Esto es vuestro medio de vida, venido del cielo
en el trasfondo incómodo de dudas y murmuraciones:
¨Nos dio agua de la Roca: ¿podrá darnos pan en pleno desierto? ¨
Dirá Pablo Y la Roca era Cristo,
Dice Jesús:
Y el verdadero maná, el de Vida Eterna, el de vida imperecedera, soy Yo,
venido del Padre
Y esto, en el trasfondo de seguridad rocosa de nuestra fe en Él.
Estamos en el Domingo XVIII del tiempo litúrgico, en su fluir ordinario del ciclo C. En este domingo, la Liturgia de la Palabra nos va adentrando en el capítulo 6º de Juan, capítulo de vida de fe en el Pan marcado y distinguido con el sello del Padre: Dios.
Recuerdo, de pequeño, la marca del pan de nuestra familia, cuando iba al horno comunitario del pueblo: Aquella marca nos indicaba con seguridad que era de nuestra casa. Jesús nos dice que Él lleva también un sello identificador que dice, nada menos que Dios: Es decir, cuanto hace o dice es de arriba y está llamado a calar en lo profundo del corazón y en la raíz de nuestras convicciones. O sea, en la hondura de nuestra Fe en él y en la consistencia vigorosa de nuestra vida en Cristo.
Evoquemos el texto evangélico.
– Después de la prodigiosa multiplicación de los panes, realizada para salir al paso de un eventual desfallecimiento de tanta gente -en pleno y verde descampado-, el narrador nos traslada a Cafarnaún, al lado occidental del lago a donde ha navegado Jesús, desembarazándose de la multitud.
– En efecto, la gente advierte que Jesús ha desaparecido: no está con ellos, y le sigue multitudinariamente, por mar y tierra.
El narrador no lo tendría fácil a la hora de explicarnos cuántos botes habrán sido necesarios, ni explicarnos también lo arduo del seguimiento terrestre por parte de tanta gente. Pero lo cierto es que la multitudinaria búsqueda se ha convertido en feliz hallazgo: Maestro, cuándo has venido aquí. Como diciendo, ´te hubiéramos seguido´. Y, evocándonos a María en su búsqueda de otrora con José – tan angustiada – , podrían añadir: Mira qué trabajo nos ha dado el dar contigo.
– Este es el momento clarificador por parte de Jesús:
«No habéis dado conmigo«. La verdad es que buscáis al que ha hecho el prodigio de daros pan, pan puntual y perecedero. Y Yo no he venido para eso.
Trabajad, más bien, por el pan que perdura, pan que da Vida Eterna. Para eso, sí que he venido: ¨¡Danos siempre de ese pan! (Seguro que os acordáis de la samaritana, con Jesús sobre el brocal del pozo: ¡Dame siempre de esa agua!)
Jesús deshace la ambigüedad y profundiza en el hambre verdadera, la que no se puede matar, Jesús se revela: Yo soy el verdadero maná, procedente del Padre. Puede añadir: Aceptarme, pues, porque asimilar mi vida y mensaje, sí que es dar conmigo.
– Vemos cómo este capítulo 6º de Juan, tan sacramental en su contenido y desarrollo y tan orientado a que sigamos creyendo, acogiendo al Verbo en que se da la Vida verdadera, va de lleno a nuestra fe en Jesús.
Encuentro sacramental, encuentro lleno de Fe. Todo sacramento lo es, pero en la Eucaristía lo afirmamos y proclamamos con gozosa rotundidad: ¡Este es el sacramento de nuestra Fe! Sacramento en el que, como pan y medio de vida, Jesús es aceptado y asimilado como lo que es Pan Divino, cotidiano, para una vida que sobrepasa esta vida.
El mosaico bajo el altar de la Iglesia de la multiplicación de los panes… lo evoca:
Dos peces, cuatro panes…
El quinto es el que renueva sobre el altar la presencia para cada uno de nosotros: Pan Vivo, Pan de Vida eterna en nuestra vida personal y comunitaria, de fe en marcha hacia el Reino del Padre.