La Epifanía del Señor

Oratorio del Monasterio de Sobrado

Epifanía, llamada vulgarmente visita de los Magos al Niño Dios, es mucho más etimológicamente; es la manifestación al mundo pagano del Hijo de Dios, presente en la frágil y tierna forma del Niño de Belén. La epifanía debiera ser para nosotros –como lo es para la Iglesia Ortodoxa– una de las fiestas más importantes del año. Los magos de Oriente que siguen la estrella son, según Benedicto XVI, el comienzo de una gran procesión que recorre la historia, como bien describe Isaías en la primera lectura. Bajo la guía de la estrella encuentran el camino hacia el pesebre de Belén, hacia la luz que es Cristo. No son llevados al Templo ni a los sabios judíos, sino al escondido en un pueblito perdido. La experiencia de todos los místicos les llevó a concluir que Dios es siempre el escondido, el ausente. S. Juan de la Cruz nos dice en unos versos sublimes: «A donde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido. Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y eres ido.» Abarca la Manifestación de Jesús un período extendido, empezando por la epifanía a los pastores, a los pobres; a los magos de oriente, que simbolizan el mundo pagano; a los creyentes judíos (bautismo de Jesús en el Jordán) y epifanía litúrgica en la fiesta de la Presentación del Niño en el Templo, que es el final de dicho período. También se podría llamar Epifanía a las Bodas de Caná donde Jesús se manifiesta a sus discípulos y les lleva a creer en Él. A la Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor, que es su manifestación gloriosa ya. Seis fases pues de la  Gran Epifanía total que es la contemplación  directa del verdadero rostro de Dios, la hermosura infinita de su gloria, como dice el introito de hoy, que es el anhelo más profundo del corazón del ser humano y del de toda la creación, que gime con los dolores de parto la llegada de nuestra manifestación (Pablo a los Romanos).

Estamos hoy pues en la segunda. Aparición o manifestación a los Magos de Oriente. Y en ellos al mundo pagano. Cristo no vino solo para el mundo judío; de hecho no todos lo reconocieron como tal;  sino para todo el universo. Esta Epifanía es el estallido del pueblo de Dios, su “big bang”, la eclosión hacia el exterior de su fe y de su condición de Pueblo Escogido de Dios. Hoy es para nosotros una manifestación recordada y personalizada. Manifestación pues, a cada uno de nosotros.

Hay dos aspectos a meditar en la Solemnidad de hoy: La Estrella y los Regalos. Y aquí viene la personalización. Estrella simbolismo de luz,  y regalos, de adoración. ¿Qué es la luz para nosotros y qué adoramos y cómo lo hacemos? No podemos quedarnos solo con las luces navideñas de la calle, ni con los regalos de zapatos, móviles o ropa. Los Magos se postran ante el niño-Dios, lo adoran y le hacen tres regalos. ¿Tiene algún sentido para nosotros la adoración? ¿Sabemos qué es y cómo se hace y ante quien?

La adoración, adorar, es según el diccionario: un estado espiritual contemplativo en el que el ser humano se sobrecoge maravillado, estableciendo una comunión íntima con una deidad. Adorar significa ‘amar al extremo’. Cuando se aplica a una deidad, significa ‘amar al extremo a una deidad’. … “Solo a Dios se debe adorar y servir” (Lucas 4:8). Adorar pues no es simplemente una oración, ni una meditación. No. Es amar al extremo. Postrarnos ante el que es el fruto más precioso de la humanidad, pues en él está presente la divinidad. Lo hacemos ante la atenta mirada de María y José, ejemplos para nosotros de amor y cuidado humilde y obediente de aquel que siendo Dios se ha dignado visitarnos. El que es la luz. Fíjense que nuestra relación con El Señor es, muy frecuentemente, mercantilista y egoísta, manifestada en la petición. Y centrar nuestra adoración en la petición, no es sino ponerse uno en el centro de todo y traer a Dios a nuestro terreno. Adorar es salir de si y volcarse en el otro, con todo nuestro ser. Es más un ser que un hacer o decir. Ser adoración. Ser alabanza, como se autollamaba Sor Isabel de la Trinidad. Los Magos miran al cielo de noche, en la oscuridad y en ella descubren una estrella luminosa nueva. Los pastores trabajan velando en la oscuridad de la noche y en esa oscuridad descubren también la luz.

