nuestra paz. Que todo los esfuerzos por mejorar este mundo se unifiquen, a pesar de las diferencias ideológicas y religiosas, y nos llevarán a conseguir que el derecho de las personas a ser felices sea una realidad. Porque el ser humano no tiene sólo «necesidades» que se apagan cuando quedan satisfechas. El ser humano es deseo de amor, de verdad, plenitud, felicidad total y esto no se consigue con la mera satisfacción de los bienes materiales, el hombre interior tiene insatisfacciones que lo meramente natural nunca podrá llenar.
En esta parábola hay personas que se sienten molestas por la actitud de las jóvenes que no quieren compartir su aceite con sus compañeras. Pero hay cosas que no se pueden compartir y son intransferibles. La falta de previsión en este caso es una falta de atención a la vida. Cada uno conoce su propia verdad, aquello que lo hace ser el mismo y que lo mantiene despierto en su corazón. Lo contrario, ¿qué es lo que, además del sueño natural, también hace que se duerma el corazón? No es esta una cuestión menor, porque nuestras actitudes y respuestas, nuestra cercanía o alejamiento de las cosas y de la personas son las que van a definir nuestra respuesta final y la atención de nuestro oído interior para escuchar la voz que nos anuncia la llegada del Esposo, que no tiene por qué estar referido a un momento final. Cada vez que nos negamos al prójimo, que nos cerramos sobre nosotros mismos, cada vez que nos refugiamos en el inmovilismo, cada vez que cerramos nuestras puertas, estamos vaciando el aceite de nuestras lámparas, el aceite del amor gratuito y generoso.
Terminamos esta reflexión con unas palabras de J.A. Pagola:
“El Evangelio nos invita a la vigilancia. La esperanza cristiana no instala en la inconsciencia. Al contrario, inquieta; anima nuestra responsabilidad y creatividad; no nos deja descansar. Una persona que mantiene encendida la lámpara de la esperanza es una persona eternamente insatisfecha, que nunca está del todo contenta ni de sí misma ni del mundo en que vive. Por eso, precisamente, se la ve comprometida allí donde se está luchando por una vida mejor y más liberada. Estos son los creyentes «sensatos» que tanto necesita nuestra sociedad. Personas de esperanza incansable. Hombres y mujeres que saben que el nivel de vida no es la última salvación que apaciguará al ser humano, pero saben que nunca será un puro desarrollo de nuestros esfuerzos, sino regalo de Aquel en quien encontraremos un día la plenitud”.
Gracias por verter aceite en mi lampara para seguir alumbrando….
La espera y la esperanza.
Tenemos que estar preparados para un acontecimiento de amor y gracia. Tenemos sabiduría para esto? Como nos enfrentamos a lo más importante de nuestra vida; la muerte y la eternidad? Con alegría,luz,aceite,esperanza,sabiduría? Estamos llamados a una presencia de Dios,a unas bodas de amor eterno,de felicidad sin límites para eso es necesario cuidar la fe alimentarla sin dejar que se apague
La luminosidad de nuestras lámparas se nutre de un mismo aceite y cada uno brilla de acorde a su propio caminar. Tengamos entonces nuestro Recipiente pleno de Confianza y fe.