Estamos comenzando a caminar en pos de Jesús de Nazaret. Estamos en el inicio de su ministerio público, pero antes de este ministerio hemos celebrado un acontecimiento que iba a marcar su vida: su inmersión en las aguas como uno de tantos de los que se presentaban a Juan Bautista para recibir el bautismo de conversión. Hay un segundo episodio en su vida que, así como el Bautismo lo marca para siempre por dentro, este segundo episodio le abre las puertas para enfrentarse con la vida desde una gran libertad interior: su retiro en el desierto en el que tiene que enfrentarse a sus propios demonios, vencerlos y elevarse por encima de la seducción del mal. Esto le dio una vida interior llena de gracia y de vedad y una autoridad a sus palabras y a su vida que generaba admiración entre las gentes.
Dice José María Castillo en su libro, La humanización de Dios: «Lo mismo los discípulos que las gentes, cuando veían, sentían y palpaban los hechos extraordinarios de Jesús, veían las experiencias propias y características de lo divino, si se prefiere, la experiencia que trasciende lo humano. Por eso la pregunta que les salía espontáneamente era: ¿Quién es este?».
La enseñanza de Jesús no se agota en palabrería sobre Dios, sobre cuestiones morales, sobre leyes y observancias. Los letrados y escribas enseñaban en nombre de la institución, para ellos lo importante es la tradición y la pureza de la Ley. Su autoridad proviene de ser los intérpretes oficiales de la Ley. Desde esta perspectiva, tanto ayer como hoy es imposible llegar al corazón de las gentes. Muchos discursos teológicos y morales aburren y las gentes no los escuchan. La autoridad de Jesús es diferente, se alimenta en otra fuente distinta de la institución y de la tradición de los Padres: Son las aguas del Espíritu, ese manantial de vida nueva y abundante, aguas sanadoras que devolverán vida y salud a los enfermos, unidad a las vidas rotas, esperanza y consuelo a los tristes y vida a los muertos. Su palabra es una invitación a todos los que están cansados de unas instituciones que no iluminan la oscuridad de sus vidas, que no les ayudan a llevar el duro peso de la vida, que se sienten completamente caídos en las encrucijadas de los caminos: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28).
La Palabra de Dios es viva y eficaz, nos dice la Carta a los Hebreos, porque es una palabra que penetra en el interior y descubre los secretos del corazón humano, nos sobresalta como al endemoniado de la sinagoga que se sentía a gusto escuchando a los escribas pero se sobresalta cuando la palabra de Jesús entra dentro de él y lo altera por completo. Puede ser que ese sea el problema, nos gusta vivir una esquizofrenia que nos mantiene adormecidos en nuestras fantasías y no soportamos una palabra que nos revela los secretos de nuestro corazón.
El Espíritu es el que da vida, les dice Jesús a las gentes en la sinagoga de Cafarnaún. Es el Espíritu que descendió sobre Él en el Jordán, el que lo llevó al desierto a luchar con sus demonios. Por eso su palabra es palabra de vida, palabra que tiene autoridad y que sorprende a las gentes. No enseña como los escribas de palabras autoritarias y vacías. La palabra de Jesús hace renacer la vida en la gentes: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). Es por eso que a través de las sanaciones, lo que Jesús quería, era llevar a las gentes a una sanación integral de las personas, que sientan en sus vidas la presencia de un Dios cercano, amigo, Padre que quiere que vivan una vida sana y libre. Jesús abre nuevas puertas en la convivencia de las gentes basada en la libertad y el respeto. Su ofrecimiento de perdón a las gentes hundidas en la culpabilidad y la ruptura interior. Su ternura a los maltratados por la vida y por la sociedad, sus esfuerzos por liberar a todos del miedo y de la inseguridad, para vivir desde la confianza más absoluta en Dios.