“El pueblo que caminaba en las tinieblas, ha visto una luz grande”. Habitaban en tierra de sombras y una luz ha brillado ante sus ojos. El viejo Simeón ya profetizó ante el niño, que nos visitará el sol que nace de lo alto, para los que vivían en tinieblas y en sombras de muerte. Ese niño adorado por los pastores y por los Magos y Ana y Simeón, está ante nuestros ojos y sobretodo en nuestro corazón y es luz para nuestras propias tinieblas. ¿Conozco mis tinieblas? ¿Me doy cuenta de que solo en las tinieblas y desde ellas es posible ver la luz, descubrir la estrella? ¿Porqué ignorarlas, aborrecerlas, sufrirlas cuando es gracias a ellas que  podemos ver la luz? Las estrellas por otro lado, aún, no se ven de día, y menos aún, cuanto más luminoso sea. A ese Jesús-niño-Dios Luz de toda luz le presentamos nuestras ofrendas que son nuestras sombras, nuestra tiniebla, nuestra ceguera, nuestras ansias profundas.

Esa adoración de la que hablamos es la que genera la expresión física de la donación, de los regalos. Nos corresponde hoy, a ejemplo de los Magos, presentar nuestros dones al Señor. Y como el Señor no precisa para nada de nuestros dones verbales ni materiales, si podemos ofrecerle nuestras  sombras, como decía hace un momento, nuestro corazón, nuestra mente, nuestra voluntad, todo nuestro ser, todo aquello que Yahveh pedía a su pueblo Israel en el famoso Shemá.

Qué necesaria se hace una catequesis seria sobre el Misterio de la Natividad del Señor, hoy que, en general, queda todo resumido en la frase laica de “felices fiestas” que llama indefectiblemente al cava, a la comilona con mariscos, al bailongo y a los Christmas llenos de cursilerías de fotos y frases hechas, y en los regalitos o regalazos de unos a otros.

Pongámonos hoy ante el niño dormido en el pesebre, bajo la atenta mirada de sus padres, Él que, siguiendo escondido en el corazón del hombre, reconciliará en Si a toda la humanidad para hacer de ella su cuerpo, el del Cristo de los numerosos rostros humanos. ¿Cómo lo adoraremos? ¿Qué le vamos a regalar?… Quizá ser nosotros a nuestra vez, manifestación de la gloria de Dios.

3 comentarios en “La Epifanía del Señor

  1. Mane dijo:

    Como llamamos al Dios que adoramos en nuestro interior? Aunque siempre hay una estrella que nos guía hacia Belén,no podemos celebrar en nuestras casas la Navidad cuando hay tantas familias en el mundo que mueren de hambre. Nos hemos acostumbrado a cifras y estadísticas y eso es inhumano, si no nos dejamos recrear por el Espíritu de Jesús no tendremos nada que aportar a esta sociedad tan falta de amor y esperanza. Como tu dices hacemos comilonas y luego corremos y hacemos «footing»para bajar los excesos.
    Según Jesús todos los humanos somos»la familia de Dios»
    Gracias por esta reflexión que denuncia nuestros excesos.

  2. José Enrique González Fernández dijo:

    Este comentario llevado a cabo por el Monasterio con respecto a la Epifanía del Señor. Me hace verdaderamente el bien que necesitamos los cristianos. Pues si hago caso la homilía de mi Párroco de … Puedo decir que este sacerdote se cree que las homilías son parta niños pequeños. Desde luego gracias a Dios que recibo diariamente las reflexiones del Oratorio del Monasterio del Sobrado y es lo que ayuda y sirve para mis meditaciones. Gracias Reverendos por vuestra estimable ayuda. Que el Señor siempre os acompañe. Reciban el testimonio de mi afecto y mis oraqciones

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