Habitar el mundo con amor

Hermitage | Joan Miró | 1924

Derramaré mi espíritu sobre toda carne. Vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños, y vuestros jóvenes, visiones. (Jl 3,1).

El Espíritu de Dios está por doquier, no es propiedad particular de nadie ni de ningún grupo o religión. Toda la carne es morada del Espíritu. La profecía de Joel es anticipo del Pentecostés: la efusión del Espíritu sobre todos los pueblos de todas las razas y lenguas. La comunidad cristiana nació para la universalidad, tiene por naturaleza una identidad abierta. Nació del Espíritu y el Espíritu no tiene fronteras. Cada uno de nosotros está llamado a aprender, una y otra vez, a seguir el viento, que no se sabe de dónde viene ni a dónde va, porque seguirlo es condición para nacer de nuevo. El Hombre nuevo es consciente de que es habitado por el Espíritu, que está generando en sí el Cristo interior, el Hombre manso y humilde de corazón, el hermano universal.

Vivimos tiempos donde palpamos muchas divisiones y fracturas, tiempos en los que se refuerzan fronteras y se proponen identidades cerradas. Estamos llamados a aceptar con compasión nuestras divisiones interiores, nuestras sombras, nuestras contradicciones para que no las proyectemos sobre los demás bajo la forma de rechazo, de odio, de miedo o de indiferencia. No basta que tengamos ideas claras y generosas, no basta entrar en la discusión ideológica. Nuestras palabras serán vacías si no van acompañadas del silencio; silencio que es apertura y escucha para acoger en el propio dolor el dolor del mundo y la brisa suave y sanadora que es el Espíritu de Dios. Silencio y soledad. Habitarse a sí mismo para habitar el mundo con amor.

«Pocas cosas en la vida contribuyen a crear mansedumbre, comprensión y empatía dentro de nosotros como la soledad (…) En la experiencia de nuestros atribulados y solitarios corazones podemos reconocer allí los hilos que pueden mantener unida la comunidad humana y las fuerzas que pueden dividirla. (…) Todos queremos comunidad, comprensión  y empatía. Hay algo en nosotros dispuesto a derribar los muros. Pero hasta que cada uno no luche dolorosamente dentro de sí con la soledad y aprenda que lo más personal es también lo más universal, continuaremos creyendo en la necesidad de muros y sin saber exactamente lo que queremos dentro y lo que queremos fuera, continuaremos levantándolos. Al no ser capaces de entendernos plenamente continuamos viviendo en el miedo y el prejuicio, a la defensiva y entre suspicacias, poniendo muros en todo lo que rozamos.» (Ronald Rolheiser)

María Zambrano, hablando de la metáfora del corazón, dice que éste es: amplio y profundo, tiene un fondo de donde salen las grandes resoluciones, las grandes verdades que son certezas. Y a veces arde en él una llama que sirve de guía a través de situaciones complicadas y difíciles, una luz propia que permite abrir paso donde parecía no existir paso ninguno, descubrir los poros de la realidad cuando esta se muestra cerrada. Encontrar también la solución de un conflicto interior cuando se cayó en un laberinto inextricable… y es luz que ilumina para salir de imposibles dificultades, luz suave que da consuelo.

Fácilmente descubrimos en estas palabras una similitud entre Espíritu y corazón; solo Espíritu y corazón pueden leerse mutuamente, pues uno y otro, como dos caras de la misma realidad, son: fuente de sabiduría, apertura y acogida, luz que ilumina, que sana y consuela, visión universal de la vida sin dejarse encadenar por la contraposición ideológica. La llamada es la vuelta al corazón. Volver al corazón es volver al Espíritu de Dios, que es la comunión de toda la Creación entre sí y con su Creador.

Espíritu y corazón son la intimidad misma y, a la vez, abren puertas para la universalidad; generan en nosotros la actitud más decisiva para un encuentro auténtico: una amorosa receptividad. Sólo el Espíritu y el corazón nos conducen a los cimientos de la fraternidad y de la unidad. Espíritu y corazón nos revelan que contemplación y fraternidad van siempre de la mano.

¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor! (Nm 11,29)

5 comentarios en “Habitar el mundo con amor

  1. Bea dijo:

    Homilía muy necesaria hoy, posibilitadora del encuentro. Derribando muros. Quitando miedos, a veces infundados, y en una apertura universal hacia lugares comunes que propicien el diálogo y la escucha. Gracias.

  2. Miren Josune dijo:

    Hermosa homilía. Me atrevería a decir, nacida del Silencio habitado por el Espíritu del AMOR, pues creo y estoy profundamente convencida, que sólo en el silencio orante, entenderemos el mensaje de los relatos evangélicos y viviremos con coherencia la Palabra y testimonio de Jesús.

    Qué Comunión tan íntima, es dejarse habitar por el Espíritu, sentir su brisa suave, acariciando nuestro SER, que clama con Amor: ¡Abbá! ¡Padre!

    Hoy, se necesitan hallar, espacios de Silencio, para poder entablar esos momentos de encuentro y diálogo, desde la desnudez de cuánto ocupa y preocupa; dejar en nuestro corazón, una estancia diáfana y luminosa, sin nada que ocultar ni aparentar, sino con la certeza de que Dios, nos ama como somos, conoce bien del «barro» que estamos hechos.

    Existe demasiado interés en hacerse notar, en poner la mira en el «puesto» a conseguir y el privilegio a obtener. La palabra Servicio, es sustituída por el ministerio encomendado, como cargo a ocupar. De ahí que, se establezca el criterio y estrategia, cuyo fin, es poder y dominio sobre los otros. Y si alguien se atreve a decir alto y claro, que este modo de actuar, nada tiene que ver con las enseñanzas de Jesús, ni con el Amor compasivo, vivido y compartido, pues entonces, te dejan fuera, como «oveja sin pastor».

    Y lo triste y lamentable, es ver cada vez más, a los y las «trepas» haciendo del Evangelio, una «carrera de fondo», con
    el consentimiento de quién ostenta, la legítima y digna atribución, de poner a cada quién en «su sitio».

    El Silencio y oración, conduce a ser honestos con nosotros mismos, pues donde está Jesús en el centro, todos los demás han de tener, bien «ceńida la toalla» y dispuesto el lebrillo, para lavar y sanar los pecados y heridas.

    Gracias por tanto bien.
    Miren Josune.

  3. Gubi dijo:

    Que el silencio sea morada donde refugiarnos de nuestros propias incertidumbres y miedos, alcanzando a desprendernos del ruido externo e interno que nos inunda. Habitar en el silencio del encuentro en la Comunidad de la Vida y desde un lugar sin definir por carecer de visibilidad alcancemos habirar el mundo con amor.
    Preciosa homilía.

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