Un corazón vigilante

Cuando llegamos al final del año litúrgico, la Iglesia nos confronta con una serie de textos que  nos pueden provocar distintas reacciones tanto positivas como negativas: Miedo, porque los consideramos duros y llenos de amenazas. Indiferencia, porque pensamos que las formas apocalípticas no tienen sentido ninguno en nuestros días. Esperanza y vigilancia, porque mantienen despierta nuestra vida, y nuestra fe se afianza en que las palabras de Jesús de Nazaret «NO PASARÁN». Pasan los siglos y las civilizaciones, toda corriente de pensamiento, todo tipo de modas, pero la Palabra del Señor no pierde su fuerza liberadora y salvadora. Es la que mantiene viva la esperanza y la fe de sus seguidores, y el aliento de los pobres, la luz de los que viven en la oscuridad, la mano que rescata a los que se ahogan en las aguas turbulentas de nuestro mundo. Porque como dice el salmo responsorial: «El señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré».

No lo olvidemos nunca: la ESPERANZA y la VIGILANCIA perforan los gruesos muros de la angustiosa realidad y mantienen viva nuestra fe. Más que de un final del mundo, el Evangelio nos habla del FIN DE UN MUNDO. Es decir: de lo caduco va surgiendo una nueva etapa de la historia de la humanidad que se va abriendo paso a pesar de las resistencias de los que se oponen a que las cosas cambien. Cada nueva etapa de la historia supone la superación y la muerte de muchos valores que se creyeron que permanecerían inalterables, pero la fuerza renovadora de la nueva savia nos va diciendo que nada es inalterable ni nada permanece para siempre. Hay que abrir nuevos caminos y no vale dar coces contra el aguijón.

El corazón vigilante es aquel que desciende a las profundidades de su ser para saber qué Dios habita en él, porque según sea el Dios que lo habita a sí será la respuesta que dé a las preguntas de la historia reciente. Un ídolo muerto en el corazón dará respuestas negativas y llenas de agresividad porque sus intereses pueden estar cuestionados. Y, así como un ídolo es estático, así es el pensamiento negativo.

Necesitamos un espíritu vigilante tanto en la vida de los creyentes como en la vida de los no creyentes, porque la historia nos enseña que el vigilante es aquel que se opone al estado de embriaguez y somnolencia en el que podemos caer con mucha facilidad para que nada nos turbe o nos enoje. Creyentes y ateos de corazón despierto luchan por la renovación, su objetivo es el mismo: la justicia y el bienestar de las gentes. Esto requiere un estado de sobriedad, un mantener los ojos abiertos de los que tienen un fin preciso. Si bien es cierto que la vigilancia cristiana se refiere totalmente a la persona de Cristo, no es menos cierto que el sacramento de Cristo está encarnado en nuestras vidas y el bienestar de nuestros hermanos y de nuestro mundo son para Él más importantes que fantasear sobre futuras escatologías. Al Juez de los pueblos no le interesan las religiones sino el bienestar de las personas y en este empeño estamos todos juntos, creyentes y ateos.

Dice Enzo Bianchi que: «la vigilancia es lucidez interior, inteligencia, capacidad de crítica, presencia en la historia, no distracción ni disipación». Todos estamos unidos por la Palabra de Dios en la construcción y sanación del mundo. El vigilante se hace responsable y es consciente de que debe cuidarse de todo, estar atento de su entorno: ver qué se mueve en la política, en la economía, en la judicatura, en el mundo laboral, en la Iglesia, porque la vida de mucha gente depende del buen funcionamiento de estos estamentos, y es su obligación denunciar la corrupción que está siempre amenazante en el seno de estas instituciones. La vigilancia es una cualidad que requiere una gran fuerza interior y un gran equilibrio porque son muchos los gigantes contra los que se tiene que enfrentar, y no son precisamente molinos de viento, son los poderes fácticos que controlan y tienen en sus manos la vida de nuestro mundo. No es fácil luchar contra estas fuerzas hostiles, pero se nos pide que vivamos vigilantes porque la vigilancia está en la raíz de la calidad de vida y combate las seducciones que los enemigos externos y la mente ejercen sobre nosotros.

Jesús de Nazaret nos da una advertencia muy clara cuando nos pide que vivamos vigilantes: no nos pide que andemos temerosos guardando las cosas “santas” y “sagradas” de la tradición, es todo lo contrario. Nos pide que miremos los signos que nos comunican cambios en el orden de la vida, de la sociedad, de la política, de la economía, del auge de los populismos y movimientos involucionistas, de los recortes de las libertades, de los movimientos migratorios a la búsqueda de una vida digna y pacífica. Los creyentes no somos guardianes de un museo de arqueología religiosa, litúrgica y teológica. Somos creyentes empujados por el Espíritu de Jesús para dar respuesta a los constantes cambios que se dan en nuestro mundo, abiertos para saber discernir todo lo que nos va cuestionando y para enfrentarnos a los que quieren poner cadenas al desarrollo de los pueblos, de su bienestar y de su libertad.

La vigilancia se fortalece cuando sabemos discernir las venidas del Señor. No se trata del final apocalíptico de la historia, se trata de saber cuándo un tiempo muere y nace uno nuevo. Cuando la higuera da brotes verdes sabemos que bien un tiempo nuevo, pero también sabemos que ese tiempo un día va a morir y vendrá otro nuevo para el que tenemos que estar vigilantes y preparados.

Un día que nadie conoce, ni tan siquiera el Hijo, solo el Padre, será el final definitivo. Mientras tanto se nos pide que tengamos un corazón atento y vigilante.

4 comentarios en “Un corazón vigilante

  1. Carlos Martín dijo:

    Un texto valiente, sincero, irradia fuetza y luz. Un texto conectado que conecta el Espiritu con la aflivvion y los problemas de la gente. Ojalá homilías así se leyeran en muchos templos! !!

  2. Bea dijo:

    Sí , texto firme y necesario su contenido. La jornada de los pobres de ayer domingo invita a este decir. Como dice Carlos Martín ojala y ayer se hayan oído homilías como esta en nuestros mediocres templos.

  3. Juan Carlos Ruiz dijo:

    Vigilantes para ver signos de cambio en nuestras vidas, en nuestro entorno próximo, en el mundo; oponernos a los que nos oprimen y abrazar las ideas que produzcan paz y felicidad a los hombres.
    Una homilia que impide quedarse tumbado y anima al compromiso con la sociedad nueva que se va formando cada día. GRACIAS por esas palabras

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