Tenemos que aprender a enseñar como hacía Jesús. Para acercarnos a las gentes lo primero es saber escuchar, dejar que la gente se exprese, que diga lo que siente. La Iglesia para decir una palabra con autoridad tiene que abrir el oído de su corazón porque toda palabra para que llegue al corazón de las gentes tiene que ser dicha después de una escucha atenta del sufrimiento que hay en el mundo, no antes. Las gentes no quieren discursos, sino compañía, acercamiento a sus problemas, ni tan siquiera piden milagros, sino ser escuchados. La Iglesia tiene que sentir como Jesús, Él no era un profesional en el estudio e interpretación de las Escritura como los escribas, los teólogos y los moralistas. Su palabra tenía una fuerza que nacía de la lectura de la vida a la luz de su experiencia de Dios, por eso su palabra era directa, auténtica, y tenía una fuerza y autoridad que el pueblo sabía captar enseguida.
Si la palabra de la Iglesia en nuestro mundo pierde autoridad y credibilidad tenemos que revisar a fondo el contenido de nuestro mensaje. La Iglesia tiene que predicar a Jesús el Cristo y el Reino de Dios, no se tiene que predicar a sí misma. Tiene que hablar con autoridad, pero la autoridad tiene que nacer de una actitud evangélica que llegue al corazón del mundo. Ya no se puede hablar de una manera autoritaria como si se poseyese la verdad en exclusiva. No llega con transmitir correctamente la tradición como hacían los escribas. Es necesario tener los sentimientos de Cristo, lo que el sentía por el pueblo.
«No somos escribas, sino discípulos de Jesús. Tenemos que comunicar su mensaje, no nuestras tradiciones humanas. Tenemos que enseñar curando la vida, no adoctrinando las mentes. Tenemos que contagiar su Espíritu, no nuestras teologías» (J. A. Pagola).
Es alentador oír esto. Qué vidas vivimos los cristianos? Cuánta palabreria esteril y machacona acerca de nuestra organización eclesiástica ? Cómo se nos escapa el Evangelio…… Cómo nos desvianos por la pura ortodoxia y se nos olvida la esencia!!!!. Gracias por tan acertada y valiente reflexión. Por qué digo valiente? …..si nos deberíamos sentir libres de opinar según el Evangelio. Que gracias de nuevo.
Gracias.
Maravillosa exposición de un Jesús muy cercano y sobre todo sanador… Gracias…
Los que sólo se preocupan de condenar y privar de dignidad y libertad a las personas,son malos maestros!. Hay que enseñar acompañando, escuchando,amando.
Si nuestra iglesia de las jerarquías solo lo hace desde la doctrina y la moral,será un error y, las personas ni la entenderemos ni la escucharemos. Hacen falta profetas de la Buena noticia:sanadores!. Donde están en nuestra iglesia?.
Buena y valiente homilía. Gracias por ella.
Olvidé en mi anterior comentario cuando preguntaba a la Iglesia donde están los profetas?. No sólo en la iglesia jerárquica,todos tenemos y debemos ser profetas de Buena Noticia para el otro.
Ahondar en las enseñanzas de Jesús… Dar testimonio como Él… No vino de lejos, es el Hijo De Dios…una humanización divina. A lo largo de su Vida presintió, recibió el Espiritu y
se enfrentó como hombre a su destino después de clarificarse.
Creo que debemos continuar su laboren su tiempo , que es el de ahora donde más que nunca los niveles de exigencia son más grandes. Todo vale o nada es cierto. Ahora con cuatro ideas adornadas se complace, se engatusa, a las personas. Cierto es que los tiempos que se viven no favorecen al entusiasmo del diálogo y la atención a los demás…ni siquiera a escuchar al propio ser interior personal.. Por eso la frescura de la Buena Noticia ha de valer como programa prioritario de existencia. Orar, Contemplar…con y a Dios….sin olvidar el amar a los demás.
Es prioritario plantearse ayudar a los demás en el día a día…no como un slogan, sino como una Realidad que comience desde el momento en que nos cruzamos con el primer ser humano en el día.
Dios se humanizó para estar más cercano a los hombres. Cuanta más humanización más nos acercaremos a Dios.
Gracias a la comunidad por sus palabras que dan vida, porque de la vida nacen. Esto es «autoridad», alentar el crecimiento de los otros, ejerciendo el propio.