La Asunción de María

Las tres edades de la mujer (det.) | Gustav Klimt | 1905

En Dios vivimos, nos movemos y existimos (Hch. 17, 28). Dios es el ser de todo ser, también de todo ser humano. La plenitud está ya en el origen de todo ser, no es el término de un esfuerzo personal a través de una vida. Si hemos descubierto en María toda su sublime belleza, que la coloca en los cielos, es porque hemos podido imaginarla gracias a la revelación de lo que Dios es para nosotros. Lo que hemos descubierto en María, debemos descubrirlo en nuestro propio ser. Y esa revelación nos ha llegado a través de Jesús.

Jesús no hacía metafísica; hablaba en parábolas. Contaba cuentos, tomados de la vida cotidiana, y decía que el Reino «se parece a…. «. Los ojos de Jesús eran capaces de leer bien las cosas. Leía la siembra, la cosecha, la semilla, la levadura, la sal, la lámpara, los viñadores, los pastores, los amos, los criados … y veía en esas cosas cómo es el Reino, cómo es Dios. Las parábolas de Jesús nacieron de la contemplación de Jesús. Y tuvo contemplaciones extraordinarias, que le enseñaron cómo es Dios: como un pastor que vuelve al monte, ya anocheciendo, para buscar una oveja perdida. Como una mujer que revuelve toda la casa porque ha perdido una de sus diez monedas. Como un padre que se vuelve loco de alegría cuando recupera al hijo que creía extraviado para siempre… Jesús no define a Dios. Dios no es un pastor, Dios no es una mujer, Dios no es un paterfamilias. Pero pensando en esas imágenes podemos entender muy bien cómo es Dios con nosotros, para con nosotros.

Fueron muchas las imágenes con las que Jesús habló de Dios: el pastor, el médico, la lámpara, la sal, la semilla, la levadura, el agua, el vino, el pan… Pero el no va más de las contemplaciones de Jesús es algo que se nos suele pasar desapercibido: sus padres. Jesús los contempló durante años, llorando por dentro de admiración y agradecimiento. Lo fueron todo para él, se lo enseñaron todo, toda la bondad, toda la honradez, toda la entrega… Y a la hora de hablar de Dios, ninguna otra imagen de este mundo fue mejor que sus padres. Así, como mis padres, es Dios.

Jesús se dirigía a Dios, en su oración, como se dirigía a su madre en Nazaret: y así lo sentía. De aquí que el nombre habitual que Jesús daba a Dios era Abbá, que nosotros traducimos por ‘padre’, pero haríamos mejor en traducir por papá. Así se dirigía a Dios habitualmente, y esa será, precisamente esa, su última palabra antes de morir. Aunque estaba hundido y desolado, volvió a gritar a Dios con la dulce palabra, con la dulce imagen de su infancia: papá, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Y no solamente lo usó para sí mismo: nos enseñó a dirigirnos, también nosotros, a Dios, como a nuestro papá. Muy especialmente en el Padre Nuestro. Cuando los discípulos le pidieron que les enseñase a orar, lo hizo, y lo primero fue enseñarles a quién dirigirse: a papá.

A lo largo de la historia, todos los seres humanos han imaginado a la divinidad. Y casi siempre, la han entendido desde la sumisión, desde la admiración o desde el miedo. Existe ‘Alguien’, uno o muchos, que son poderosos, que son amos, que pueden dar y quitar, premiar y castigar, que gobiernan el mundo, a los que hay que someterse. Se les aplaca en los templos, su suplica su protección, se obedece a sus representantes, los sacerdotes… Abbá, papá, lo cambia todo. Desaparece el miedo, cambia el sentido del pecado, nace la confianza absoluta, se recupera la dignidad: todo esto es lo que significa ‘padre’, y lo que significará, como repuesta, ‘hijo’.

Esta es la Buena Noticia. Esta es la Palabra que lo cambia todo. Decir de corazón papá es cambiar el mundo, dejar atrás religiones de miedos, castigos, cumplimientos, sentirse de verdad hermano comprometido con todos… y todo eso, confiado, alegre, entusiasmado porque todo tiene sentido y valor, porque la vida se ha iluminado desde que Jesús nos enseñó el verdadero rostro de Dios, desde que pronunció la palabra definitiva: Abbá, papá.

Jesús habló de sentirse ante Dios como él mismo se sentía ante sus padres, seguro, querido, exigido, en la casa de Nazaret. Porque Jesús no desvela los íntimos secretos de la Divinidad en sí misma; Jesús habla de cómo se siente él mismo ante Dios, de cómo siente Dios mismo respecto a todos. Abbá es una situación ante Dios, la intuición de Jesús de qué es Dios para él y qué es él mismo para Dios.

Cuando los fieles se aproximan al templo no son recibidos por la Madre que les acoge con cariño sino por el juez que les amenaza: Abbá ha muerto, y Jesús de Nazaret también. El pueblo cristiano, privado de Abbá, salvó su fe por María, la Madre. La Madre no da miedo, porque no es Dios. Dios, y Jesús, daban miedo, porque se había retrocedido, ignorando la Buena Noticia, se había sustituido a Abbá, el papá en quien se puede confiar, que da seguridad y cariño, por el Señor Padre Todopoderoso, lejano y más bien temible. Y se había sustituido a Jesús de Nazaret, el que curaba porque era compasivo, el que era asequible y cercano a la gente normal, por el Verbo Encarnado, extraterrestre semejante, solo semejante, a nosotros.

La gente se había quedado sin médico, sin padre, sin amparo. Y encontró a la Madre: refugio de pecadores, consuelo de afligidos, auxilio de los cristianos… exactamente lo que significa Abbá. A María se le transfirieron también otros atributos divinos, para corroborar la fiabilidad de nuestra confianza: medianera de todas las gracias, sin pecado original, asunta al cielo, reina de todo lo creado…

Además, María nos ha ofrecido una imagen muy mejorada de Abbá. Le ha quitado para siempre su masculinidad patriarcal. Al dirigirnos a María como Madre, poniéndola en el lugar de Abbá, hemos iluminado a Abbá con luz maternal. Hemos entendido por qué en la parábola del Hijo Pródigo no hay madre: porque no hace falta, porque el corazón del padre es maternal.

María, parábola de Dios. De ninguna manera sustituimos a Abbá por María. Pero tampoco renunciamos a la devoción, admiración, gratitud a María, la madre de Jesús, por la que Jesús pudo ser uno de nosotros.

2 comentarios en “La Asunción de María

  1. Mane dijo:

    María. Una mujer de fe. Eso la lleva al convencimiento de que Dios actúa en la historia.
    Su fe la llevo a educar a su hijo en actitudes y valores que El llevo a los demas al mostrar sus preferencias por los más débiles. Eso lo aprendió de su madre.
    Es un canto de mujer fuerte y espiritual. Canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Un canto de libertad feminista. Hombres y mujeres debemos aprender de Ella.
    Magnífica homilía!!!.
    Un día grande y feliz para todo el Cister. Felicidades a todos, especialmente a esa preciosa comunidad de Santa María de Sobrado. Un abrazo

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