En un día tan señalado como hoy, día del Amor Fraterno, se nos recuerda que el aprendizaje y el crecimiento en el amor es lo definitivo y además tarea de toda la vida. Lo que nos hace felices, es experimentar el amor de Jesús hasta el extremo.
El mandato del lavatorio de los pies me parece que es demasiado exigente. Por ejemplo, ¿cómo puedo amar a una persona que no me es simpática, que suscita en mí sentimientos negativos? Es prácticamente imposible. A lo mejor, no tengo que obligarme al amor, sino descubrir que el amor es fruto de la fe, es decir, consecuencia de mirar al otro de una manera distinta.
Cuando miro así, miro al otro con buenos ojos, con ojos que descubren lo bueno que hay en él.Pero esto no quiere decir que pase por alto lo negativo, sino que le miro solamente a través de la buena semilla que hay en su interior. Y esta buena semilla está en él, aunque con bastante frecuencia no la tenga en cuenta. Por lo tanto, si quiero observar a las personas en su verdad más verdadera, tengo que ejercitar muy conscientemente esta mirada de la fe. Entonces amar significará para mí tratar al otro de manera tal que tome en serio su semilla y su ansia de bien, que atraiga hacia él el bien cada vez más, que colabore para que el bien venza en él lo enfermizo e insano que tenga, lo malo y lo oscuro, de modo que toda la persona se haga buena.
Amo si estoy bien y hago el bien. En este sentido, el sentimiento tiene un papel secundario. Lo decisivo es actuar, pero no con un comportamiento externo, impuesto como mandamiento u obligación, sino un obrar que emerge espontáneamente del reconocimiento en el otro de su buena semilla. El amor no es una amabilidad de fachada. Amo, no porque tenga un sentimiento desbordante de simpatía, de enamoramiento, sino porque tengo fe en lo bueno que hay en el otro. Lo que he reconocido como bueno, también lo trato bien, lo amo. Lo que amo mediante un nuevo modo de ver, lo trato con cuidado y delicadamente.
El amor no solamente trata bien, sino que además hace bueno. Despierta a la vida la bondad que la fe ha descubierto al darle un nuevo sentido a la realidad. El amor transforma la realidad, la moldea, da mayor realce al bien que hay en ella. Mientras que la fe da un nuevo sentido; el amor transforma.
Solamente el amor nos convierte en personas, en seres humanos. Somos seres sensibles, pero también irradiamos. Siempre irradiamos algo: benevolencia, animadversión, odio, compasión. Y no podemos olvidar que el amor no comienza con la palabra y el abrazo; comienza con nuestros pensamientos y sentimientos. Esto se refiere también a los pensamientos que tenemos de nosotros mismos. Los pensamientos autodestructores nos hacen daño y hacen daño. Muchos pueden actuar amorosamente, pero es rara la persona que piensa amorosamente
Cuando amo tengo interés en fortalecer el bien que hay en el otro, en despertar sus posibilidades y dejarle vivir. Cuando amo a alguien, me dejo guiar por intuiciones, invento soluciones llenas de imaginación y descubro nuevos caminos y posibilidades. Cuando amo, me vuelvo ingenioso y, en ocasiones, hasta algo loco, pues las soluciones locas son más humanas que el interminable juego de la victoria y la derrota.
Dice el refrán que “lo mejor es enemigo de lo bueno”, y por eso, frecuentemente confundimos el amor con la armonía. Sería estupendo que todos pudiésemos vivir juntos armónicamente. Pero esto es una utopía. En este saludable deseo de armonía, son casi siempre los otros quienes la estorban; es entonces cuando tengo problemas para seguir amando a los aguafiestas. Si amo de verdad no pongo condiciones a los otros. Los acepto como son. Con esta ansia de armonía acabo esquivando la dura realidad y huyendo a un mundo ilusorio, aparente. Cuando amo me enfrento con la realidad, me inserto en ella y, casi sin quererlo, la transformo. Se puede transformar sólo lo que se ha aceptado. El amor sigue esta ley fundamental de la vida, puesto que acepta lo que encuentra.
Padre Bueno, que en esta Cena del Señor, memorial de cómo se ama de verdad, se afiance mi fe en que he sido creado bueno por ti, que me amas y me aceptas como soy; que escuche en mi interior mis deseos y mis anhelos más íntimos; que me permita lo que verdaderamente me hace bien, para que pueda tratarme bien a mí mismo y a los demás como tú me amas.
Un Dios arrodillado lavando los pies,nos indica un cambio de valores. Tengo que vivir un amor sin barreras ni condiciones porque estoy llamada a amar y servir siempre.
Danos tu Espíritu para que nuestro corazón y nuestra mente acojan al otro,al pequeño, al vulnerable.
Feliz día del Amor Fraterno para todos
Gracias. De verdad.
Hermosa reflexión hermanos. Gracias por compartirla.. Mis mejores deseos desde Venezuela.
Muchísimas Gracias por tanta luz basada en la más real antropología del ser humano. Gracias