Que me bese con el beso de su boca

Cantar de los Cantares V | Marc Chagall

Uno de los temas favoritos de San Bernardo es el amor. Se sirve de una curiosa imagen para evocar los grados del amor y su purificación. El primer grado es el amor esclavo o servil, el segundo el amor mercenario, el tercero el amor filial, el cuarto el amor esponsal. Cuando Bernardo comienza a hablar de reordenar el afecto, compara el alma a un esclavo que actúa por temor. Se ha creado una ley para sí mismo, contraria a la ley de la caridad, y así se ha hecho contrario a Dios. Por eso, la ley que a sí mismo se impone es un yugo pesado e insoportable: no ama y vive en interna contradicción, porque, como dice Bernardo: es propio de la Ley justa y eterna de Dios que quien no quiere regirse con dulzura, se rija a sí mismo con dolor, y quien desecha el yugo suave y la carga ligera de la caridad, se vea forzado a soportar el peso intolerable de su propia voluntad.

Después viene la figura del mercenario. El mercenario ama a Dios, pero en virtud de su deseo: el mercenario codicia para sí. Su situación interna es la misma que la del esclavo, porque el punto de mira de su afecto, no es Dios ni el prójimo, sino su propio yo. Tanto uno como otro, se rigen por la misma ley egoísta: los primeros no aman a Dios, los segundos aman otras cosas más que a Dios. El mercenario no conoce la gratuidad y se aísla. En lugar de Dios, prefiere los bienes que se puede apropiar. Y del mismo modo que la ley de la caridad debe ordenar el amor servil, infundiéndole devoción, debe también ordenar el amor mercenario, ordenando su codicia.

En cambio, el hijo todo lo refiere al Padre: honra al Padre. Los que temen y codician sólo se miran a sí mismos. El amor del hijo, en cambio, no busca su interés, y a esta noble disposición se llama ya caridad. Solamente ella convierte realmente el corazón del hombre. Así como los dos primeros piensan sólo en su provecho y no hay en ellos lugar para el amor puro, en cambio, el afecto del hijo es más noble, puesto que su movimiento va a Dios en virtud de Dios: el siervo teme el rostro de su Señor, el mercenario espera la paga de su amor, el discípulo escucha a su maestro; el hijo honra a su Padre. ¿Puede entonces considerarse ya el amor filial como un amor puro? San Bernardo comprueba que, frecuentemente, incluso en el amor del hijo se mezcla cierto interés bajo la forma de una esperanza de herencia, y que por consiguiente tampoco éste alcanza todavía la medida del amor puro, que sólo al amor esponsal corresponde, ya que no existe un yo y el alma sólo se acuerda de la justicia de Dios.

Al esclavo se le revela el poder de Dios, al mercenario la felicidad, al hijo la verdad. El primero teme, el segundo codicia, el tercero respeta. Ahora bien, ninguno de estos tres afectos alcanza la categoría propia del amor puro. La belleza de este afecto aparece tanto más clara cuanto que surge de modo distinto que los otros tres, y corresponde, más allá del corazón sensible y la mente racional, al éxtasis del amor, a la caridad extática. Es aquí donde entra en juego la imagen de la esposa, porque es aquí donde se sitúa el matrimonio espiritual, que es para Bernardo, el amor en toda su belleza, cuando nada extraño o superfluo hay mezclado en él. La esposa ama y no sabe nada más, no actúa por ningún otro motivo que el amor. En este momento la imagen de Dios en el alma está plenamente restaurada. El alma ama a Dios con un amor que tiene la misma cualidad que el amor con que ella es amada por la eterna caridad. Este amor es el que realiza la perfecta conformación de la voluntad y el que asegura la perfecta semejanza con el Verbo-Esposo.

¿Quién es la esposa? Es el alma sedienta de Dios … Una vez más dejamos hablar a Bernardo: No hay palabras más dulces para expresar la ternura mutua del afecto entre el Verbo y el alma que estas dos: esposo y esposa. Porque lo poseen todo en común: no tienen nada propio ni exclusivo. Ambos gozan de una misma hacienda, de una misma mesa, de un mismo hogar, de un mismo lecho y hasta de un mismo cuerpo. Por eso abandona el esposo padre y madre y se une a su mujer y se hacen una sola carne. A la esposa se le pide que olvide su pueblo y la casa paterna para que el esposo se apasione por su hermosura. Si amar es propiedad característica y primordial de los esposos, no sin razón se le puede llamar esposa al alma que ama. Y ama quien pide un beso. No pide libertad (como el esclavo) ni recompensa (como el mercenario), ni herencia, ni doctrina (como el discípulo), sino un beso; lo mismo que una esposa castísima que exhala amor y es totalmente incapaz de disimular el fuego que la consume. Piensa ahora por qué rompe a expresarse así. No recurre como otros, al fingimiento de las caricias, para pedir cosas grandes a los grandes. No pretende ganárselos con rodeos para conseguir lo que desea. Sin preámbulo alguno, sin buscar su benevolencia, sino porque estalla su corazón, dice abiertamente y sin rubor alguno: que me bese con el beso de su boca.

Este texto muestra toda la sencillez y espontaneidad del amor en su absoluta simplicidad, antes de recubrirse de intereses e intenciones sobreañadidas. Es el amor del que se ha suprimido todo lo superfluo: lo viciado, lo servil, lo mercenario, lo que es ajeno a su naturaleza. Que San Bernardo interceda hoy por nosotros para que aprendamos la ciencia del verdadero amor en esta escuela de la caridad que es el camino cisterciense.

2 comentarios en “Que me bese con el beso de su boca

  1. Mane dijo:

    San Bernardo: amante apasionado de Cristo,no menos de la Virgen Madre. Dos amores inseparables.
    Dice que el camino de María es el más recto y seguro para acercarnos a Jesús.
    Teólogo,contemplativo y místico. Dice, sólo Jesús es miel en la boca,cántico en el oído,júbilo en el corazón. En las tribulaciones,los peligros,las incertidumbres: invoca a María. Volver siempre los ojos a María.
    San Bernardo, el contemplativa del siglo XII.
    Homilía llena de amor,ternura y belleza. Gracias!!

  2. vicenta rúa lage dijo:

    Con asombro, admiración… y agradecimiento, podemos ver como el Espíritu nos va guiando, en la penumbra. Después, en momentos privilegiados, nos encontramos con palabras como estas, que ponen claridad y fuego en nuestro camino.
    Un comentario maravilloso, al fantástico texto de Bernardo. Muchísimas gracias. Es una inmensa suerte teneros, una felicidad.

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